FABIO R. HERRERA-MINIÑO
Hace dos semanas que la región oriental, y con ella todos los dominicanos, fueron cogidos fuera de base, cuando un huracán convertido en tormenta sembró la destrucción en las provincias orientales, aislándolas y afectando malamente la infraestructura turística, que le hizo perder al país una importante llegada de turistas, afectó malamente la producción agrícola, así como la infraestructura vial, de acueductos y de transmisión de energía.
Los dominicanos del oriente y del nordeste, así como las autoridades, no previeron la magnitud del fenómeno atmosférico que se aproximaba desde Puerto Rico. En la vecina isla había depositado centenares de centímetros de agua, inundando buena parte de sus poblaciones. Aquí penetró por la zona más rica en el plano turístico, y los resorts sufrieron en sus estructuras físicas, que al verse aislados, quedaron sin alimentos, muchos de los huéspedes fueron evacuados, algunos retornando a sus países de origen, con lamentos muy elocuentes de su disgusto por un respaldo tímido del personal de los resorts.
El nerviosismo de los dominicanos, al verse afectados en sus pertenencias así como la lenta reacción de las autoridades, demostraron una vez más que no existe una preparación logística permanente que prevea la evolución de los desastres naturales. Todos los esfuerzos tropiezan unos con otros, cuando la coordinación, está ausente de muchas acciones, dejando desamparados a los infelices que no quisieron abandonar sus humildes viviendas para que no fueran saqueadas, a veces por miembros indignos de las instituciones policiales y castrenses que iban a desalojarlos de la eminencia del peligro.
El protagonismo de algunas autoridades afectó el ataque al problema de socorrer a los damnificados, ya que se emitían boletines y recomendaciones que chocaban unas con otras, como cada quien buscando ser más sensacionalista y menos sensato en sus pronunciamientos.
La decisión del presidente Fernández, de suspender su gira norteamericana de nueve días, fue muy acertada y se agigantó el respeto a un político que conoce muy bien lo que tiene entre manos, no así muchos de sus colaboradores más conspicuos, que para ellos, la tragedia oriental del nordeste, ocurrió muy lejos del país, ya que la capital no se vio afectada directamente, aún cuando los habitantes de las orillas del Ozama han pasado las de Caín al ver sus casas inundadas por las aguas voluminosas del río.
Las instituciones del gobierno han trabajado arduamente para restaurar el tráfico por las vías interrumpidas. La magnitud de los daños sufridos por los puentes sobre el río Chavón, aisló a Higüey del resto del país por ocho días, cosa que ya se ha solucionado temporalmente. Cobra más vigencia la necesidad de emprender lo más rápido posible la construcción de la Autopista del Coral. El puente de la represa en Chavón, como se llamaba el cercano a La Romana, constituyó por muchos años una tentación a sufrir una destrucción, como la ocurrida, en vista de su bajo nivel con relación al río; ahora la naturaleza se cobró algo que se construyó solo tomando en cuenta la economía y los recursos del país.
Los daños son cuantiosos. No sería exagerado estimarlos en cerca de los $4 mil millones de pesos contando los daños en los resorts, las carreteras y puentes, las líneas de transmisión eléctricas, acueductos, viviendas y cultivos agrícolas, las pérdidas de estos llevará a la ruina a los agricultores que tenían puestas sus esperanzas en sus siembras de arroz, de plátanos u otros rubros.
Los daños no fueron más cuantiosos por la particular trayectoria de Jeanne, ya que el elevado macizo de la Cordillera Central cumplió su papel de amortiguador y de freno al avance de la tormenta, afectando su velocidad al reducir la de sus vientos, lo cual la obligó a moverse hacia la llanura nordestana, desde Nagua hasta San Francisco de Macorís, para elevarse por encima de la parte baja de la cordillera septentrional, herir parcialmente a Puerto Plata, desplazarse a lo largo de la costa e incidir en la península noroccidental Haití, inundando a Gonaives y penetrar en el Atlántico para retomar su fuerza y dirigirse, como lo hizo, hacia las costas de la Florida.
Jeanne fue una gran lección para todos los dominicanos. Esto debería obligarnos a dejar las improvisaciones, y muchas veces, no seguir las informaciones y directrices de organismos competentes, prefiriendo ir a disfrutar de los peligrosos oleajes o ver las turbulencias de un río en crecida, sin reparar en los peligros que tal imprudencia representa. La sensatez debe dominar en los planes de contingencia y dejar de lado los protagonismos y celos entre instituciones que entorpecen las acciones de rescate.