Jeannette Miller: Identidades de mujer en su narrativa. Ámbitos y conciencias en su libertad de creación

Jeannette Miller: Identidades de mujer en su narrativa. Ámbitos y conciencias en su libertad de creación

Por Isabel Z. Brown (2 de 3)

Empezando por Cuentos de mujeres la primera obra de ficción de Jeannette Miller, vemos que el título mismo desafía al lector como menoscabando lo que se está por leer a la vez que indica que las mujeres sí tienen algo que contar y que lo que cuentan es contundente.

En su cuento La biblioteca de Babel, Jorge Luis Borges el consabido escritor argentino, afirma que ya todo está escrito. Lo que hace cualquier narrador es rehacer un relato a su manera y presentar en sus palabras algún tema universal como es el caso de “El calumniado” en Cuentos de Mujeres. Este cuento trata el tema de la infidelidad, en este caso desde el punto de vista de una hija. El cuento está lleno de lugares comunes a los que se aferra una sociedad patriarcal. La hija, aceptando que su cansada madre está ida como ha dicho su padre, rehúsa pensar que su madre tiene razón al acusar a su padre de estar traicionando a su mujer con la secretaria de la oficina. Este sencillo cuento de traición e hipocresía se distingue por la fuerza de voluntad de la hija que opta castigar a su papá “hasta lograr que su vida se convirtiera en el infierno que yo estaba viviendo. Después de todo, él me acaba de enseñar que su vida se basaba en la mentira y que, para defenderme de él, lo único que podía hacer era nunca volver a hablarle la verdad”.

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Muchas veces la venganza viene personificada en la pobreza, la soledad y finalmente la muerte y, dicho sea, aparte, son todos sustantivos femeninos. Este es el caso de la narradora en el cuento “Recuerdos de familia” que está velando el cuerpo de su hermano vestido sin zapatos por lo pobre que acabó siendo, la mandíbula desencajada y la piel verdeando y “sobre todo ningún dolor en las caras de los pocos presentes”. La persona del difunto evoca la tiranía de Trujillo a lo largo de este cuento y sobre todo la horrenda objetivación de la mujer como ente sexual. “Él las tomaba como si fueran flores, para luego abandonarlas a su destino desgraciado de mujeres desvirgadas que no valían un centavo para la sociedad castrante de los generales y de las plantaciones, de los abolengos de familia que no aguantaban cinco lustros sin que apareciera el robo a mano armada, el tráfico ilegal o la sangre que bautizaba de héroes a los genocidas que todo lo justificaban en nombre de la Patria”. (62)

La voz narrativa presenta otro tipo de hombre en el cuento “El General”, dedicado al abuelo de Jeanette Miller. Este cuento es una especie de panegírico. “Era alto, grueso, la piel oscura, el pelo lacio y negro. Nunca recuerdo que nos regañara o tratara de pegarnos, su sonrisa nos iluminaba el día, y sus maneras lentas y cariñosas sembraron en las tres este constante buscar ternura que nos ha llevado a la desgracia”. (35)

La novela La vida es otra cosa salió en el 2007. En ella se realza el papel de la mujer dentro de un ambiente desafiador que es el de subsistir en pobreza y luchar por salir adelante lo cual, más que nada, significa el buscarse una manera para llegar a lo’ paíse’, ganar lo suficiente para poder volver a su pueblo y poner un negocio y hacerse respetar. Este es el caso de Yudelka, la hija de Leticia: “Trigueña, con un cuerpo escultural, sus rasgos eran duros, y eso la hacía parecer mayor. Llevaba el pelo largo teñido color caoba. Usaba ropa pegada al cuerpo y aretes grandes y brillantes que actuaban como foco de atención. Ya ni se acordaba que a los doce años se había acostado con un noviecito que sabía menos que ella y a partir de entonces se sintió libre de hacer lo que le diera la gana. Su mamá vivía con un tíguere que estaba más preso que en la calle y le daba unas pelas de las que ella huía metiéndose en la casa parroquial. Aunque iba al catecismo de los sábados, nunca puso verdadera atención a lo que el cura decía y se la pasaba mirando los carros de los ricos y los vestidos que las señoras traían de fuera, prometiéndose que algún día tendría todo esto”. Yudelka va a la Capital donde ejerce la prostitución bajo la tutela de Petra, quien le explica los pormenores de ser “trabajadora sexual”. Petra, como su nombre mismo lo indica, es resoluta en su negocio. Dirige un salón de masajes limpio y organiza “a las que quieren venderse; nada de engaños, ni forzamientos, ni violaciones, y el día que quisieran irse lo podían hacer”. El estigma social carga fuertemente sobre estas muchachas, sin embargo, ya que sus familias “creían que ellas eran sirvientas en la Capital, por lo que rogaban a Dios que nunca supieran que eran cueros porque hasta se quitaban la vida de vergüenza”.

A Yudelka se le presenta una momentánea oportunidad para salirse de la prostitución al conocer a un periodista llamado Rafael. Pero Rafael aparece muerto de un balazo recordándole al lector de los otros temas subyacentes en la narrativa de Jeannette Miller, los de la violencia, la opresión, y la falta de libre expresión. Yudelka comprende desde ese momento, que sólo podrá ganarse el dinero para poner su salón saliendo del país.

María, cuyo nombre mismo universaliza su situación, ha tenido doce hijos con su esposo Tito. “Nunca paraba de trabajar. Dejó a su esposo y se mudó al pueblo de Vengan a Ver después de cuarenta años de matrimonio cuando éste la engañó con una joven que María había contratado para ayudarla en la casa. Desde niña María aprendió que el que no trabaja no come y aunque el dinero no es lo principal, ayuda a que no te miren mal amigos y familiares. Por eso siempre hacía por ganarse sus pesos, así no tenía que pedirle a nadie nada y podía resolver cuando le diera la gana. Según sus cálculos y los de la sociedad del pueblito Vengan a Ver solo tres de los doce hijos le salieron bien a María: Felipe y Maritza se fueron a estudiar a la universidad y Chino, el menor, se quedó a vivir con ella en el pueblito.” Martina, la mamá de Miguel es otra sobreviviente. “Alta, delgada, de piel clara, Martina estaba llena de arrugas y se le dificultaba caminar. Había sido una mujer trabajadora y de un solo hombre. Cuando el papá de Miguel murió, el cura tuvo que pagarle la caja, porque Clodomiro no dejó ni para colar café en el velorio. Al otro día madrugó para recoger en el mercado los víveres que se caían de los camiones y rematarlos en la puerta de su casa; así pudo darle comida a su hijo hasta que él trabajó y comenzó a ayudarla.” De hecho, le fue muy bien a Miguel, como quien dice, porque se enriqueció vendiendo drogas o como lo justifica otro personaje, es comerciante, en la Capital y luego en Nueva York. Luego Miguel se involucra también con el negocio nefasto de los pasajes en yola hacia Puerto Rico.

Lurdes no es de Vengan a Ver. “Escogió ser profesora para aportar al mejoramiento de su país. Había soñado con dar clases en el interior y cuando el Departamento de Extensión le ofreció las cátedras en el Suroeste, inmediatamente aceptó. El lugar estaba frente al mar, pero tenía partes muy sucias y la gente se veía atrasada, primitiva. Había alquilado una habitación donde una señora que vivía cerca de la universidad, y aunque era una casa humilde, estaba muy limpia, tenía teléfono y televisión, y sólo vivían la señora y un hijo adolescente”. Poco después de llegar al pueblo se hace muy amiga del párroco, el padre Cusa, una alianza propicia con un propósito pedagógico y para el bien común de Vengan a Ver. En la voz de Martina: “Lurdes era esa muchacha buena, simpática e inteligente que ella no se explicaba cómo había ido a parar a ese pueblo de sal y de guasábara, cundío de haitianos y brutos maleducados. Que era amiga del párroco. Que vivía donde María. Que trataba a los pobres como a iguales y que le gustaba caminar en vez de andar montada en vehículos…. Que le había mejorado la letra a Chino, y a ella quería enseñarle la escritura. Que en su cuarto no cabían los libros y que tenía poca ropa. Que pagaba las vacunas a los nietos de María y las medicinas a Tito. Y que no era ninguna pendeja.”

A mí no me gustan los boleros es una colección de cuentos que sale en 2008. El primer cuento de la colección “Yo no quiero piedras en mi camino (guaracha)” es la historia con la cual hoy en día se identifica la mayoría de las mujeres que trabajan para ayudar a mantener el hogar sin recibir ningún apoyo por parte del marido en la casa. donde también hay que trabajar: “Ella tenía que matarse trabajando para pagar la comida, el teléfono, el agua, la luz, la sirvienta, que apenas la veía llegar de la oficina salía corriendo para irse a su casa. Entonces soltaba la cartera, se quitaba los zapatos y antes de que pudiera sentir el piso fresco, los niños se le arrojaban encima para que viera las tareas, les comprara dulces, les arreglara los uniformes, hasta que le cogía la medianoche sin haberse bañado, sin haberse teñido, sin ganas de nada que no fuera tirarse en la cama para poder dormir.” Y lo que se entiende aquí es que esta mujer – que es tanta de las mujeres del mundo – tampoco se interesará en tener relaciones sexuales, ya que no puede rendir ni una gota más de su pobre ser.

Siguiendo lo del tema de relaciones sexuales y un papel que la mujer se ve obligada a adoptar dentro de un sistema patriarcal que no da cabida a la realización sexual de la mujer está la sirvienta de la doña en el cuento “Martina”. Lo único que cuenta, es que el hombre esté satisfecho. El cuento es un monólogo pronunciado por Martina en el que la sirvienta explica que ya a sus treinta y seis años está cansada y se quiere ir al campo: “poque no me diga uté que acotase con un hombre no ej tremendo trabajo, y lo peor de to’ej el suto, no se vaya a da’ cuenta que uté le ta haciendo una película pa que termine rápido y no la molejte y la deje dormí. Y ahora que ya creía que iba a decansá, ‘toi viendo que si no le hago caso al viejo, puede que ni me lleven loj nieto cuando tenga hijo, eso no son má’ que uno desagradecío. Pero así e’ la vida y uno tiene que aprovechá laj oportunidade y parece que ete viejo me lo mandó Dio. E’ verdá que e’ prieto y dicen que tiene máj de sesenta año…Lo único que tengo que hacé e’no abrí la boca, decile que sí a to’lo que pida, y cuando le entren gana, que no creo que sean mucha, eso no tiene ciencia, uno abre laj pierna y se pone a contá.”

Isabel Z. Brown. Chair of Department of Modern and Classical Languages. University of South Alabama. Estados Unidos.

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