He caído en el ardid del laureado músico y maestro Rafael Solano. No solo el encabezado de su artículo captó mi atención, también el insólito relato publicado en Areito, el sábado 18 de julio de 2009 titulado A quién le creo ¡doctor Balaguer! en el cual se advierte, dada la naturaleza del testimonio, un carácter indirecto propio de un testigo que solo puede afirmar una frágil opinión. Ello así porque el testimonio basado en el crédito de la experiencia ajena, como ocurre con el laureado músico, es un medio de prueba que no podría bastarse a sí mismo. J.J. Rosseau lo explicó de esta manera: Cualquier hombre puede equivocarse igual como yo, pero cuando yo creo lo que él dice, no lo creo porque lo dice, sino porque lo prueba.
De tal aseveración se desprende que la prueba del testimonio es tanto su crítica como su control objetivo. Según los pormenores del relato, la historia, contada al laureado músico por un tocayo suyo de origen cubano, empieza cuando Rafael, en la narración carece de apellido, en el ejercicio de sus funciones como recepcionista del hotel Great Northern de la ciudad de Nueva York, se preocupa por el hecho de que uno de sus huéspedes, tal vez el más distinguido, Joaquín Balaguer, está prácticamente desaparecido.
Durante tres días nadie lo ha visto salir del hotel ni se tiene constancia en la recepción de haber respondido llamadas telefónicas. Hasta aquí lo narrado ya no es historia sino enredo. Para esa época, de forzado exilio, Balaguer había organizado su tiempo. La habitación del hotel se había convertido en una oficina de trabajo con un voluntariado a tiempo completo de diestros mecanógrafos y taquígrafos y de numerosos amigos convertidos en colaboradores desinteresados que lo asistían en sus necesidades diarias.
Era un tropel, mañana, tarde y noche de fraternos y solidarios amigos entre ellos el corresponsal de origen cubano José Aguila Calimano, Carlos Eligio Linares, Lucy Silfa, Luís Alba, Minerva Bernardino, Papito Subero, quienes se alternaban no solo para acompañarlo cuando estaba en el hotel o salía de él, también para las tareas menudas como la compra de periódicos, notas de prensa, contactos con directores de diarios, ropas a la lavandería o el peluquero al hotel. Ante esos detalles resulta difícil aceptar la supuesta desaparición de Balaguer quien dada su elevada investidura de líder político y ex presidente de la República siempre estuvo vigilado por agentes del Federal Bureau Investigation. Sus pasos, reuniones, llamadas telefónicas, fueron controlados mediante una fina, discreta y efectiva labor de inteligencia. Nunca fue un secreto que en el frontispicio del hotel Great Northern, dos agentes del FBI, las veinticuatro horas del día, emulaban a los temibles agentes del SIM.
Se les veía leyendo periódicos, comiendo hot dog, o con el pasatiempo del crucigrama o acertijo. Por lo antes expuesto es obvio que su desaparición, como sugiere la historia, hubiera causado revuelo, lo cual nunca ocurrió. Por lo tanto descartemos el aquelarre de la desaparición y continuemos descifrando el embrollo del verboso y locuaz empleado del hotel quien determinado a resolver el misterio de la desaparición decide, cito al laureado músico, Armado de la llave maestra de rigor, sube hasta el piso 12, toca, no recibe respuesta y decidido, hunde la llave y muy lentamente empuja la puerta, cuando ya en el umbral se enfrenta a la figura en pie del doctor, quien le apunta a la cabeza con un arma de fuego al tiempo que le dice con su reconocida tonalidad de lenguaje: Qué hace usted aquí, con qué derecho viola mi privacidad salga inmediatamente, voy a quejarme a la gerencia. Termina la cita. Creo que si Solano lo hubiera interrogado, recuérdese que él mismo lo describe como un locuaz señor de origen cubano, encuentra de los mismos labios del recepcionista las contradicciones necesarias como para encerrarlo en el circulo vicioso de su propio artificio, porque como dice Montaigne El que dice una mentira no sabe el trabajo que ha comenzado, porque será necesario que invente mil más para sostener la primera.
El arte del interrogatorio dice Desjars en Les récits imaginaire chez les hystériques, está en manejar las preguntas de manera que haga saltar las junturas del falso relato preparado de antemano, y a través de las hendiduras puedan aparecer sus lagunas de irrealidad. Para éste autor hay siempre puntos en los cuales no había pensado el mentiroso, es allí donde hay que herirlo, después de haber sondeado el terreno y notado la parte débil.
Desafortunadamente no hubo interrogatorio, solo nos queda imaginar a Solano, más que adormecido con la palabrería de Rafael, atónito, totalmente a merced de su cháchara. Y es que lo contado proviene de un hombre locuaz el cual, según lo describe el laureado músico,me adormecía con su imparable verbosidad, revela perturbaciones mentales que bien pudieron ser apreciadas, en caso de tribunal, por un informe de credibilidad con el propósito de determinar la normalidad o el carácter mórbido de las declaraciones hechas por Rafael y el grado de crédito que merece. Según Louis Vervaeck en su obra L´ expertise médicolégale de crédibilité , previo al peritaje de credibilidad hay que formular un diagnóstico que se denomina anamnesis o reunión de antecedentes. Cuyo objeto es comprobar si la declaración ha sido viciada por perturbaciones mentales o si el declarante, en este caso Rafael, es un melancólico, psicasténico o un histérico.
El hombre locuaz, verboso, tipo Rafael, sufre de una neurosis cuasi histérica que se caracteriza por una reducción del campo de la conciencia, un predominio del automatismo mental inconsciente y por ciertas ideas fijas, con tendencias particularmente fuerte a la sugestibilidad y la simulación o a la mentira inconsciente.
Conforme a las expresiones de DUPRE Y LOGRE (141, Pag. 32; cf. Homicide par suggestión ) el hombre parlanchín entra en un terreno favorable al falso testimonio bajo todas sus formas, especialmente las fórmulas fabuladoras. Él al igual que el histérico es como testigo, tanto más peligroso cuando adopta la apariencia de la actividad razonable. Para P. GARNIER , en su trabajo les hystèriques accusatrices , páginas 337.361, Los locuaces son capaces de un verdadero prurito de inventiva, saben organizar para embrollar a sus víctimas, simulando por necesidad un atentado dramático e incluso heridos con relación con el crimen denunciado.
Destacándose entre ellos el origen de episodios que simulan atentados casi siempre inclinados por una ardiente necesidad de llamar la atención; solo esto explica el hecho de que un empleado del hotel Great Northern abandonara sus funciones específicas de recepcionista para indagar personalmente la suerte de un huésped que según su relato tiene tres días desaparecido. Veamos este absurdo.
El Great Northern, según la calificación turística de la época, era un hotel dos estrellas, con más de cien habitaciones y un personal responsable del aseo diario de los aposentos.
Cada Conserje posee una copia igual a la que tiene el huésped pero no puede entrar a la habitación si encuentra en el picaporte el letrero de no molestar o si el cerrojo tiene seguro interior.
De ahí que resulte sospechoso y peregrino el relato del recepcionista quién, desafiando atribuciones de la gerencia de limpieza y del personal de seguridad, motu proprio decide, como buen detective, subir doce pisos y abrir la habitación de un huésped que ha rentado su estada por tiempo indefinido. Tan sospechosa es esta aventura como mentirosa la argucia de que Joaquín Balaguer lo amenazó con un arma de fuego. Este es el típico testimonio imaginativo delineado por A. BINET, en LA DESCRIPTION D´UN OBJET Pág. 296 335, el cual se caracteriza por la negligencia de su observación y por el predominio de la imaginación, de los recuerdos personales y de la emotividad. Todo ello dominado por una imaginación excesiva y desordenada o momentáneamente sobreexcitada por placer, por interés o por manía. El papel embaucador de la imaginación, esta obra maestra en el error y la falsedad, como la llamaba Pascal, es muy conocido en su origen: Fortis imaginatio generat casum, dijeron los escolásticos. Cierto que es una necesidad ejercitar la imaginación pero cuando se juega con ella casi siempre se atenta contra la verdad.
Creo en definitiva que lo contado al laureado músico es historieta hilvanada con signo de imprecación; tanto la aventura de Rafael como el testimonio renco de Gómez Bergés. Balaguer nunca portó un arma de fuego ni tuvo nunca necesidad de usarla como medio de sugestión. Jamás nadie lo vio pistola al cinto ni platicar con nadie sobre los efectos mortíferos de tal instrumento. Su exilio fue mohíno sin privilegio ni gracia de un Estado refugio que, por razones de geopolíticas, hizo hasta lo indecible para mantenerlo alejado de su patria venerada.