José Antonio Martínez Rojas

José Antonio Martínez Rojas

Lo que está sucediendo en nuestro vecino país debe de observarse con cautela. La atención debe ser permanente, ya que se han realizado acusaciones muy serias contra nuestras autoridades gubernamentales y militares, en el sentido de permitir que se utilice nuestro territorio como punta de lanza para derrocar el gobierno de Aristide, mejor conocido por «Titid la cocalité».

Aseverar funcionarios haitianos que nuestras fuerzas armadas están colaborando para que la oposición deponga al presidente Aristide, es atizar un fuego que puede, con la más leve brisa, convertirse en incontrolable y desatar un incendio político de graves consecuencias, que pueden inclusive, dañar las relaciones de amistad y buena vecindad existentes entre ambos países.

Desde que se iniciaron las sublevaciones y a medida que han ido cayendo cuarteles de la policía en manos de los disidentes, el comercio natural de intercambio con Haití ha prácticamente desaparecido. Esto ha motivado, que pequeños mercaderes de ambos países que se ganaban el sustento con ventas y trueques de productos, la mayoría comestibles, se hayan tenido que replegar ante el peligro que implica el cruce de la frontera, sobre todo por el «peaje» que cobran nuestros militares a los negociantes haitianos.

Recientemente fueron asesinados dos militares en circunstancias todavía no aclaradas y el vulgo ha comenzado a insinuar que han sido haitianos quienes los ultimaron para despojarlos de sus armas y ser utilizadas en el levantamiento que se lleva a cabo en Haití y que ha causado más de una veintena de muertes. Lo peligroso de esta insinuación es la represalia que se puedan tomar con víctimas inocentes. De su parte, no se sabe quién puso a circular un panfleto en el cual los haitianos denostaban a los dominicanos y dominicanas, llegando al colmo, de mancillar el nombre de nuestro Padre de la Patria.

Periodistas se han hecho eco de la vuelta a la práctica por parte de nuestros militares de utilizar la frase: «diga perejil», que en el año 1937 fue motivo para que miles de haitianos fuesen vilmente asesinados, cuando el tirano Trujillo dio la orden de los que se encontrasen ilegal en nuestro territorio, retornaran para Haití. Por la oportuna intervención de la Liga de Naciones, precursora de las Naciones Unidas, el diferendo fue zanjado entre el presidente Estimée y Trujillo, quién se comprometió a pagar un peso por cada haitiano que se comprobara su muerte.

Haití, uno de los países más pobres del planeta tiene su problema mayor en la sobrepoblación, la de mayor densidad por kilómetro cuadrado en América y una también de la más grande en el mundo. En un territorio un poquito mayor que la mitad de nuestro país, cuenta con una población «mal contada» del orden de los ocho millones. Mientras en ese país no haya un estricto control de natalidad, ese país será siempre «un barril de pólvora». La escasa escolaridad es también otro motivo de atraso. Analfabetos no pueden ejercer una actividad en la cual se necesite saber, al menos leer. No es raro encontrar un haitiano que tenga más de cinco hijos, a los cuales a veces ni conoce, ni tampoco se ocupa de su educación y menos de su manutención.

Los resquemores entre haitianos y dominicanos, mitigados por años, suelen aflorar cuando se presentan situaciones, en que la desesperación impulsa a los haitianos a penetrar en nuestro territorio. A decir verdad, hay ya casi un millón de haitianos que viven y trabajan en nuestro país, mayormente en labores agrícolas y en la construcción. Si el conflicto armado se generaliza, nuestras fuerzas armadas deben ser acantonadas a lo largo de la frontera. Recibir una inesperada estampida podría resultar en un derramamiento de sangre y producir odio entre ciudadanos que hasta hace poco vendían y compraban en un mercado común.

Debemos mantenernos alerta y ser neutrales. Ahora bien, somos de opinión que el ex sacerdote presidente debe ser sustituido, lo cual no es garantía para que la situación se normalice, ya que está demostrado que la República de Haití, por si sola, es políticamente ingobernable y económicamente está en bancarrota. La otrora colonia más próspera de Francia, anhela que esa metrópoli le envíe tropas militares capaces de restablecer el orden como lo han hecho en otros países africanos. Ahora bien, es necesario que los países desarrollados (Canadá, Estados Unidos de América, Francia) aporten todo tipo de recursos para su progreso. Entendemos, que tal como sucedió con algunos países africanos que confrontaron problemas similares al de Haití, se instituyó, bajo el amparo y mandato de las Naciones Unidas, un fideicomiso para administrarlo y encauzarlo hacia el despegue económico. Desgraciadamente, esta es la única solución. De no tomar la ONU esta solución, no duden que se produzcan agresiones entre los irritados vecinos, que como los definió el internacionalista Sánchez y Sánchez, son dos gemelos trágicos sobre una misma roca.

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