El profeta muchas veces expresa un mensaje incómodo que sacude nuestras seguridades. Consideramos afortunada a la gente de recursos. A los pobres los tildamos de infelices, les toca resignarse a su suerte.
En el Evangelio de hoy, Lucas 6, 17.20 – 26, Jesús sacude a sus discípulos y el pueblo: “Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios”. Luego declarará dichosos a los hambrientos, los que lloran, los odiados, y a los excluidos e insultados por su causa. Inmediatamente, expresa su pena y rechazo por los ricos, los saciados, los que ahora ríen y los aprobados por todos.
Enciendo mi pobre lucecita sobre un pasaje disputado por ejércitos de especialistas. “En el mundo griego, el adjetivo dichoso (makarios) denotaba la felicidad interior de una persona”. Dichosa era la persona afortunada. Los dioses griegos eran dichosos.
En el Nuevo Testamento, y ante el anuncio del Reino, el término “dichoso” contrasta con lo valorado por la gente como felicidad. El “ay de ustedes los ricos” según Joseph Fitzmyer en su comentario de Lucas, expresa “el rechazo, la descalificación, el dolor y el padecimiento”.
El nuevo orden que Jesús está anunciando y construyendo, beneficia a los pobres, los hambrientos, etc., que no confían en el hombre (Jeremías 17, 5 – 8). Cuando la historia entre en la eternidad, porque nuestra esperanza no es solamente para esta vida (1ª Corintios 15, 12. 16-20), su hambre será saciada. En cambio, los ricos dan pena, como ya tienen su consuelo, se excluyen ellos mismos de ese orden desde ahora.
Cuando la historia alcance su fin definitivo, la risa de los que ríen mientras otros lloran, se trocará en llanto, la hartura en hambre y la aprobación de los tiranos, aparecerá como un aplauso podrido, sueldo de farsantes.