Jericó, la ciudad más antigua del mundo

Jericó, la ciudad más antigua del mundo

El  mercado situado en una antigua mezquita de la ciudad brilla con sus frutas y verduras. Sus habitantes abren al viajero las puertas de sus casas, de sus comercios, orgullosos del entorno que les rodea y guardianes de los legendarios acontecimientos sucedidos en estos lares.

Pasear por Jericó significa retroceder en el tiempo. Una de las esencias del lugar son las ruinas de lo que fue la ciudad de Jericó situada hoy en Tel as-Sultán. Los restos arqueológicos de esta antigua urbe ofrecen historias como la de los israelitas tomando la ciudad y entrando así en la Tierra Prometida después de deambular por el desierto durante 40 años.

Según cuenta la Biblia, después de que los israelitas marchasen alrededor de la ciudad una vez al día durante seis días, el séptimo día anduvieron alrededor de ella siete veces. En la séptima vuelta, los sacerdotes soplaron las trompetas, las personas gritaron y las paredes se cayeron pudiendo así  irrumpir en Jericó. Desde entonces, la ciudad cayó sucesivamente en manos de distintos pueblos. Por allí pasaron los fariseos, los persas, los griegos, los sarracenos, los sirios, de nuevo los israelitas, los romanos, los árabes, los turcos, los ingleses, los palestinos…

Un gran puzzle

En la actualidad, la riqueza arqueológica de Jericó es de tal magnitud que se puede ir encajando la historia de este oasis pieza a pieza como si de un gran puzzle se tratará. También Jesucristo se dirigió a esta zona. Tras ser bautizado por San Juan Bautista en el río Jordán se retiró al desierto que circunda la ciudad e hizo frente al diablo sobre un pico que en la Biblia se denomina Monte de las Tentaciones.

“El Espíritu condujo a Jesús al desierto para que el Diablo lo pusiera a prueba. Jesús ayunó cuarenta días con sus noches y al final sintió hambre. El tentador se le acercó y le dijo: “Si eres Hijo de Dios, di que las piedras éstas se conviertan en panes”. Y él le contestó: “Está escrito: No solo de pan vive el hombre, sino también de todo lo que diga Dios con su boca”. (…) Después se lo llevó el Diablo a una montaña altísima y le mostró todos los reinos del mundo con su esplendor diciéndole: “Te daré todo esto si te postras y me rindes homenaje”. Entonces le replicó Jesús: “Vete, Satanás, porque está escrito: Al señor tu Dios rendirás homenaje y a él solo prestarás servicio”. (San Mateo 4, 1 y siguientes). 

Hoy, desde las faldas de la áspera y abrupta montaña se pueden observar las murallas y los edificios de un espectacular complejo monástico ortodoxo griego, construido en la segunda mitad del siglo pasado. Una gruta, transformada en capilla, indica el sitio en el que Jesús ayunó durante cuarenta días y cuarenta noches desafiando a Satanás.

Musulmanes y cristianos “todos hermanos”

Ashad Smirat tiene 45 años, es palestino cristiano y padre de cinco niños. Hace apenas seis meses abrió un café en la misma falda del Monte de las Tentaciones. Smirat asegura con honra que nunca sería capaz de abandonar la tierra donde nació. “Antes de casarme tuve una novia americana que me propuso marcharme con ella, pero yo no acepté porque alejarme de este suelo sería como perderme a mi mismo. Aquí está mi historia. Aquí en Oriente nació, vivió y murió Jesús”.

Smirat cuenta que a pesar de que los musulmanes son mayoría, todos viven en paz y en respeto mutuo. “Hay más musulmanes que cristianos, pero no hay problemas entre nosotros. Todos somos hermanos. Nos respetamos y apoyamos porque tenemos el mismo problema: la ocupación y la pobreza”.

Lo mismo opina Mohamed Karuish, de 43 años, musulmán y padre de siete hijos. Karuish se dedica a vender café, zumo natural y té a los turistas sobre una mesa plegable que coloca a pocos cientos de metros de la tienda de Smirat. 

El palacio de hisham 

“Amo a todo el mundo. Judíos, cristianos o musulmanes”, asegura Karuish rodeado de su esposa y de todos sus hijos. Karuish conoce la historia de Jesús y la respeta, sin embargo, para él el legado más importante que existe en esta ciudad es el palacio de Hisham. En el pasado los gobernantes utilizaron Jericó como lugar de retiro cuando el calor era insostenible. Uno de ellos fue Hisham, el décimo califa Ummayid, que construyó el fabuloso palacio en el siglo VIII, a unos tres kilómetros de la ciudad.

Las piedras del palacio son sobrecogedoras y el suelo muestra ejemplos de los más excelsos mosaicos islámicos. Tan fascinantes que según Sam Bisisi, guía del palacio, Laura Bush en su viaje a Oriente Medio visitó las ruinas de Hisham y al ver el Hamam (baño en árabe) “se enamoró de los mosaicos y donó un millón de dólares para que fuesen restaurados”.

Pocos kilómetros al sur del palacio se halla el manantial de Elaiya, fuente que según los judíos purifico al profeta Elías después que fuese perniciosa para las cosechas. En este oasis de entremezcladas culturas cualquier viajero podrá encontrar un refugio donde olvidar la violencia que viven israelíes y palestinos. A diferencia de otras ciudades de Cisjordania, en Jericó se respira paz y sosiego.EFE-REPORTAJES

Publicaciones Relacionadas

Más leídas