Joaquín Balaguer en mi recuerdo

Joaquín Balaguer en mi recuerdo

JOAQUÍN RICARDO
El día 1ro. de septiembre del año en curso se hubiese conmemorado el nonagésimo noveno aniversario su nacimiento en una aldea de Santiago. Al evocarle acuden como un torrente los recuerdos. Aunque tuve la satisfacción de acompañarle en diferentes etapas de su fructífera existencia, en esta oportunidad priman los recuerdos del extraordinario ser humano que se anidó en la materia física de su ser. Desde los albores de mi niñez recuerdo la figura gallarda, de pasos firmes, taciturna y con cierto aire de tristeza que con ternura nos dirigía breves palabras. Así, casi de manera insospechada, se fue forjando en ese ser casi ausente la recia y abarcadora personalidad que ha dejado páginas luminosas en los anales patrios.

En su faz, los inseparables espejuelos que disimulaban la fuerza y determinación de su mirada. Siempre pendiente de toda su familia y de los asuntos de Estado que manejaba en aquellos tormentosos tiempos en que se avizoraba el final del régimen. Tras su liquidación, se iniciaron días oscuros que sólo manos expertas como las suyas podía manejar para lograr abrir las puertas de la transición.

En medio de las ambiciones y de las incomprensiones, llegaba a altas horas de la noche. Ansiosos le esperaban sus familiares cada día. Aún en las crisis, siempre sus palabras de aliento a los familiares, como si desease evitarles sufrimientos por los dolores del parto democrático. Deseaba aislarlos del mundo difícil y hostil de la política. Su figura se perdía mientras ascendía las escaleras que conducían a su habitación de la célebre residencia de la Máximo Gómez 25.

Triunfan las ambiciones y el exilio abre sus dantescas puertas a este hombre que acepta el reto por su país. Desde la calle, montado en el automóvil que lo trasladaba al aeropuerto, le permiten despedirse de una madre parada en la galería de su residencia que lo encomienda a la Virgen.

Su llegada desde New Orleans a New York se produce sin la anuencia de las autoridades del país que le servía de incómodo anfitrión. Aunque atravesaba por difíciles momentos, no desaparecía la sonrisa ni las palabras ni las bendiciones a los escasos familiares que le acompañaban.

La sangre fratricida llena las calles de Santo Domingo, fruto de una contienda inútil. Regresa cuando el país y su madre agonizaban. Le emplazan a salir y responde al emisario que no se va de su tierra. Desea que ese mensaje le sea transmitido al emisor del ultimátum.

Termina la guerra pero la patria está intervenida. Inicia una extensa y agotadora campaña electoral. El triunfo le aguarda como una discreta amante. Inicia el primero de tres mandatos sucesivos. Comienza la lucha armada en su contra. Período difícil que sólo él podía manejar. Se desarrolla el país, a pesar de las incomprensiones de sus propios correligionarios –que llegaron al extremo de planificar su muerte– y la de aquellos que le adversaban. Siempre taciturno, siempre vertical y siempre con palabras de aliento. La muerte comienza a rondar su familia. Su hermana más joven y su madre, fuente de inspiración y de amor, inician el viaje eterno.

Llega el verano de 1978 y las elecciones se pierden por los excesos de algunos de sus servidores, tanto de uniforme como civiles. Sus ojos sucumben al glaucoma y se apagan casi por completo. El exilio, aunque voluntario, compañero indeseable de todo político, le acoge de nuevo.

Dedica sus energías a una ardua lucha por recuperar la visión perdida. Inútil esfuerzo aunque una leve hendija de luz le queda. Sólo puede acariciar sus libros y se encuentra limitado a que le sean sus tesoros. Como San Martín, «escucha la voz del destino que le llama» y regresa a la patria. Soporta estoicamente esta nueva adversidad y aunque no los ve, acaricia los hijos de sus familiares. Siempre sonriendo y derramando bendiciones. Una flebitis le hace abandonar el país. Sus familiares han jurado guardar el más absoluto silencio. Separaba su salud de la vida pública. Se impone su férrea voluntad junto a su fe en el creador.

Mientras tanto, la patria le reclama clamorosamente: Vuelva, vuelva que el país le necesita. Juntamente con el hambre y el desempleo recorría la geografía nacional la consigna del «vuelve y vuelve».

-II-

En 1986 inicia el primero de tres períodos constitucionales. Gobierna con personas que no conoció físicamente. Recupera la nación pero su salud sufre una recaída cuando hay que operarlo en ambas piernas. Envuelto ya en la densa oscuridad de la ceguera absoluta continúa su misión de gobernar esta tierra de ingobernables.

En 1994 el poder imperial, en combinación con los poderes fácticos que él había ayudado a crear, le recorta el período de gobierno con una reforma constitucional absurda. El insigne escritor Manuel Arturo Peña Batlle tenía razón al decir: «Vivimos en el país de lo insólito».

Dos años más tarde, en un acto de desprendimiento regala el poder sin condiciones a un desconocido, al ser recomendado este último por su amigo y compañero de luchas por la democratización del país. Cada quien desde su óptica, pero tras un mismo ideal. Por diferentes caminos, pero con la patria como norte e inspiración.

Comienza el oráculo a emitir consejos desinteresados y a recibir intentos de desconsideración por parte de los mismos que había elevado al gobierno.

Ellos nunca soñaron llegar tan lejos. Entonces pasaron a ser «los nuevos amos del valle» y los máximos exponentes de la ingratitud humana.

Mientras tradicionales adversarios reconocían los méritos de este ilustre ciudadano él soportaba el peso de las enfermedades y el abandono de muchos de sus principales colaboradores que, a sabiendas de que sus condiciones físicas no le permitían un retorno al poder, huyeron de su lado para acomodarse con los nuevos dueños del país.

En el año 2000, consciente de que su espíritu indomable estaba presente pero sus fuerzas físicas no le correspondían, sólo accede a ser candidato para asegurar la unidad del partido. Continuaba la huida de aquellos que dejaban su trayectoria política por canonjías. Desde luego, con otro tinte.

Aquel hombre extraordinario lucía más taciturno. Se concentró en la hermana que le había arrebatado a la muerte y en las pocas personas que formaban su familia. Imagino que estaría preocupado por la suerte de su hermana y sus familiares si él faltaba. Aunque continuaban los reconocimientos, conocía muy bien al ser humano y su consustancial tendencia a querer avasallar al otro.

Hizo todo lo que le solicitaban a favor de su patria aunque no estuviese de acuerdo con el rumbo de las cosas.

Finalmente, la muerte nos lo arrebató en una mañana dominical. Inicia el viaje sin retorno un día feriado para no perturbar las labores del país al que le dedicó sus mejores esfuerzos y por el que entregó su vida.

Hoy, ya convertido en «un poco de cenizas y de gloria», le recuerdo con amor y gratitud imperecederos. A ese recuerdo que me guía y me acompaña en el áspero camino de la vida rindo un sincero y humilde tributo con estas líneas que dedico a su hermana, único eslabón de esa familia que nos queda, así como al agricultor, al ama de casa y al trabajador que tienen su retrato en un altar hecho de veneración y agradecimiento. De igual manera, lo hago con aquellos colaboradores que le ayudaron a levantar la bandera de la dominicanidad sin defraudar su confianza ni empeñar con sus acciones la extraordinaria obra realizada por aquel humilde niño de Navarrete.

Feliz cumpleaños Joaquín Balaguer. ¡Que el ángel del Señor guíe sus pasos hasta la consumación de los siglos!

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