José Castillo: El retorno del cimarrón

José Castillo: El retorno del cimarrón

Tanto el color como la composición de este autor reivindican la africanía

Un negro corre, corre, corre, cargado con sus símbolos, mientras la muerte, en bicicleta, lo persigue. En el trasfondo el bien y el mal se enfrentan, hay demonios y ángeles y, por suerte, una ángel encima del fragor de la batalla, la ángel que José Castillo, un joven artista exilado de la dictadura balaguerista encontró en Francia.

Por eso, esa imagen, ese cuadro, tenía que ser la portada del catálogo que se preparó para una exposición retrospectiva de José, en el Museo de la Rotonda del Palacio de Bellas Artes, el jueves 19 de enero, a la 6.30 p.m., con Inés Tolentino, y Radhamés Mejía, ambos compañeros de oficio de José, como anfitriones de la obra de uno de nuestros artistas más importantes de la diáspora.

Así lo define Xiomara Fortuna, quien disfrutó de la humanidad de José y su esposa, cuando escapaba el acoso sexual y el frío de una ciudad que puede ser hostil, como París, pero también maravillosa.

¿Quién es José?

Un pintor dominicano, graduado de la Escuela de Bellas Artes, escuela entonces sometida a todo tipo de negligencias y abandono, con artistas que se creen profesores y son expertos en frustrar a quienes llegan, porque no dominan el arte de enseñar. En esa escuela José se dedicó, junto con Diógenes Abreu, a formar la Asociación de Estudiantes de Pintura y Escultura, AEPEBA. Era el 1978, cuando Balaguer intentaba reelegirse utilizando todos los mecanismos represivos a su alcance y en la asociación uno de los luchadores contra ese proceso era José. De ahí su exilio.

José era un defensor de su africanía, en un tiempo cuando los negros se asumían como “trigueños”, o “indio oscuro”, de ahí la magia y religiosidad de su obra, en lo que puede considerarse una forma de expresionismo filosófico africano, en un país donde José padeció todas las limitaciones y persecuciones de los de su raza.

En París, José continuó sus estudios y profundizó sus conocimientos de la Africanía, sus búsquedas mágico- religiosas, ya con un lenguaje cargado de referencias socio políticas y filosóficas expresado en elementos figurativos que identificarían su discurso con una militancia anti-racista.

Tanto el color como la composición (Abreu) reivindican la africanía, la audacia de cantarle a su negritud y a los mundos interiores que poblaban su cabeza.

Abreu lo vio por última vez en Caracas, participando con un grupo de artistas en la confección de murales en los barrios más pobres, o cerros, de la ciudad, algo que soñaba haber hecho en su República Dominicana.

Ahora que por fin nos llega, devuelto por el amor de Marie, Radhamés, y sus amigos y amigas, sus colegas, rendimos tributo a su militancia de hombre que nunca se banalizó, de dominicano que nunca perdió sus raíces, porque se supo parte de una diáspora mayor: la de los eslavos africanos en el llamado Nuevo Mundo.

José nació en Los Mina, barrio de la parte Este de Santo Domingo, en 1955. Curiosa y simbólicamente una zona donde en 1676 se establecieron los cimarrones que huían de su condición, creando una comunidad autónoma, y convirtiéndose en el primer pueblo que conquistó su libertad.

Exilado del régimen de Balaguer, sale en 1978 e ingresa en la Escuela Nacional Superior de Bellas Artes de París en 1981, en el taller de pintura de Jacques Lagrange, y estudia mosaico en el taller de Ricardo Licata. (Elsa Oppenheim, Catálogo).

Según Marie-Annick Seneschal: “Los primeros años de la década del 80 fueron marcados por composiciones figurativas y geométricas en escenas de calle o paisajes de la República Dominicana, donde revela su sólido talento como colorista.

A partir de 1985 su pintura evoluciona hacia un dibujo más libre y una composición a menudo dividida en dos partes. La parte inferior, como una base subterránea evoca fundaciones. Las pinturas se abren con una cortina de sombra, o tramados, que dejan adivinar figuras fantasmagóricas. A principios de los 90, la trama que invadía la tela desaparece y el estilo de José Castillo, anclado en lo más profundo de sus orígenes caribeños, se afirma. A partir de entonces se orienta hacia una expresión popular cercana al Neo-primitivismo, que pone en escena todos los entramados de la magia, de los mitos, del sincretismo cultural y religioso en la vida cotidiana, en particular la de los negros y mestizos portadores de una historia que no se ha de olvidar”.

De ahí la maravilla de sus cuadros Village No 1 y Le Couple; y el movimiento de cuadros como Hallucination, y La Tourmente; para arribar a la paz de Madone, un tributo a la Virgen de la Altagracia.

En la Noche de los Brujos, José plasma una psicología popular donde el mal y el bien conviven, en un enfrentamiento soterrado que le hace declarar a Dominicana como una Isla Mágica, que conjuga la herencia indígena en: El Indio…y su destino, y la africana en: Los Cimarroness. Donde rescata St. Gorges, en su lucha contra el demonio, teniendo como norte: El Mar en la Cabeza.

En: No me pregunten de donde yo vengo, y ¿Y me preguntan por qué se van?, José retorna a su experiencia como emigrante y a sus búsquedas mágico- religiosas: Dans le plus profond de la Nuit.

Como ceramista, José trabaja altares, utilizando refrigeradores, donde coloca las botellas multicolores que se utilizan en la Santería. Es el preámbulo a su mejor pintura: El Pensador, cargado de símbolos de lo oculto, y sus instalaciones donde resalta: Doña, que nos recordó tanto a Belkys Ramírez y El Toro.

Su autoretrato es conmovedor, porque siempre hay un niño una inocencia en ese rostro de muchacho de Los Mina expulsado de su país. El rostro de ese niño aparece en múltiples cuadros, como L”Ange; La Salamandre; Dans le Cercueil; Noir et Blanc; Melancolie de la Caraibe y su grandiosa representación de un paraíso perdido, con la isla al revés como horizonte.

No pudimos conocer a José Castillo cuando estuvimos en París, como parte del elenco que fue a filmar República del Color. Estaba citado en el taller de Chiche Cordero, pero no apareció y Radhamés Mejía nos habló de su innata timidez y reserva.

Empero siempre lo que habla por un artista es su obra, y es esa obra la que hemos tenido el privilegio de conocer en la exposición que se organizó en la Galería del Colegio de Artistas Plásticos, con su hoy viuda Marie Annick como anfitriona, y amigos cercanos como Inés, Cabral y Xiomara Fortuna.

Esa exposición, ahora ampliada, es la que disfrutaremos en la Galería de Bellas Artes, que le ha abierto a José Castillo los brazos que una vez le negara esta ciudad, entonces en manos del rodillo blanqueador de una dictadura, donde difícilmente un muchacho negro, de un barrio popular, con talento, podía escapar los barrotes de una isla que, como diría Virgilio Piñera, dramaturgo cubano, está rodeada de agua por todas partes.

Los y las cimarrones culturales de esta isla te honran y saludan, José Castillo, y te dan las gracias por un legado que reivindica la africanía en estos lares donde ser negro y pobre es un estigma, por más declaraciones y mea-culpas del gethoe intelectual y la clase media y alta de dominicanas.

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