En el Evangelio de hoy, Marcos 6, 1-6, la gente se asombraba de la sabiduría de Jesús y se preguntaba: “¿No es este el carpintero, el hijo de María?”.
Jesús fue uno de tantos y por eso mucha gente no lo tuvo en cuenta. Este Jesús nos puede ayudar a mirar a nuestro pueblo.
Uno de los mayores errores de nuestra cultura y de nuestros gobiernos es el arrogante desprecio de los sectores populares.
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A las personas que se trasladan de un lado a otro en carros elegantes con aire acondicionado, los que podemos colgar un título en las oficinas, expresarnos en lenguas extranjeras, echar mano de poderosas relaciones, contrastar nuestros cocos con los tilos y flores de otras latitudes, tendemos a minusvalorar, a la gente apretujada de los conchos y las voladoras, tan creativas, ciudadanos cuyas relaciones alcanzan al colmado de la esquina, donde ya deben el sueldo de la próxima quincena.
¡Qué país tendríamos el día que un gobierno por fin tome en serio a su propia gente! Con los dominicanos de a pie que conozco, se puede contar ahora mismo para resolver la carencia de viviendas dignas, la energía, las guarderías infantiles, el manejo de la basura, el tránsito asesino, el transporte y la educación pública secuestrados, el financiamiento de caminos vecinales, cultivos, reforestación y acueductos rurales.
Eso sí, nada de gobiernos inflados, fábricas de clientes mendigos. Basta empoderar a las organizaciones populares, mientras se renuncia a la promoción de los “compañeritos”.
Los corruptos siempre regalan, pero sudar como uno más, debajo de la cruz que carga el pueblo, es otro cantar.
En los barrios y campos dominicanos, malvive gente sabia, capaz de compartir la mitad de su arroz y habichuelas con un “agárrate de ahí”, y sellar un contrato con un apretón de manos.
¡Ya es hora!