La semana pasada comentamos sobre nuestra visita neurocientífica al Canadá y de la coincidencia de celebrarse el Festival Internacional de Jazz de Montreal y les relaté de la experiencia que viví escuchando en el área del festival un saxofonista de esos que en precarias condiciones se paran en las esquinas y los andenes de los trenes a tocar su música para que el transeúnte conmovido le arroje unas monedas para saciar el hambre. Esa noche en una esquina de la plaza Champ de Mars, viví momentos de profundas emociones al escuchar ¨jazz suave¨ del saxo tenor de un músico muy experimentado. La música que nos gusta nos deleita de manera particular, nos hace flotar, nos hace danzar en nuestro interior y las razones son fisiológicas, la música ocupa en el cerebro más áreas que el propio lenguaje. La explicación es antropológica, el hombre prehistórico escuchó música y sonidos muchos años antes de que pudiera hablar.
El cerebro humano del adulto pesa más de tres libras (1,400 gramos). Numerosos estudios han demostrado que son muchas las regiones que se iluminan cuando escuchamos música. El ritmo y el tono son procesados por el hemisferio izquierdo del cerebro humano mientras que el timbre y la melodía se trabajan en el derecho. La parte cerebral más desarrollada en los músicos es la llamada región de Heschl, para el procesamiento de los sonidos, lóbulo temporal. La buena música es irresistible, encantadora, la percibimos con numerosos atributos: tonos, timbre, tiempo, ritmo, entonación, etc. La experiencia vivida oyendo el virtuoso saxofonista fue excepcional (es el instrumento más sensual), me remonté a años juveniles, lo asocié a dos grandes: Grover Washington y a Stan Getz, a ambos saxofonistas tuve el privilegio de verlos en el archifamoso club de Jazz de la calle Frith de Londres en el Soho, la parte más emblemática de la nocturnidad londinense, en el Ronnie Scott Jazz Club.
No les puedo negar a mis amables lectores que pensé en las tertulias musicales que hacíamos en el hogar londinense de los exitosos doctores Pedro Pablo Paredes y Rosa América Martínez, su atentísima esposa, durante mis años de entrenamiento neurológico. Mi fraterno compadre, hoy es uno de nuestros más prominentes psiquiatras, donde escuchábamos a esos fundadores del llamado ¨smooth jazz¨, mi preferido. Entonces George Benson, Ella Fitzgerald, Louis Artmstrong, David Sanborn, Earl Klugh, Chuck Mangione, Bob James, Herb Alpert y otros, eran de audición y discusión obligada luego de la estresante actividad hospitalaria. Por igual recordé el pub londinense, Boston Armas, de Tufnell Park, algunos sábados con un saxofonista de altos calibres, ¨ el Coat¨, nos deleitábamos hasta las 11, hora de cierre de los ¨pubs¨.
La identidad musical del jazz es compleja y no puede ser aislada ni delimitada con facilidad, el jazz es en realidad una familia de géneros musicales cuyos miembros comparten características comunes, pero una cosa importante que tiene es que sus ejecutores les plasman su ¨propio sello¨, por eso me agrada tanto escucharlo. Para completar la noche pasé a Le Cabaret du Roy a disfrutar de la rica gastronomía de la Nouvelle-France, crema de hongos con terragón, pato confitado con queso gruyere. Brindé con la Pinnacle- Reserve, la sidra canadiense más exquisita. Levante usted su fina copa, brindemos juntos, ¡á votre santé, pour la vie!