Jefes y jefecitos

Jefes y jefecitos

La historia política de América Latina está íntimamente ligada al caudillismo. El origen del caudillo como figura social se ubica en la colonización, según muchos historiadores, pero en la independencia y post-independencia, se hizo poco para erradicar los jefes y jefecitos.

Por el contrario, todo político que ha podido, y así sigue ocurriendo, se aferra a esta condición. El fenómeno ni siquiera es particular a la política, se observa en las comunidades, en las organizaciones sociales, y en las iglesias.

El primer indicador de un caudillo es asumir que es mejor o está más capacitado que los demás para realizar una función de dirección. El segundo es promover un grupo de seguidores (grande o pequeño) que alimente tal suposición. El tercero es mantener a los súbditos sin poder de cuestionar la autoridad – por eso el caudillo logra apoyo y lealtad a cambio de dádivas. El cuarto es utilizar recursos, con frecuencia públicos, para hacer realidad la fantasía de superioridad.

En la República Dominicana, el caudillismo tiene un largo historial y no da muestras de finiquitar. Para no sumirnos en la historia lejana, de muestra tenemos los últimos 50 años, una época de oro de los caudillos ilustrados: Joaquín Balaguer, Juan Bosch y José F. Peña Gómez.

Balaguer concretizó su jefatura en el Estado y fue el Presidente consumado porque engendró el proyecto conservador de los principales grupos de poder. Bosch y Peña Gómez lideraron partidos liberales con una devoción a ellos y dependencia de ellos.

Sin el jefe Balaguer, el reformismo colapsó por la lucha entre jefecitos. Sin el jefe Peña Gómez, el PRD está atascado, en parte también, por la lucha entre jefecitos. Sin el jefe Bosch, el PLD heredó un jefe ungido por Bosch y Balaguer.

En el PRD post-Peña Gómez, Hipólito Mejía fungió como jefe en el 2000-2004. Aplacó muchos aspirantes a jefecitos de ese partido, dándoles altas posiciones en el gabinete. Después de su salida del gobierno en el 2004, en medio de una hecatombe económica, redefinió su jefatura en torno al paternalismo campechano. “Llegó Papᔠes ahora slogan de campaña, y según ha declarado el mismo Mejía, le encanta cuando le dicen Papá.

Miguel Vargas ha intentado imponer una jefatura burocrática y conservadora, pero carente de contenido y simbología política, que no tiene asidero en el PRD ni en la política dominicana. Por eso ha tenido tanta dificultad en pegar como jefe político. Su poder en el PRD ha devenido del vacío de liderazgo en ese partido, más que de su propia fuerza para establecer una jefatura convincente y de arrastre.

El PLD post-Bosch tuvo la ventaja de que las circunstancias políticas de mediados de 1990 facilitaron la identificación de un joven político que en aquel entonces no tenía perfil de jefecito. Era ilustrado pero sin jefatura. Por eso Bosch lo llevó de acompañante vicepresidencial en las elecciones de 1994. Luego Balaguer, impedido de presentarse en el 1996 por la reforma constitucional de 1994 (que tuvo como objetivo principal terminar con su jefatura), ungió a Leonel Fernández para evitar un triunfo de Peña Gómez.

Cuando la historia política dominicana se entiende desde el caudillismo (incluidos jefes y jefecitos), se llega fácilmente a la comprensión de la situación actual de los partidos políticos.

El PRSC se desmembró y se vendió al mejor postor. El PRD está atascado porque ninguno de sus principales jefes logra concitar suficiente apoyo para ser jefe indiscutible. Y el PLD tiene un jefe indiscutible que no quiere otros jefes y jefecitos.

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