José Antonio Núñez Fernández – Dos veces: ¡vergüenza!

José Antonio Núñez Fernández – Dos veces: ¡vergüenza!

Aquí el cinismo crece como la verdolaga; el masoquismo se da silvestre como las matas de mastuerzo. El mastuerzo, las viejas de antes, lo consumían en ensaladas. El sadismo abunda tanto como la «suelda con suelda» que es una terrible plantita que todo lo cubre y que hasta se traga los yerbazales.

El lagrimeo histérico sube a las tribunas y cualquiera venerable testa con aspecto de níveo picacho, compungida funge y finge como una abuelita de la «Plaza de Mayo». Pero la cortina de lágrimas que nubla los ojos de la abuelita, no es cortina para taparse y no ver a los nietecitos secuestrados. No, nada de eso. Es cortina de cristal para ver mejor las veras efigies de Onganía, Videla, de Viola o de Leopaldo Fortunato Galtieri, los matarifes uniformados del argentino pasado oprobio.

En el cuatrienio torvo de esta ínsula «Barataria» que no es de Sancho el bueno, sino del pérfido bachiller Sansón Carrasco, ya el aspecto o manera de aparecer y presentarse a la vista, es sólo modo desvaído de fingimiento empalagoso y engañoso. Cualquier fingida «mater regia» nos hace pensar en Veturia la madre de Coriolano. Veturia hizo que su hijo un día perdonara a la soberbia Roma. También cualquier aparente «mater regia» fácil nos confunde y nos hace creer que nos encontramos frente a Cornelia la augusta madre de los famosos hermanos Graco. La verdad sería que hemos padecido soeces confusiones, porque ciertamente que no hemos estado ni ante Veturia ni frente a Cornelia, sino en presencia de Egeria la ninfa bruja, sabichosa y ladina, que se hizo consejera del rey Numa Pompilio.

A veces no tenemos a la vista a una «mater regia»; pero sí tenemos a la traviesa Hurganda la desconocida, siempre confusionadora.

Frente a estas precarias y protervas situaciones, pienso en Don Juan Bosch Gaviño que siempre sabio, de seguro nos aconsejaría de la siguiente guisa»: «Dominicanos, por delante tenemos un grave derriscadero, un verdadero cuesta abajo. Por eso, cuando Malhaya llegue que nos encuentre a todos bien confesados». Aquí terminamos la primera vergüenza y enseguida damos paso a una visión que representa la segunda vergüenza, pretendiendo así dar un poco de satisfacción al título que usamos de: «Dos veces: ¡Vergüenza!».

En el treinta y nueve aniversario de la segunda invasión a nuestra pequeña patria, por la grande y superba potencia que el Diablo mismo nos dio como rectora o ama de nuestros destinos. Se levantan voces que nos saturan de confusión. Los culpables de la invasión del 28 de abril de 1965, se proclaman benefactores y salvadores. Y hasta confiesan sin rubor, que si tuvieran que firmar otra carta en inglés para llamar nuevamente las mesnadas invasoras, con orgullo de nuevo firmarían.

Por otro lado surgen diatribas de las profundas capas de fango en que Satán dormita y hasta se arremete contra la memoria del hombre-cordillera que calificado fue como el Coronel de Abril. Yo con mi enanismo mental y con la humildad pigmea que me representa apelo a ese titán del pensamiento y gigante de la palabra, que se llama Don Emilio Lapayese: «El significado de aquel abril hace ya 39 años, ha sido tan tergiversado y prostituído que preferiríamos pasarlo por alto. Pero tenemos que recordarlo porque ahora menosprecian deslealmente la figura de Caamaño. Intentar restar calidad humana y de líder a Caamaño es tan rastrero y lamentable como quienes lo pretenden.

No sería un intelectual pero entendió mejor que nadie aquel momento y su propia responsabilidad con su pueblo. Su grandeza la demostró con su muerte. Afortunadamente hay compañeros suyos que sí defienden su memoria. ¡Lástima de fecha!».

El crimen contra Caamaño fue un heroicidio. Su asesinato fue una siembra en la montaña. De su sangre y de sus huesos surgió un árbol gigantesco que da sombras y que tiene flores que no contienen gotas de rencores y que da frutas que no tienen jugo de veneno. Ese árbol de prodigiosas ramazones servirá de paragua y dosel para que planifiquen la victoria final: Duvergé el de la independencia, Luperón el de la restauración y como héroes de la Guerra de los Seis Años asistirán Cabral y los Ogando.

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