Jimaní aun llora a los suyos

Jimaní aun llora a los suyos

JIMANÍ, Independencia.- Caminando por el cerro, con pasos lerdos y el rostro entristecido, un grupo de mujeres lloran a los suyos. A un mes de que el río se los llevó, aún el dolor no se ha marchado.

Sus lágrimas evidencian lo que sienten. Después de acudir a una misa en memoria de los que no están, les cuesta hablar sin llorar.

«Nosotros venimos de una misa que se hizo para todos. Yo perdí a mi hija, de 33 años y a mis dos nietecitos, uno de ocho meses y otro de tres años. Mi hermana también se fue con los hijos, que eran siete. Nosotros sentimos el mismo dolor que el primer día que comenzó. Todo el tiempo aquí va a ser igual, como si no pasara. Aunque pasen los días, seguiremos así», contó Elba Milagros Matos, quien residía en Las 40.

Quejándose de que se quedó sin nada, Matos dijo que los más duro ha sido perder a su familia. «Es muy duro, durísimo, recordar lo que pasó. Quedamos muy pocos en la familia, nosotros también somos de los Nova. En una casa quedaron uno y dos, es como para que no se acabe la familia entera».

Para Elsida Pérez Florián, sobrina de Matos, ha sido muy fuerte ver morir a su madre y sus hermanas. Pese a ello, lo que más la lastima es recordar que murieron sus dos pequeños de seis y dos años. «Yo me siento muy mal, no sé que hacer», señaló ahogándose en sollozos.

Idalina Nova, que sobrevivió con su hijo y su marido por azar del destino, dice que son muchos los sueños que ahora se han truncado. «Nosotros tuvimos que meternos en una casa donde había refugiados y dejarlo todo en la nuestra. Todo lo que teníamos ahí se nos fue, inclusive diez mil pesos que tenía el marido mío para comprar un motor y ponerse a conchar. Gracias a Dios que, al menos, estamos vivos», sostuvo al referirse a sus familiares más cercanos.

Al hablar de la noche de la tragedia, Nova aseguró que nunca olvidará lo difícil que fue ver a la gente morir sin poder prestarle ayuda.

«Tú veías que la gente pasaba y uno arrinconado en una mata. La gente pedía auxilio y uno sin poder salvarlo. Ese río venía demasiado alto, demasiado».

Producto de aquello, su hijo Angel Miguel Nova no puede resistir el agua. Se pone nervioso, aunque suene exagerado, hasta con entrar en una simple ponchera.

Como estas mujeres, hay otras que caminan por el pueblo. Visten de luto, con el negro y el blanco de rigor y dejan que su mirada se pierda en el infinito. Nadie sabe, todavía, cómo reponerse a lo que les ha pasado.

Tampoco, aunque lo intentan, conocen la fórmula para dejar de temerle a la lluvia. El miércoles pasado, por ejemplo, todos los moradores se pusieron nerviosos, porque en las montañas comenzó a llover.

[b]CAMINATA CONTRA LAS CASAS[/b]

Los damnificados de Jimaní continúan insistiendo en que no desean vivir en las casas que está construyendo el gobierno. Quieren algo mejor, argumentan, y por eso hoy realizarán una caminata desde la zona que fue arrasada.

«Vamos a hacer una caminata desde el lugar de la tragedia, desde La 40, hasta donde están las casitas. Lo vamos a hacer en protesta por las casas que han hecho», sostuvo la dirigente comunitaria Soledad Trinidad.

La marcha, además, tiene como finalidad que las autoridades entiendan que los damnificados desean ser tomados en cuenta a la hora de tomar decisiones.

«Ellos quieren que se les oiga, que se les consulte. Ellos dicen que no tienen ninguna información y que las cosas se hacen sin consultarles. Ellos son los que saben cómo quieren su barrio», agregó Trinidad.

[b]LA ZONA DEVASTADA[/b]

El tiempo parece detenido. En Jimaní, a pesar del mes transcurrido, hay muchas cosas que continúan igual. La zona, arrasada, por ejemplo, aún sigue siendo un inmenso cementerio de escombros.

La única diferencia, aunque no se nota mucho, es que hay una máquina que está moviendo las piedras para dejar libre el espacio que le corresponde al cauce del río Blanco.

El mercado, a tres calles de allí, sigue siendo el corazón del pueblo. Pocos compran, no circula el dinero, pero las marchantas prefieren no pensar en eso. «Desde ese día no compra casi nadie, esto está malo», dice una de ellas mientras acomoda sus especies como si al hacerlo, la jornada se fuera más aprisa.

Para quienes sí transcurre más rápido es para los jóvenes que se bañan en el canal que cruza al pueblo. El agua, fría y cristalina, les hace olvidar por algunos minutos. Eso, aquí, vale oro.

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