Jorge Cela y Dionisio Soldevila

Jorge Cela y Dionisio Soldevila

¡Caramba, querido Jorge! Pero ¿cómo es que te has ido así sin decir adiós? Si hace apenas cuatro sábados en un extenso almuerzo celebramos tu vida, aquí en la que siempre fue tu casa, junto a Adita y nuestro querido José Luis Sáez, con la también grata compañía de Segundo Imbert y Cecilia García, y quedamos de volver a vernos pronto por aquí o en La Habana, donde decidiste vivir tus últimos años. Celebramos que acababas de saber que era falso el diagnóstico de cáncer que te trajo al país.

Tu partida paralizó a tantos que te queríamos. Alguien quiso consolarnos con ese poema canción de Rubén Blades: “Todos vuelven a la tierra en que nacieron/ Al embrujo incomparable de su sol/ Todos vuelven al rincón de donde salieron/Donde acaso floreció más de un amor”…

Aunque nació en Cuba hace 79 años, Jorge Cela era más que nada dominicano. Aquí vivió más de la mitad de su existencia, después de culminar sus estudios sacerdotales y una maestría en antropología social en universidades de España y Estados Unidos.

Con nosotros se insertó en la Universidad Autónoma a comienzo de los setenta, donde una generación de cientistas sociales se nutriría de su sabiduría, de su profunda interpretación de los fenómenos sociales, de la antropología de la pobreza y la desigualdad, lo que combinaba con la docencia en el Seminario Santo Tomás, en el filosofado de los jesuitas y en el Centro Social Juan Montalvo.

Fue un sacerdote de alma, tiempo, y cuerpo completos, absolutamente coherente con el evangelio de Jesús. Por eso, junto a los también aguerridos jesuitas, Tomás Marrero y Pepe Olmos fundó parroquia en Guachupita y Los Guandules y allí vivieron con los pobres, promoviendo las comunidades eclesiales de base.

A Cela se le recuerda entre los fundadores de Ciudad Alternativa y del Comité para Defensa de los Derechos Barriales, que no sólo defendieron a los pobres que eran echados de la ciudad, sino que propusieron alternativas respetuosas de la dignidad humana. Estuvo en iniciativas democráticas, como Foro Ciudadano y Participación Ciudadana.

Maestro de la antropología y militante del cristianismo, Jorge Cela sufrió incomprensiones y estuvo en la mirilla de poderosos, pero nunca perdió el equilibrio, aferrado a una fe y unos valores que repartía en aliento a su alrededor.

Catedrático universitario y al mismo tiempo líder de la barriada que escribía artículos y dictaba conferencia y una vez acuñó la frase “más de lo mismo” refiriéndose a un gobierno que nació con promesas de liberación.

Su orden lo reconoció en vida. Fue director nacional del proyecto educativo popular Fe y Alegría, del que llegó a ser coordinador internacional, y en el período 2012-17 presidió la Conferencia Provincial de los Jesuitas en América Latina, primero con sede en Brasil y luego en Perú, donde tuve oportunidad de renovar los afectos.

Jorge, nos dicen que te marchaste tranquilamente, el corazón te traicionó y quedaste reclinado en tu asiento.

Echaremos de menos tu buen humor y esas carcajadas y el recuerdo de las múltiples veces que me tocaba llevarte a Guachupita, tarde de la noche tras largos intercambios de energías creativas, en los ámbitos universitarios, en Los Parlanchines o en nuestra casa. Pero sobre todo nos dejaste tu testimonio sacerdotal que mantiene viva la fe en el ideario de Jesús de Nazaret.

Otra pérdida sensible de estos días ha sido la del doctor Dionisio Soldevila, maestro de la medicina, investigador científico, gemialista y ser humano excepcional, comprometido con su tiempo.

Fundador director de una revista científica que sustentó por una década. Dedicó gran parte de su vida a la lucha por la superación profesional y las reivindicaciones de los médicos, presidiendo varias veces la Agrupación Médica del Seguro Social y la Asociación Médica Dominicana.

Nos legó dos notables periodistas María Isabel y Dionisio Soldevila, además de Armando y le sobrevive su esposa, la doctora María Brea.

Lo recuerdo especialmente por una lección de humanidad cuando llegó a México en 1966 y me dejó dos invidentes víctimas de la guerra, para ser rehabilitados en una institución especializada.

A Rafael Acosta y Basilio Alcántara tuve que enseñarles a trasladarse y vivir en la inmensa ciudad y apelar a la solidaridad de la pequeña colonia dominicana para sacarlos los fines de semana. Fue una de mis primeras grandes lecciones, que agradezco al doctor Dionisio Soldevila.-

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