La oferta que Bosch me hizo cuando nos conocimos en los inicios de los 70 se cumplió a pie juntillas, reforzada por un segundo encuentro sabatino organizado por Franklin Almeida en su residencia de la calle Pina. Desde entonces, la casa de Juan Bosch y doña Carmen Quidiello siempre estuvo abierta para cuando lo requerí. Lo frecuenté en esos días.
Charlábamos sobre su proyecto de construir un partido de liberación nacional, de cuadros militantes con fuerte formación ideológica y riguroso apego ético, desde la plataforma del propio PRD pero captamos selectivamente a personas provenientes de otras experiencias partidarias e independientes.
Su idea era aprovechar la cobertura que le ofrecía el partido-madre para ganar tiempo y desarrollar un nuevo modelo de organización política bajo una vocación de servicio. Una suerte de mezcla de modelo leninista de partido con socialismo fabiano.
En una de esas conversaciones, le comenté que ese era un juego que conllevaba dos riesgos. Uno interno, representado por el elemento más conservador del PRD, que podría sentirse amenazado y reaccionar en forma adversa. Y otro externo a la organización, encarnado por Balaguer y los norteamericanos, quienes advertidos de la intención podrían reprimir el intento de metamorfosis política que Bosch impulsaba. Sobre el primero de los riesgos, me contestó que los conservadores necesitaban de la sombrilla de su liderazgo y que en el peor de los casos se rompería entonces el cascarón. A lo cual respondí, que en esas circunstancias él quedaría al descubierto, vulnerable frente a un político astuto de garras como Balaguer, desprotegido de la cobertura que le brindaba el PRD. Convivimos en que ambos sectores en el PRD se necesitaban recíprocamente, en un juego tenso y a ratos difícil.
Sobre el segundo riesgo, se quedó mirándome fijamente en silencio y enigmáticamente me preguntó-respondió, en un estilo muy suyo de hablar con metáforas: «José, )tú has visto como es de cerrado el coco? Y por algún lado se le mete el agua al coco». Esa mañana, al salir de su casa, permanecí cavilando sobre este último pasaje de la conversación. El mensaje tenía un solo sentido, en el estilo ciudadano que Bosch empleaba para trasmitir las cosas sin cometer una imprudencia; llegar a las grietas profundas del régimen, que se apoyaba fuertemente en el apoyo militar.
Paralelamente, la otra línea de articulación que trabajaba Bosch durante esos años y en la cual colaboré, en la medida avanzaba con su proyecto de construir un nuevo partido dentro del viejo partido, fue la articulación de un gran frente que agrupara en torno al PRD a un amplio arco iris de fuerzas opositoras que iban desde la izquierda radical hasta la derecha antibalaguerista.
Este esfuerzo cuajó en el Bloque de la Dignidad Nacional, a cuyo lanzamiento asistí al lado de ese gran estratega, en la segunda planta del anexo posterior de la Casa Nacional.
En ese tiempo mantenía estrechas relaciones con Hugo Tolentino, Milagros Ortiz Bosch, Joaquín Basanta, Tonito Abreu, Euclides Gutiérrez, Franklin Almeida, Manny Espinal, Rafael Kasse Acta, Julio Ibarra Ríos, Tirso Mejía Ricart, Blanco Fernández, Bidó Medina, Gonzalo González Canahuate, Cheché Luna, Félix Alburquerque, vinculados al PRD de entonces, así como con Miguel Cocco, Carlos Dore, José Israel Cuello, Asdrúbal Domínguez, Juan Doucoudray, Pedro Mir, Tulio Arvelo, Emilio Cordero Michel, Luis Gómez, Andresito Avelino, toda gente de la izquierda. En el socialcristiano, Caonabo Javier Castillo, Yuyo D’Alessandro, Alfonso Moreno, Rogelio Delgado Bogaert. En el PQD, Campillo Pérez, Leonte Bernard, Guillermo Piantini. En el grupo Amiama, Luis Amiama, Pacho Saviñón, Toñito Flaquer. En UCN, Delmonte Urraca.
El Bloque de la Dignidad Nacional arrancó con buen pie. Bosch planteó la necesidad de concertar un programa mínimo que compactara a grupos tan disímiles. El local del PRSC sirvió para estos encuentros programáticos. Luego se realizaron con éxito los mítines en Santo Domingo y Santiago. La sorpresiva expedición de Caracoles del coronel Caamaño y su puñado de hombres, en febrero de 1973, precipitó la división interna en el PRD, al bifurcarse las posiciones en torno a este evento. Dos cabezas emergieron desde la clandestinidad a la que obligó la represión del régimen: la de Peña Gómez y la de Bosch, con líneas contrastantes. La división formal sería cuestión de tiempo y su desarrollo es historia conocida.
El derrocamiento de Allende en septiembre de 1973 y la muerte de Neruda pocos días después abrieron nuevos campos de colaboración. Como egresado de la Universidad de Chile y amigo personal de Allende y su familia, había organizado junto a Andrés María Aybar Nicolás un Instituto Dominico-Chileno, con la activa participación de la embajada de ese país. En Moscú, en el Congreso Mundial de la Paz, me encontré en noviembre de ese año con Hortensia Bussi e Isabel Allende con quienes lloramos el deceso del esposo, padre y amigo. Así como con Volodia Teitelboim y algunos ministros socialistas de la Unidad Popular.
A raíz de estos fatídicos sucesos, me enrolé en la coordinación de diversas actividades de solidaridad con Chile en las cuales Juan Bosch desempeñó un papel destacado. Una fue el homenaje a Neruda, realizado en el Centro Cultural de los Brea Franco, en la que intervino Pedro Mir y Juan Bosch y que posteriormente motivara el poemario del primero Huracán Neruda. Otra, una actividad en el Club Universitario de Güibia, con la participación de Vicente Bengoa y quien esto escribe, de la cual surgió un Comité de Solidaridad con la causa chilena frente a la dictadura de Pinochet. Asimismo, presenté en un local sindical el Libro Negro de Chile, editado por Taller.
Siendo Director de Investigaciones Científicas de la UASD bajo la rectoría de Hugo Tolentino, organicé unos ciclos de charlas que se escenificaron en los locales de entidades cívicas y culturales fuera del recinto universitario. Motivado por esta labor extramuros recibí en mi oficina la visita de un joven estudiante de periodismo, quien se identificó como dirigente del Club Cultural Los Nómadas de Los Minas. Me solicitó que lo ayudara a organizar un taller sobre la enseñanza de la historia para profesores de los barrios, para lo cual me pedía apoyo logístico y motivar a determinados profesores del Departamento de Historia, como José Antinoe Fiallo y Emilio Cordero Michel, entre otros. El último encargo de este joven enjuto, de ojos soñadores, fue que le llevara a casa de Juan Bosch, cuyo texto Composición Social Dominicana servía de apoyo bibliográfico a la enseñanza de la historia dominicana en el Colegio Universitario. Así lo hice y la oportunidad sirvió a Juan Deláncer, que así se llamaba el joven, para invitar a Bosch a participar en esa jornada -que fue todo un éxito- y a éste para reclutarlo como colaborador en un proyecto, Vanguardia del Pueblo, concebido como herramienta de formación política y construcción partidaria.
Los ejemplares del primer número de Vanguardia viajaron en mi equipaje a México y fueron entregados junto a otros encargos a Barbarita, la hija menor de Bosch, quien se encontraba residiendo en esa ciudad. Un domingo de agosto de 1975 recibí una llamada telefónica en casa de mi suegra Hilda. Era doña Carmen Quidiello, quien enterada de que viajaría al país azteca me invitaba a pasar esa tarde por la casa de la César Nicolás Penson. Allí me esperaban don Juan y doña Carmen, en las plácidas mecedora de guano, junto a una ave zancuda que a manera de lámpara de pie y de una suerte de reloj, realizaba una inflexiones con regular precisión y emitió un sonido gutural.
Precavido, pregunté por los riesgos de un picotazo, a lo que Bosch me tranquilizó indicándome que era inofensiva. Fue un encuentro memorable, pues me mostró la faceta del padre encariñado que con expresión enternecida me dijo: «Barbarita es un ser humano muy dulce, José. Quiero que la trates en México». Y así fue, ya que compartimos todo el programa del magnífico seminario sobre el Caribe que organizara en la UNAM Gérard Pierre-Charles y Suzy Castor, con la participación de destacadas personalidades académicas y políticas de la región. Mi ponencia -publicada luego por la UNAM- versaba en gran medida sobre el experimento democrático del 63.
Otros puntos de encuentro de esos días eran los apartamentos de Milagros y Joaquín Basanta, y de Hugo Tolentino, ambos situados en el edificio Buenaventura. Y las casas de Franklin Almeida, Bonaparte Gautreaux Piñeyro y Euclides Gutiérrez. Allí, Bosch se sentía como en familia. Las tertulias organizadas por doña Carmen en la César Nicolás Penson. Posteriormente en los 80 y los 90 José Santos Taveras y Eduardo Selman oficiarían como anfitriones magníficos, propiciando acercamientos con jóvenes profesionales y empresarios en un esfuerzo con franquear el retorno del líder al poder. En esas jornadas coordiné varias reuniones efectuadas en salones de hoteles y restaurantes con grupos de ese perfil, no libres de algunas tensiones que Eduardo Selman, Rafaelito Alburquerque y yo tratamos de aligerar.