José Bobadilla, un novelista dominicano excepcional

José Bobadilla, un novelista dominicano excepcional

POR LEÓN DAVID
La cultura de lo fácil, ahora decimos: light, se ha venido imponiendo. Tanto las casas editoriales como todos los demás protagonistas en la difusión de la literatura aprovechan la condición de indigencia involuntaria de una mayoría inerme, y su oferta al público lector es poco menos que triste, por no decir patética.

José Bobadilla no es un escritor complaciente. Por temperamento y por formación sabe de sobra que posee una verdad. «Abalorios, en el jardín de Onán, la edad del silencio, , y ahora la realmente memorable Memoria del horror hermoso, son textos de un singular valor que exornarían con sobrados méritos la literatura de cualquier país. Desde luego, la cultura de lo fácil, ahora decimos: light, se ha venido imponiendo. Tanto las casas editoriales como todos los demás protagonistas en la difusión de la literatura aprovechan la condición de indigencia involuntaria de una mayoría inerme, y su oferta al público lector es poco menos que triste, por no decir patética. Pero lo que quiere perdurar, quedarse como un valor permanente en la memoria de los hombres, debe presentar batalla sin espacio a grietas por donde se cuelen ni el desánimo ni el temor. En tal sentido, la soledad, muchas veces más que una condena resulta ser una bendición que sólo el temple indomable del genio consigue hacer frutecer. También los dominicanos tenemos valores monumentales que aún no se conocen, valores con méritos auténticos que ningún día a día publicitario hará sucumbir. Es asunto de tiempo y con el tiempo la certeza de que lo verdaderamente grande terminará por ocupar su justo lugar. Para nuestro deleite, el año pasado vimos aparecer con legítimo orgullo una de nuestras grandes obras. Desde un principio catamos en sus páginas el insobornable perfil de un talento que establece desde su primera frase un arquetipo múltiple, exquisito, incontrastable; un discurso imaginativo y majestuoso. «Memoria del horror hermoso» es la novela de un verdadero creador; de un artista pulcro, delicado, ambicioso e inteligente. Evitando las comparaciones que en nada o muy poco ayudan, nos decidimos como otras veces por la entrevista, y abordamos a José Bobadilla así:

LD.- ¿Estilo difícil o estética exigente?

JB.- Ambas cosas. El estilo no lo puedo cambiar, se ha ido haciendo conmigo, es la huella indeleble de mi voz, ese marco donde cabe, el alma. ¿Sobre la estética? Entrar en una polémica bizantina sobre fronteras y esencias es inútil, pues en resumidas cuentas, aunque las definiciones son formas de organizar un concepto de una manera siempre parcial, casi nadie deja de saber lo que somos y lo que las cosas son. Mi sentido de la belleza nada tiene que ver con lo que se hace en el país. Soy dominicano y esa es una condición y también una honra. Pero hay muchas maneras de serlo. Yo diría que cada persona es una arista de un poliedro que incluye en su universo una totalidad. Una arista irrepetible. Sin embargo hay trazos, hay tendencias perfectamente ordenables en familias de afinidades que llamaríamos escuelas, etc. Yo no sigo a ninguna de las que encontramos aquí. Nadie podría excluirme de esa verdad substancial que nos define como parte de un conjunto de elementos que consideramos como lo dominicano. Pero mi formación siempre se enrumbó por otros procesos de mayor amplitud. Si mi respuesta sería por qué no seguir a Ramón Marrero Aristy, o a Manuel Rueda, para ser neutrales al evitar cualquier mención engorrosa del presente; y sí a autores como André Malreaux, Thomas Mann, Alejo Carpentier o William Faulkner, te estoy contestando. No hay afectación. ¿Por qué habría que asumir la búsqueda desde una perspectiva tan anémica como la de la humildad cuando el arte que tiene que hacerse, que debe seguir a todo lo mejor que pueda precederle, es un aprendizaje de lo que entendemos por mayúsculo, en términos mundiales, y desdeñamos la medianía de lo local? Eso jamás significa evadirnos de ser, de negar nuestra consistencia fundamental como parte, ya lo expliqué, de una realidad. El estilo y la estética son formas de ver lo que es, nunca es la sustancia del objeto que vemos, que tiene su vida propia, el referente al que llega nuestra mirada y se hace idea sólida en nuestro yo.

LD.- El estilo, se ha consagrado, es el hombre…

JB.- Es una forma conveniente de despachar una abrumadora complejidad. Sin embargo como tantos lugares comunes, hay necesariamente mucha verdad aquí. Si el estilo es el hombre, ni puedo ni quiero dejar de ser como soy. En lo primero hay una evidente imposibilidad. En lo otro hay una actitud. Yo soy yo, y punto. Y no concedo nada. Si hay que pagar un precio por ello, que los demás me cobren lo que entiendan que les debo. ¿Cómo podemos ser indulgentes en contra de lo que entendemos como nuestra verdad? Después de todo, la convicción siempre es lo mejor que podemos darle a la vida, lo que podemos devolver desde nosotros a los demás. Y en el artista esto es crucial. No cuestiono a nadie. Simplemente sueño y al parecer continuaré soñando con otros esquemas de grandeza, y en cualquier caso, por amor. Por amor a una idea de lo sublime, por amor a mí mismo y por amor a la humanidad, en la cual se inserta mi país.

LD.- ¿Memoria del horror hermoso  es una novela histórica?

JB.- No, en el sentido de una obra de investigación. Está Haití, estamos nosotros. Juntos en una isla a la deriva de otros mundos, somos una ineludible realidad, con su pasado, con su presente y con su porvenir. Lo queramos o no, no hay más salida que la del entendimiento, que la de la razón.

Mi novela trata de un origen en cada una de sus dos vertientes. Evadiendo medalaganariamente nombres y hechos con sus pelos y señales, me quedé con algo así como el humo, el trasgo que alientan carbones vacíos de calor, mejor decir la carroña, las cenizas. Cualquiera puede llegar a la verdad de los hechos fidedignos, pero mi novela fue desde un comienzo y en todas sus piezas un exabrupto de delirante ficción, es decir: un ejercicio, una plenitud de libertad. Hay suturas claramente identificables. Pero quise moverme dentro de las amplitudes de un sueño que yo mismo podía moldear, con el debido respeto a una frontera colosal de acontecimientos que bien se consiguen percibir. Toussaint se mezcla con Petion; el rey Cristóbal se diluye en los brillos profundos de un oscuro panteón; lo español se encarna en la abulia atropellante de un granuja como Pedro Tarsicio; Francia suspira entre una masa terrible que oprime y aniquila, y un lánguido príncipe herido de amor.

LD.- Muchos temas se entrecruzan en tu obra ambiciosa.

JB.- Sí, como en la vida. Cierra un instante los ojos y fíjate cómo las ideas con las que vivimos aparecen de alguna parte en burbujas que se esfuman en el imprevisible horizonte de la mente. Y esas burbujas dan paso a nuevas burbujas. Por lo mismo, y el símil es válido, jamás una historia sucede sola. Las cosas fluyen unidas, unas veces evitándose, otras fundiéndose en una mayor. Sobre lo que estamos tratando, esto complica mi narración, máxime si se constituye en una forma tipo de construir la historia. Pero no hay muchos temas ni en mi novela, ni en la literatura y el arte, ni en la vida. Los temas son siempre muy pocos, los argumentos, infinitos. Otras veces creo haber recurrido a una de esas afirmaciones manifiestas: escribir una novela aceptable ya no es un juego. Nunca puede serlo después de existir quedando en la cúspide de un ejercicio venerable un Henry James, un Juan Carlos Onetti, un Silanpaä, un Miró, un Pontoppidam, un Feutchswangler, o un Fuentes; por decir. Uno intenta retomar las cosas en el proceso en que otros las dejaron y no debe hacer el mismo chiste otra vez. Si tenemos el coraje de enfrentarnos al predio oscuro de nuestras posibilidades dentro de la maraña del reto por superar, es sencillamente demasiado lo que nos debemos exigir. El principal desafío es un encuentro con nuestra voz en el bosque intrincado de innumerables voces maestras, todas con lo suyo y con qué alturas de registro y calidad.

Memoria del horror hermoso son dos novelas. ¿O una novela bicéfala? Al final encontramos que el animal que fue revelando los misterios de su cuerpo estaba apoyado en un único y escalofriante pie. A los héroes de estas dos historias les suceden las cosas en las tres dimensiones conocidas del tiempo, y algunas veces con el regalo de un muñón, de un retoño inesperado que complica el relato. Pero bien, son las grietas, ya lo expresé, de una seña de identidad.

LD.- Da la sensación de una inextricable, de una gran sinfonía coral.

JB.- Puede ser. Me gusta la comparación con la música. La sinfonía es equiparable a la novela en sus propósitos y en su caudal.

LD.- Ese Haití inventado con sus padres fundadores trazados de soslayo es casi reverente.

JB.- Nunca he sido antihaitiano. Me gusta sin reservas la gran primera historia de esa otra cara de nuestra isla. Lo supe de golpe en El reino de este mundo, y lo confirmé, aunque en tiempos contados cercanos al nuestro, con otras obras, como ese texto insuperable que se titula En un abrir y cerrar de ojos. Pero como mi fuerte no es la historia sino la vida, hice lo que me dio la gana a partir de una lectura entusiasta de Carpentier. ¿Por qué esa novela, la citada, no fue más larga? Me quedé atónito, atrapado en las redes de su belleza casi cristalina, en el tumulto imponente del desperezo trágico que pinta con colores francamente mágicos. Y sin osar medirme con el maestro (una de mis referencias espirituales de primer orden), pues sigo sin reparos a Carpentier, y me lleno la boca con ello; hice lo que pude para divertirme, para encontrar en mis propias palabras un asidero que me ayudara a soportar el peso de una admiración que jamás ha menguado. Todo cambia de tono, hasta lo propio, según lo vamos pensando. Sin embargo Alejo Carpentier tiene en mí la posibilidad de ser siempre el eterno umbral que me obliga a venerar su obra con el embrujo eterno de una invariable primera vez. Y su encanto, sencillamente no se marchita, golpea con sus manos de ángel perfecto para hacerme sangrar en destellos de luz.

LD.- ¿También un Apocalipsis ; una revelación final? ¿Es la fundación de otra Biblia?

JB.- La primera regla que debe estar presente en una historia contada es el énfasis en la veracidad que puede legitimarla. ¿Qué resulta ser más apodíctico que el acento bíblico? La Biblia, desde luego es inmensa. Pero su última parte cristiana; ese aterrador trallazo de su predicción de cierre, es una tentación demasiado vigorosa para no desear imitarla, y con tal trabajo, intentar un sentido polifónico de estruendos sobrehumanos. No sé si lo conseguí. Más que una aseveración es una duda, con la debilidad o la fortaleza de ser desde todos los ángulos plástica, tal vez demasiado comprometida con la poesía que se hace garra, que se desnuda en ventiscas y centellas que nos van brindando la plenitud de su camino. Si la Biblia puede ser eso, si la Biblia puede confundirse con eso, entonces lo conseguí.

LD.- Tú novela es un libro sin compromiso alguno con el proceso narrativo dominicano, sin ninguna filiación vernácula.

JB.- En términos de estilo, tienes razón. ¿Podría ser, en mi caso, de otro modo? Si miras con atención, el alma de mi texto sí lo es y en demasía, lo que pasa es que es abrumadoramente fuerte el armazón que viste esa alma, al punto de desfigurarla, si por dominicano entendemos la insoportable banalidad que machaconamente se reitera en tanta y tan lamentable mediocridad. No me interesa seguir a nadie, nunca me llamó la atención nadie de aquí, salvo algunas contadísimas excepciones que juzgo loables. Fuera de los maestros nuestros que merecen el obsequio sincero de una reverencia, hablo de autores como Marcio Veloz Maggiolo, Pedro Vergés, del Andrés L. Mateo de La Balada de Alfonsina Bairán, de Manolo García Cartagena, de Ricardo Rivera Aybar y de Fernando Valerio, entre otros. Esa literatura, una muy mal conocida, otra desdeñada hasta el ostracismo; sí tiene que ver con lo que siempre me propuse hacer, y le rindo el tributo entusiasta del aplauso y la admiración. Falta bastante por saber quienes somos para arriesgarnos a seguir apostando a favor de las virtudes de un facilismo que nos insulta como nación. Y que nadie diga que hablo así porque los autores que acabo de resaltar sean mis amigos. Sus obras están ahí y los redimirán, le guste o no a quienes se han convertido en los alabarderos de una miseria indignante.

LD.- ¿En fin, pesadilla de Haití, dominicanidad soñada?

JB.- Ni lo uno ni lo otro. Haití, en una de las caras de mi moneda, es una evocación, una abstracción quizás con categorías radicalmente precisas. De Billerdière es un pobre diablo herido de amor que apenas puede con su propia alma, y al extrañarse de su nación para salvar la vida, cae en un predio lleno de tensiones extremas, donde el elemento de la negritud se convierte en un peligro devastador. Pedro Tarsicio es el fruto de una incuria secular, el trágico resultado de un proceso de involución donde afloran todos los vicios y negaciones propias de lo que no sirve para nada. ¿Qué puede pensarse de una potencia que determina abandonar las dos terceras partes de su colonia para librarse de los ataques de sus enemigos? Sólo a un imbécil podría ocurrírsele semejante salida, y ese fue nuestro gobernador colonial Antonio Osorio, la ataujía ridícula de un enorme pastel podrido. Ese fue el paso para que Francia se presentara dando comienzo al descalabro de lo que resultó después. Lo demás es hacer malabares que no alcanzan ni las más escuetas migajas de un conato de fortuna. Con todo, y bien en el corazón de lo humano, somos el haitiano y el dominicano, dos pueblos grandes en su dolor, justos (aunque muchas veces equivocados) en sus esperanzas. Con la mala suerte de vivir para contar un rosario de traumas vestidos de dictaduras o de democracias rapaces, donde lo culpable alterna con lo irrisorio. ¿Si fuera una exageración?… Cualquier respuesta bastaría para desinflar mis palabras. Lo terrible es que es verdad. Es cierta nuestra pobreza común, nuestra frustración con tan pocas posibilidades de ser redimida. Pienso en Bosch y en muchos otros que soñaron un destino distinto, y ¿cuál es la realidad? Regresando a lo que somos capaces de hacer, construyamos algo que valga la pena recordarse, que marque un hito válido que nuestros hijos encuentren digno de superar.

LD.- Habrán muchas otras oportunidades de continuar hablando de ti y de este libro. Siento de tu parte gran pesar en esta entrevista.

JB.- Bueno, amo a mi país, y créeme, casi desesperadamente. De mí tendrá siempre lo mejor que le pueda dar. Por eso los entusiasmos contra murallas tan horribles son un ejercicio de masoquismo que si consigue expresarse con arte, alcanzará a conmover, y como la acción no sólo comienza en la necesidad sino también en el sueño, desear con legítimo descaro que cualquier futuro sea mejor.

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