Jesús debe nacer en el corazón

Jesús debe nacer en el corazón

Un hecho histórico incontrovertible es que “Jesús nació en la humildad de un establo, de una familia pobre; unos  sencillos pastores son los primeros testigos del acontecimiento. En esta pobreza se manifiesta la gloria del cielo” (Lucas 2, 8-20).

Creo que el nacimiento de Jesús traza un surco indeleble en la historia de la humanidad. La experiencia terrena de Cristo nos devuelve la imagen de un hombre cuya doble naturaleza, humana y divina, ha dejado un mensaje inmortal, transmitido durante veinte siglos, y que aún hoy marca con su sello una vastísima porción de la conciencia, del pensamiento y del credo universal.

Porque, sencillamente, el nacimiento de Jesucristo, el ungido, el Hijo de Dios,  desencadenó una serie de acontecimientos que llevó a la creación de la fe cristiana y su difusión por el mundo. Conocer su palabra surte un efecto que renueva individualmente.

Un par de visitas giradas a Tierra Santa, Israel, entre los años 2000 y 2007, específicamente a la Basílica de la Natividad, surgida en Belén sobre el lugar venerado por los peregrinos desde tiempos remotos, figura entre las grandes experiencias en mi vida espiritual y profesional.  Atravesar Puerta de la Humildad derrumba el orgullo de cualquier ateo. Pequeñísima, mide 1.20 metros de altura y, agachándose conduce al interior, como si se entrara en una oquedad, para luego llegar hasta la Gruta de la Natividad, la nota de mayor significado religioso e histórico. Este pequeño recinto, parcialmente revestido de ornamentaciones marmóreas, encierra el Altar del Nacimiento de Cristo: una estrella de plata iluminada por quince lámparas del mismo metal, que simbolizan las distintas comunidades cristianas, indica el lugar del nacimiento del Salvador.

“Amaos los unos a los otros, como yo os he amado”, constituye el núcleo de la vida de Cristo.

Jesús debe nacer en nuestro corazón.

¡Feliz navidad!

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