Jesús, ese gran desconocido

Jesús, ese gran desconocido

RAFAEL TORIBIO
Ese es el título de un interesante libro escrito por el periodista Juan Arias, que fue por muchos años corresponsal del periódico El País en Roma y que se ha especializado en escribir una especie de biografía interpretativa sobre la vida, obra y significado de personalidades, después de haberlas sometido a entrevistas a profundidad, investigación documental o rigurosa observación. Producto de esta intención y metodología son sus obras Las confesiones del peregrino (Paulo Coelho), Un Dios para el Papa (Juan Pablo Segundo), El arte de vivir (Fernando Savater) y Jesús, ese gran desconocido (Jesús de Nazaret).

Como la Semana Santa representa para una buena parte de la humanidad un alto en el camino, una oportunidad para recordar y reflexionar sobre la vida, en especial sus últimos días, de quien habiendo nacido en un lugar recóndito del Imperio Romano dividió la historia en un antes y un después, y más de mil millones de personas, en distintas culturas y regiones del mundo, siguen sus enseñanzas, he querido compartir con mis lectores algunas consideraciones y reflexiones sobre la vida y el mensaje de Jesús, sobre la base del libro de Juan Arias.

La tesis principal del libro es que, desde el punto de vista científico, que debe basarse en hechos y datos comprobables, se sabe bien poco de Jesús, pero que no obstante esto, su doctrina y su iglesia han permanecido y sus seguidores y creyentes se han esparcido por todo el mundo. El hecho cierto, además de paradójico, es que conociéndose científicamente tan poco sobre Jesús, ha sido el personaje que más ha influido en toda la historia de la humanidad y la institución que fundara para organizar y propagar sus enseñanzas, pese a todas las dificultades, por ser administrada por seres humanos, con sus fortalezas y debilidades, ha permanecido en el tiempo.

Antes de exponer las certezas disponibles sobre la vida de Jesús y las características más importantes de su mensaje, Arias nos hace partícipes de sus consideraciones sobre los cuestionamientos y dudas que rodean la vida de quien se consideró, y fue considerado, el Mesías, y el hijo de Dios. Primero hace la distinción entre lo que con relación a Jesús pueden ser consideradas «pruebas históricas» y «pruebas teológicas o testimoniales», para afirmar que la mayoría de los documentos, incluyendo a los Evangelios, son más testimonios que datos científicos. Además, señala el hecho de que habiendo dividido la historia de la humanidad en un antes y en un después de su nacimiento, la referencia histórica de Jesús y de sus actividades es muy vaga en los historiadores de la época, como son los casos de Filón de Alejandría, Flavio Josefo y Tácito.

Los Evangelios, considerados y defendidos como los documentos donde se expone con mayor claridad la vida de Jesús y sus enseñanzas, a juicio de nuestro autor, son más pruebas testimoniales que históricas, que fueron escritos con una finalidad religiosa, no histórica. La razón de esta afirmación es que fueron escritos por personas que vivieron algún tiempo después de la muerte de Jesús, es decir, no convivieron con él, por lo que no pueden ser considerados testigos; la forma en que es presentado el contenido de cada Evangelio por su autor indica que fueron dirigidos a públicos distintos, con propósitos diferentes. Por otro lado, cada evangelista hace evidente que más importante que los hechos es la interpretación de ellos para que el mensaje de Jesús sea comprendido y asumido por sus seguidores.

Además de lo anterior, Juan Arias afirma que existen dudas razonables sobre la fecha concreta y el lugar de nacimiento de Jesús; lo que hizo durante su juventud, evidenciando conocimiento sobre las Escrituras y dominio de varias lenguas; cuál fue la verdadera razón de su condena y de quién fue la decisión; el día exacto en que fue crucificado, y de todas las expresiones que se le atribuyen haber dicho, cuáles realmente pronunció.

Sin embargo, a pesar de todos estos cuestionamientos y dudas, hay certeza histórica de su existencia, de su vida, de su muerte, de su influencia en todas las manifestaciones humanas, por lo menos en Occidente, y de su permanencia a través de quienes le siguen y observan sus enseñanzas. Está fuera de duda su existencia y el impacto de sus enseñanzas en su tiempo y en el nuestro; las inquietudes surgen respecto a las precisiones históricas a que se aspira, sobre todo en una materia donde la fe es mucho más importante que los hechos.

¿Por qué, a pesar de que se conoce tan poco científicamente de Jesús, sus enseñanzas han tenido tanta influencia en la historia de la humanidad? Quizás porque «en él se ha ido concentrando la gran utopía de la historia, la cual anida en el fondo de toda persona humana, sea de una creencia religiosa u otra. Esa utopía tejida con las aspiraciones más nobles, como la de la paz y el amor universales, la de la liberación de todos los oprimidos de la tierra, la de las ansias de justicia de todos los humillados, la que sueña con el respeto a la libertad de conciencia y a los derechos fundamentales del hombre, la utopía de la solidaridad universal y de la lucha contra la soledad que oprime y mata, la de la búsqueda de la diversidad como riqueza para todos… Puede ser que en Jesús de Nazaret cada ser humano siga viendo un ideal personal, espiritual, social y hasta político. Como si en él se proyectaran los sueños mejores de un mundo mucho más humano y abierto al misterio, ese misterio de la vida y de la muerte que nadie ha sabido aún descifrar satisfactoriamente y al que la humanidad sigue buscando sentido …»

Para que su mensaje fuera comprendido por todas las personas, especialmente por las más humildes, Jesús utilizó el recurso de la parábola y la referencia a lo cotidiano, con un gran sentido poético, según el autor de la obra. Estas son sus palabras al respecto: «Si el poeta es quien sabe expresar con palabras el sentido oculto de las cosas y los sentimientos más escondidos del ser humano, Jesús fue un gran poeta. ¿Y no son sino una poesía las bienaventuranzas, ese desafío a todas las convenciones de la historia en las que se profetiza que los que lloran serán felices, como también los que padecen hambre y persecución, los que aman más la paz que la guerra, los humillados y no los poderosos, porque al final serán ellos los consolados, los saciados y los exaltados? ¿No es esta poesía lo opuesto al gran poema de todos los tiempos en que se envidia y admira a los ricos, los hartos, a los violentos, a los fuertes y a los que ríen y son capaces de adueñarse del mundo con la fuerza? ¿No son las bienaventuranzas la poseía que siempre soñaron escribir y declamar todos los parias de la historia? ¿Y la oración del Padrenuestro? ¿No es la gran poesía que revoluciona la imagen tradicional del Dios vengador y juez implacable, para arrodillarse ante un Dios padre que a quien le pide pan y perdón no le da un escorpión, sino que le ofrece compasión y esperanza? Y también pan, pan real, amasado al horno, para que nadie tenga hambre sobre la tierra.

Antes de ser apresado, para ser condenado y luego crucificado, Jesús exclama «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»¿Cuál pudiera ser el significado en estos tiempos nuestros de ese grito pronunciado hace más de dos mil años? Para el autor, «es el grito de la humanidad doliente ante la desesperación de no entender el enigma de la vida; el grito de todos sus compatriotas judíos en los viles campos de exterminio; el grito de cuantos se sienten injustamente humillados por el poder o la avaricia de los dominadores. El grito de todos los torturados por las dictaduras; el de las madres que lloran a sus hijos inútilmente sacrificados en las guerras; el grito que sale de todos los manicomios del mundo ante el misterio desesperante de la psique torturada; el grito de dolor de cuantos mueren sin saber por qué mueren. El grito de miedo de cada recién nacido ante el misterio de la nueva vida».

Jesús encarna las ansias más profundas de todo ser humano y de la humanidad misma. Representa las utopías que aún deben realizarse, los valores que esperan ser asumidos y respetados, la solidaridad que no se queda en la compasión, sino que exige justicia, la reivindicación de los que sufren y el reconocimiento de la dignidad de cada uno de nosotros. Significa también la respuesta a la incógnita de la muerte: la muerte como tránsito hacia la vida eterna, que debe ser esperanza para todos y certeza para el creyente, hace realidad esa sed de trascendencia y eternidad que tiene todo ser humano.

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