Jeannette Miller,  la rebelde amorosa

Jeannette Miller,  la rebelde amorosa

El Premio Nacional de Literatura 2011 a Jeannette Miller reviste un doble significado: hacer justicia a una obra literaria y crítica indispensable y a una ética personal incuestionable, y ser conferido a una mujer excepcional que desde joven ha trabajado en arte y literatura, con tenacidad de hormiga y envidiable determinación.

¿Qué podemos decir de Jeannette Miller, cuyo nombre arrastra ecos de otras lenguas, aunque es una dominicana raigal? Manuel Rueda la definió como una “rebelde amorosa”, para compendiar esa rara mezcla de agresivo talante y ternura esencial que ella reúne, cuyos descarnados versos nos golpean por su dureza, y al mismo tiempo una melancolía que cala en nuestro espíritu.

 Es Licenciada en Letras y ha sido profesora de varias generaciones, a las que entrenó en las técnicas de ortografía y redacción. Su producción a lo largo de cuatro decenios es enorme, con cincuenta títulos de poesía, narrativa, historia y crítica del arte, veintidós trabajos realizados en colaboración con otros autores, y más de quinientos artículos en revistas y periódicos nacionales y extranjeros, que le han ganado reconocimiento internacional y numerosos galardones, incluyendo el Premio Nacional Feria del Libro Eduardo León Jimenes 2007.

Hace muchísimos años, me impresionaron los poemas de “Fórmulas para combatir el miedo” (1972), un libro que la retrató como poeta aguerrida e iconoclasta, quien en un intento por definirse lanzaba sus versos al viento como disparos contra los falsos ídolos de una etapa oscura y desgarradora.

En esos poemas ella deambula por calles de una urbe sucia y pestilente, donde todavía quedan restos del odio provocado por la guerra de abril. Ese libro presenta una cara distinta de la ciudad –la otra cara la ofrece “El viento frío”, de René del Risco–, para proclamar su indignación sin deslizarse por la pendiente del panfleto, buscando refugio en su “mecedora enana”, en los “pesados muebles de caoba” de su casona colonial y los espacios húmedos donde calmaba su soledad y su amargura.

Luego de haber sentado su noción de la mujer como “piedra”, “tronco vital”, “madre de todo el orbe” en “Fórmulas para combatir el miedo”, prosiguió su exploración interior y del sujeto femenino en “Fichas de identidad / Estadías” (1985), donde profundiza en su concepto de la mujer, partiendo siempre de sí misma, en una dolorosa búsqueda que la lleva a redescubrirse mientras ausculta una ciudad donde la muerte campea por sus fueros, provocando un vacío insoportable.

Cuando uno repasa su contribución a la historia y la crítica de arte en la República Dominicana, no puede menos que quedar asombrado ante una labor en verdad extraordinaria, tan exhaustiva, profunda y analítica, donde se ponen de relieve los hechos que han jalonado el desarrollo de las artes visuales de nuestro país.

 La labor de investigación, estudio y divulgación del arte dominicano llevada a cabo por ella, prueba su entrega a la dilucidación de los asuntos medulares del ser dominicano en el arte nacional, su incansable búsqueda de un perfil lo más aproximado posible de la dominicanidad, su tenaz indagación sobre los rasgos de una identidad, un concepto que engloba heterogeneidades, contradicciones y diferencias abismales entre la colectividad histórica a la que pertenecemos.

En este sentido, sus ensayos y artículos críticos constituyen auténticos hitos en el panorama cultural criollo, que ella ha sabido vincular con otras expresiones antillanas y continentales. Pero no sólo eso, sino también la presencia de la mujer en las artes visuales, la literatura y el pensamiento dominicanos, y la relación entre  poesía y pintura, como consta en su libro “Textos sobre arte, literatura e identidad” (2009).

Nuestra distinguida autora ha fijado su atención en los pequeños y los grandes artistas del país, por entender que forman parte de un ‘corpus’ distintivo en el concierto de las artes plásticas hemisféricas. De todos esos trabajos hay que destacar su acierto al ocuparse de personalidades cimeras, entre las cuales podemos mencionar a Hernández Ortega, Vela Zanetti, Giudicelli, Rincón Mora,  Noemí Ruiz, Gaspar Mario Cruz, Domingo Batista y Peña Defilló.

Si he dejado para el final unos breves comentarios sobre su obra narrativa es porque ya era una autora consagrada cuando publicó su primer libro, “Cuentos de mujeres” (2002), seguido por la novela “La vida es otra cosa” (2005), y “A mí no me gustan los boleros” (2009), galardonado con el Premio Anual de Cuento.

“Cuentos de mujeres” presenta el mundo de la mujer dominicana en una sociedad autoritaria, visto con los ojos de las mujeres o contado por éstas. Los cuentos de Jeannette están llenos de hermosas insinuaciones y sutiles matices, que van del tono confesional a la remembranza íntima, del coloquialismo barrial a la narración objetiva.

Este orbe narrativo se caracteriza por el tono directo, escueto, de fuertes pinceladas con las que describe una situación y ofrece el esbozo de un personaje. Aborda los temas con pulso seguro, sin dejarse tentar por las digresiones.

Respecto a “La vida es otra cosa”, constituye un amplio fresco de tonalidades goyescas sobre la sociedad dominicana contemporánea, y marca la diferencia entre un ‘antes’ y un ‘después’, ya que sería difícil encontrar una obra de notable factura cuyo autor universalice el drama de las clases oprimidas y lo haga al margen de sentimentalismos y denuncias ideológicas, sin caídas en el manejo del lenguaje, a través de una densa estructura, nítida y fluida.

Ahora solo me resta expresar mis sentidos parabienes a Jeannette Miller, nuestra autora galardonada con el Premio Nacional de Literatura 2011, congratular a los miembros del jurado, y especial a la Fundación Corripio, en la persona de su presidente, don José Luis Corripio Estrada, por este acierto tan esperado y aplaudido, y exhortarle a mantener su patrocino al más alto galardón con el que se reconoce a un autor en nuestro país, por la labor de toda una vida de entrega a la literatura.

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