Jeannette Miller Enfoca la obra literaria de Ángela Hernández

Jeannette Miller Enfoca la obra literaria de Ángela Hernández

DISCURSO DE JEANNETTE MILLER

Cuando Ángela Hernández me solicitó que hiciera su presentación en el acto donde recibiría el reconocimiento de mayor prestigio en el país -el Premio Nacional de Literatura-me sentí sorprendida y agradecida. Sorprendida porque la escritora tiene de sobra intelectuales y escritores que con gusto hablarían de ella y de su obra; agradecida, como siempre, a Dios, que pone en mi camino múltiples satisfacciones.
Así es, hace catorce años, en el 2002, tuve el honor de presentar a la primera mujer en recibir este galardón, Hilma Contreras: una grande de las letras dominicanas, maestra del cuento y por lo tanto, puntal de nuestra literatura; seis años después, en el 2008, también presenté a la segunda mujer premiada, María Ugarte, investigadora, crítica y periodista cultural, quien no solo apadrinó a grupos literarios como la Generación del 48, sino que nos dejó un ejemplo de estilo impecable en el manejo del lenguaje que mostraban sus artículos en el Suplemento Cultural que dirigía; para mí es importante recordar, que al recibir el premio, estas dos mujeres tenían noventicuatro años. A mí me tocó en el 2011, y nunca podré expresar el agradecimiento a José Alcántara Almánzar, por una semblanza que me hizo llorar.
Hoy tengo que hablar de Ángela Hernández, la cuarta mujer en recibir este preciado galardón; y hablar sobre ella como escritora y como ser humano, pues abarca tantas facetas, que hay que caminar cuidadosamente a lo largo de su vida, para proyectar su imagen de manera justa.
Oriunda de Buena Vista, un pueblo de ensueño perteneciente a Jarabacoa, llegó a Santo Domingo siendo una adolescente y entró a la Universidad Autónoma de Santo Domingo para estudiar Ingeniería Química, mientras trabajaba como profesora de primaria. Después de graduarse con honores, fue catedrática en la UASD durante siete años impartiendo materias relacionadas a su carrera.
A la par de un tiempo que avanzaba, Ángela aumentaba su ritmo de trabajo que incluyó, entre otras cosas, actuar como corresponsal en el país de Fempress, Interpress Service, ySEMlac, para quienes cubrió la Cumbre Mundial de Derechos Humanos en Viena (1992), y la Cuarta Conferencia Mundial de la Mujer en Beijing (1995); laborar en importantes organismos internacionales; organizar concursos con el tema de la pobreza; impartir cursos de creatividad literaria; asistir a congresos; publicar ensayos nodales sobre la mujer dominicana y dirigir la revista literaria Xinesquema. En la actualidad, es Miembro Correspondiente de la Academia Dominicana de la Lengua, y funge como editora de publicaciones en la Fundación Juan Bosch.
En medio de ese tumulto de ocupaciones, mantenía un permanente nexo familiar como hija, como hermana, como madre, como abuela… sin dejar su solidaridad con el prójimo, cualidades que han actuado como el soporte de su vida.
Ángela Hernández se inicia en las letras a mediados de los años de 1980. Poesía, cuento, novela, ensayo, fotografía, y hasta pintura, le han permitido explayar su creatividad en distintos campos y de maneras diferentes.
Sus ensayos y poemas han merecido premios aquí y en el extranjero. En los primeros, el rigor y un interés por lograr una visión totalizante, veraz, y, por eso, muchas veces distinta, la garantizan como una desenterradora de personajes y datos no difundidos, que inmersos en el olvido -algunos por el pecado de género- no habían salido a la luz con anterioridad.
En ese sentido, José Alcántara Almánzar subraya:“Ella reúne las raras cualidades de la mujer encantadora, siempre optimista y de trato afable, y de la escritora que ha venido realizando una incesante labor literaria desde sus inicios, abriendo un surco profundo en los estudios de la mujer, con diversos ensayos que podemos considerar esenciales para comprender esa denodada lucha por los derechos de igualdad de género, una encarnizada batalla de la que estamos hoy más necesitados que nunca, ante las atroces historias que a diario ensombrecen las páginas de los periódicos nacionales”. 1
Su poesía, dueña de un ritmo que unifica las abstracciones, lleva al extremo su percepción del mundo, su vida interior, su fe… en celebraciones y sepelios que tejen alegrías y tristezas salvadas por la belleza. El manejo de audiciones y perspectivas visuales son destruidas por la escritora para recomponerlas en un acto de libertad creativa que lleva su sello.
Oigamos un fragmento de su poema Cálculo, dicha del rostro varado en subconciencia:
“Dios madre y padre es
Madre y padre el eslabón con Dios
Él me contempla desde cada cambio
En el amante me refunda
En bosque y biblioteca me susurra un término inconcluso.
Dios. La savia. El amante. Esa su mano.
Yo la extiendo en mi hija. En mi hijo.
A su oído murmuro lo escuchado…
La permanencia de una fe que alcanza los bordes del misticismo, emerge en muchos de sus poemas, tratando de dar respuestas nuevas a las viejas preguntas.
Sin embargo, de todos los renglones en que la escritora ha incursionado, la narrativa corta, resulta ser el aspecto más difundido de su obra.
Sus cuentos aparecen en innumerables antologías traducidos al inglés, francés, italiano, islandés, bengalí y noruego, y han obtenido comentarios de importantes críticos, antólogos y escritores tanto nacionales como extranjeros.
El chileno Fernando Burgos, afirma en su libro Los escritores y la creación Hispanoamericana: “En todas las publicaciones de Ángela Hernández se puede apreciar un extraordinario dominio de las técnicas narrativas del cuento, así como el señalamiento de nuevos senderos para la narración breve, particularmente en lo que respecta a su exquisita creatividad en los niveles metafóricos del cuento, y el sofisticado trabajo de la imagen, entendida esta como una especie de red textual”. 2
Cuando yo leí el cuento Masticar una rosa, me atraparon planos y situaciones que mezclaban la sobrevivencia diaria con el universo interno de una niña-mujer, que siendo personaje y narradora brindaba los detalles de su realidad en una cotidianidad poética:
“Mis ojos todavía eran verdes. En la boca, en vez de dientes, tenía ventanitas. La gente se lamentaba viéndome trabajar. –Tan pequeña, metida en una cocina, un día de estos se va a quemar-.
Pero yo era dichosa en la alquimia compleja de la ristra de ajo, los granos de habichuela ablandándose, las mezclas olorosas de las naranjas agrias con los ajíes picantes, las transformaciones que seguían a mis juegos.
En mis ojos, desollados por la humareda de palos tiernos que ardían en el fogón, había alegría. El lugar tenía brechas y ventanas, un mundo fresco oliendo a peras maduras y bosque entraba por ellas. El presente equivalía a lo que abarcaran mi corazón y mis miradas…”
Si, es su narrativa larga o corta, el riesgo mayor al que Ángela apuesta.
Su primera novela, Mudanza de los sentidos, resulta hoy un texto inaplazable para conocer la narrativa nacional.
En un poco más de cien páginas Ángela Hernández logra comunicar el traslado de una familia de pueblo a la Capital, con todos los choques de valores y de cambios que esto conlleva. Cada personaje es un arquetipo de temperamentos y formas de ver la vida; cada capítulo, un acercamiento a la gran mentira que resulta ser la ciudad.
Oigamos:“…nos condujo al interior de la pieza, sin darnos chance para reparar en lo angosto del lugar, separado de otras piezas por planchas de cartón piedra… Nuestros trastos no cabían, por lo que se dejaron afuera los soportes de las camas… Los colchones fueron acomodados en la salita… En la mañana se amontonarían de manera que ocuparan el menor espacio posible. En el único aposento, entre la sala y la cocina, dormirían Beba y Demetrio Alonso. Podían escucharse claramente los movimientos y conversaciones que tenían lugar en las piezas contiguas…”
En el libro Piedra de Sacrificio el nivel de la prosa es pura poesía, capacidad de síntesis apoyada en situaciones que solo son dadas de manera visual, como en este fragmento del cuento Vera Efigies.
“A la entrada había lirios./ Un rombo anaranjado protegía la puerta./Más adelante quedaba a la vista un corredor. / Yendo por él se accedía rápidamente a la escalera./ A cada peldaño sobresalían cristales rojos y azules que iban cobrando luminosidad./ Más arriba había un ventanal. /El horizonte lo cortaba a la mitad./Al pie del mismo se hallaba la cama. /En la almohada reposaba la cabeza de una mujer, cuyos ojos estaban echados hacia el mar. /¿Qué pensaba tan quieta?”
Y así, podríamos seguir citando con la memoria atiborrada de buena literatura, teniendo que prescindir, por las reglas del tiempo, de muchos de sus mejores textos.
Los escritos de Ángela Hernández parten de una conciencia iluminada que va cortando y penetrando la bruma hasta que todo alcanza su equilibrio.
Es innegable que su niñez y su primera juventud han marcado su obra con una visión telúrica y poética que está presente hasta en los momentos más duros de su narrativa. Ángela es dueña de vivencias irrepetibles e imborrables donde luces y sombras se entremezclan pobladas de luciérnagas y animales microscópicos, de soplos de viento, del ruido de las hojas, de visiones y apariciones que forman un universo que solo le pertenece a ella, logrando niveles descriptivos, que, a excepción de Marcio Veloz Magiolo, es difícil encontrar en nuestras letras.
Estas cualidades descriptivas no olvidan los hechos, la narración de situaciones dramáticas, injustas, abusivas, pero también bellas y hasta risibles, que siempre construyen una salida hacia la esperanza a través de un hilo conductor donde la lógica zigzagueante te sorprende.
Conocedora de los cuentos insólitos, equilibradamente perfectos de Hilma Contreras, y del golpeo preciso de situaciones irreversibles sostenidas por un diálogo magistral en la cuentística de Juan Bosch, los textos de Ángela Hernández crean un referente distinto, donde la simultaneidad de una realidad percibida de múltiples maneras se va edificando en un tiempo y un espacio que se trasponen a su antojo, permitiendo al lector experimentar situaciones sugeridas, que realmente se sustentan en su imaginación.
¿Qué hay más que eso? ¿Qué es en definitiva la vida? ¿La permanente angustia de las interpretaciones de la conciencia? ¿Las elucubraciones tortuosas que mortifican al ser? ¿ O el descanso en la inmersión del todo que nos contiene, para ser nosotros mismos en un tiempo que no existe?
En Leona o la fiera vida, su última novela, continúa la saga que parte de Masticar una rosa y que había seguido en Mudanza de los sentidos. Al igual que en una película de Passolini, el lector ve desfilar los echadías que cojean, los pequeños comerciantes que van de puerta en puerta y a los que les faltan dientes, el maestro de escuela dictatorial, la yegua llamada Batalla, el guardia amenazante, el rico engreído… pero, sobre todo, las mujeres; dueñas y verdaderas protagonistas. Mujeres viudas, mujeres engañadas, mujeres abandonadas, mujeres pobres, desarrapadas… que entretejen lazos de atracción y rechazo, donde no importa que una sea chismosa, agresiva o puta para contar con la solidaridad de las otras, en los momentos cruciales de su vida.
Son tantos los personajes y tan diversas y mágicas las situaciones, que a veces el nombre de la persona no importa, sino el hecho; esos hechos que surgen de la más simple cotidianidad, para convertirse en ejemplos de un drama conmovedor, como el intento de violación a Leona por parte de su cuñado; o el final feliz de un cuento de hadas, cuando encuentran las tres monedas de oro que dejó Enmanuel enterradas, por si moría, cuando viajó enfermo a la capital.
La belleza de la pobreza, ese placer de deshojar una florecilla del camino para olerla, jugar con piedrecitas, hacer figurillas de lodo, saborear un té de jenjibre al atardecer, hablar con el animal de carga como con un familiar, son referencias de un existir que es realidad de muchos en medio del río permanente de la vida que arrastra, que vadea y se devuelve, que retoma su curso, como si las manos de la escritora fueran guiadas por Heráclito.
Desde el más pequeño de los insectos, hasta la escala apabullante de árboles enormes y tupidos el ambiente envuelve en un viaje retrospectivo, donde no solo nuestra historia reciente, sino las huellas de “lo inicial”, se evidencian.
Al final de la novela, Ángela-Leona, Leona-Ángela confirma esa lucha feroz que hay que llenar cada día en un país paraíso, contradictoriamente lleno de injusticias y desigualdades.
“Por alguna razón nací al mismo tiempo que Batalla. Por alguna razón fortalecí mis huesos escalando pendientes y vadeando ríos. Por alguna razón aprendí la pauta del equilibrio cargando cientos, miles de bidones de agua sobre mi cabeza erguida. Por alguna razón mi mente mantenía el control en los momentos de peligro, hasta sortearlos… Por alguna razón poseía ojos alagartiados y nombre de fiera. Por alguna razón el agua del amor humedecía constante mi alma rebelde…”
Trabajadora permanente, con un espíritu creativo que aborda múltiples géneros a través de una dinámica que no para, yo celebro con admiración y alegría este Premio Nacional de Literatura que hoy se le otorga a Ángela Hernández, gracias a la solidaridad de la Fundación Corripio que, conjuntamente con el Ministerio de Cultura, se entrega cada año.
Calibrando su vida y su obra con la mirada tranquila que me ha concedido Dios, después de purificar mi mente y mi lengua con carbones encendidos, llego a la conclusión de que Ángela Hernández es un ser humano lleno de cualidades, una gran escritora, que armada de mansedumbre y valentía, ha sabido vadear situaciones de injusticia con grandes momentos de felicidad, llevada de la mano por su fe en la vida, en los sueños, en la luz del Altísimo…portando en su diestra la lámpara de la verdad, esa lámpara que la ayuda cada día a descubrir quién es ella, su vocación, su don… para ejercerlo en agradecimiento y humildad, tratando de alcanzar la perfección: esa perfección que nunca se consigue, pero que nos ayuda a vivir en plenitud.

Santo Domingo, 16 de febrero de 2016

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