José Antonio Núñez Fernández – Martí: pregonero de la libertad

José Antonio Núñez Fernández – Martí: pregonero de la libertad

Llamaradas vivas fueron las palabras de José Martí. De fuego era el verbo del apóstol de la libertad de Cuba. Maestro de la oratoria resultó siempre, el iluminado predicador de la emancipación de la isla hermana.

Qué hermoso fue el decir del inmortal patriota cubano. Así al predicar en una tribuna de Caracas, acerca de la grandeza de Simón Bolívar; el torrente de palabras del verbo alado del apóstol que en 1895 de cara al sol cayó en la emboscada de Dos Ríos, comenzó diciendo: «Para hablar de Bolívar, se necesita una montaña por tribuna, entre rayos y relámpagos, con un manojo de pueblos libres en el puño, y la tiranía descabezada a los pies».

José Martí durante su estada en Venezuela, escribía en la prensa y dictaba charlas en academias y centros culturales. Gobernaba entonces el general Antonio Guzmán Blanco, déspota ilustrado que se hacía llamar «El Ilustre Americano». Antonio Guzmán Blanco dentro de sus despóticas y atravesadas concepciones, llegó a ordenar que su vera efigie fuese pintada en todos los templos de la nación. Y esto exigía una gran requisito, en la pintura tenía que aparecer el autócrata al lado del Espíritu Santo o del Corazón de Jesús. Un mandatario de semejante calaña, no podía permitir jamás, que en sus dominios escribiera en los periódicos y dictara charlas y conferencias en los salones, un preclaro hombre de las excelsas condiciones de José Martí. Entonces «El Ilustre Americano» exigió que se marchara de Venezuela, el genial cubano que proclamaba que: «Un hombre que se conforma con obedecer a leyes injustas y que permite que pisen el país en que nació, los hombres que lo maltratan, no es un hombre honrado». En los dominios de Guzmán Blanco, no cabía un maestro de la dignidad y abanderado de la libertad. Martí tampoco hubiese respirado el aire de un ambiente de entreguistas, arrastra panzas, continuistas y reeleccionistas.

Las prédicas martianas virilmente remarcaban y señalaban siempre lo siguiente: «No hay deleite mayor que el de ver a los hombres batallar con libertad y con fe, por lo que parece verdadero, así como no hay espectáculo más doloroso que el de los hombres sumidos, por la ignorancia o la pasión, o por el interés, a la voluntad ajena». Verbi-gratia: Nos asquea, nos repugna y maldecimos, a los que con columna vertebral de goma y las rodillas con visagras, se doblan y se arrastran en provecho de los mandonistas, de los continuistas y de los reeleccionistas, que ladina y paulatinamente se aprovechan de los mercaderes y traficantes del deshonor. Que son aquellos que Aspiran A Privadamente Perpetuar Hambre.

Martí vivió en las entrañas del monstruo, para conocer a ese monstruo que tiene las garras aceradas y los colmillos nucleares. Bestia apocalíptica que desde las aguas del Río Bravo hasta las gélidas corrientes del Paso de Magallanes ha triturado los riñones y las vértebras de este continente. El mismo Leviatán que por meta suprema siempre ha tenido castrar nuestro sentimiento y entenebrecer nuestro espíritu. Y que eternamente ha aspirado a ser Sheriff en Europa, Policía en Africa y atómico gendarme en el Asia del abundante oro negro.

En uno de sus viajes a Santo Domingo José Martí se acercó a Ulises Heureaux (Lilís) el mandamás de aquí, que decía» España es mi esposa, pero Cuba es mi novia».

Lilís siendo un déspota simpatizaba con la causa de la libertad de la perla de las Antillas.

Martí se entrevistó con Lilís, y éste le entregó a aquél cierta cantidad de dinero para la causa gloriosa de la independencia cubana. Entonces el dominicano le dijo al cubano: «Señor Martí, el general Heureaux acaba de atenderlo y complacerlo en todo; pero procure usted que el presidente de la República no lo sepa». Martí le dio las gracias diciéndole: «De el general Heureaux depende que el presidente de la República lo sepa».

La figura paradigmática del inmenso Martí, ha sabido ser reverenciada con respeto, casi con unción religiosa, por las últimas generaciones cubanas. Por eso, cuando el ataque al «Cuartel Moncada, el 26 de julio de 1953 fracasó en sus propósitos de romper cadenas y eslabones. Al ser encausado el jefe de los hombres que participaron en el fallido asalto; al ser cuestionado con respecto a quién era el responsable de ese hecho sangriento, Fidel respondió tajantemente: «El responsable del ataque al Cuartel Moncada, se llama José Martí».

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