José Antonio Molina y la Novena Sinfonía de Beehoven

José Antonio Molina y la Novena Sinfonía de Beehoven

Al inicio de la segunda parte de la Temporada Sinfónica 2010, finalizado un acto reiterativo de la noble actitud dominicana frente al drama de Haití, este 19 de agosto, José Antonio Molina, un músico y director sinfónico de vibrante musicalidad, talento y sólida formación, ofreció al público que abarrotaba la Sala Carlos Piantini del Teatro Nacional una espléndida y bien comprendida interpretación de la Novena Sinfonía de Beethoven.

Es obra que había estudiado yo cuidadosamente cuando, al frente de la Sinfónica Nacional, me fue requerida la presentación de una obra portentosa durante el mandato del presidente Antonio Guzmán y escogí la Novena, a condición de que se me autorizara a contratar 25 músicos en Nueva York. Realicé audiciones. Llegaron los músicos, pero no se pudo presentar la obra debido a la enorme diferencia salarial entre residentes y visitantes.

No hubo concierto.

Ahora tenemos dos Sinfónicas, la fija, que Molina se empeña vigorosamente en levantar y la reforzada para Festivales como los que  realiza la Fundación  “Sinfonía”, iniciada por el altruismo de Pedro Rodríguez Villacañas y devotamente sustentada por su viuda Margarita Copello de Rodríguez.

Para lograr la “masa sonora” requerida por una Sinfónica, se requieren grandes refuerzos instrumentales y todas las  verdaderas Sinfónicas cuentan con extranjeros. Piantini y yo, somos ejemplo.

La versión  de Molina el recién pasado 19 de agosto, no deja espacio a críticas a su trabajo. Su concepción de los “tempi” y las “dinámicas” (velocidades e intensidades) fue inobjetable. Su comprensión de la  amplitud beethoveniana: tierna, airada, violenta, esperanzada, confiada en la bondad de Dios, fue tan fiel como un artista cierto puede dar.

Su labor como director sinfónico continúa en ascenso. Una vez establecido lo que desea y es bien comprendido por los músicos, permanece inmóvil hasta que se requiere un cambio. Es decir, dirige cuando hay que dirigir.  Esto ya lo había hecho De Windt.

Me sorprendió  una cuerda numerosa y capaz, a pesar de que los problemas acústicos de la sala dejan mucho que desear, especialmente en la zona de violines, que resultó lamentablemente muy disminuida.

Era pues, una verdadera sinfónica, que requiere urgentemente una ampliación de la Concha Acústica para que la cubra adecuadamente. Se agregaban para la sección coral, dos coros: el Nacional preparado por  José Enrique Espín y el de la Catedral, adiestrado por José Delmonte. A estas instituciones se añadieron los cuatro solistas,  que enfrentaron la Oda a la Alegría de Schiller, con la cual Beethoven hace culminar su inmensa obra, compuesta en tiempos muy duros para él.

Según consta en una hoja de calendario del mes de junio de 1823, cuando trabajaba en esta Sinfonía, de su puño y letra escribe: “Del primero al seis  ¡qué época miserable! no tengo ni qué comer”.

Pero su obra está cargada de esperanza en que los humanos se espiritualicen, que se traten como hermanos, que se arropen en la alegría y la vida limpia.

Molina comprendió y transmitió la hondura y complejidad del mensaje.

¡Enhorabuena!

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