JOSÉ ENRIQUE GARCÍA
La sencillez de la vida cotidiana

<STRONG>JOSÉ ENRIQUE GARCÍA<BR></STRONG>La sencillez de la vida cotidiana

Entre los poetas y escritores de este tiempo que merecen el otorgamiento del Premio Nacional de Literatura de la Fundación Corripio y el Ministerio de Cultura, por la calidad de su obra y por la seriedad con que asumen el oficio de escribir, está José Enrique García.

A José Enrique García (nacido en 1948 en Santiago) pueden postularle a tal merecimiento sus dos Alma Máter: La Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra de Santiago, de donde egresó como licenciado en Educación y Letras, y la Universidad Nacional “Pedro Henríquez Ureña”, donde ejerció la docencia casi toda su vida.

Además de la calidad de sus libros poéticos, García es un ensayista y conocedor de las teorías poéticas hispánicas, como lo demuestra la tesis doctoral que presentó a fines del decenio de los 80 en la Universidad Complutense de Madrid para la obtención de su título de doctor en Filología, tesis que fue publicada por el Banco Central en 2004 con el título de “La palabra en su asiento”. Fue también editor del suplemento Isla Abierta del periódico Hoy luego del deceso de su director-fundador, Manuel Rueda. Además, García es miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua.

Mi convencimiento del valor de la obra poética de García, fuera de consideraciones biográficas, se inicia con un pequeño ensayo que le dediqué en mi libro “Estudios sobre literatura, cultura e ideologías (SPM: UCE, 1983) donde demostré que en su libro “Ritual del tiempo y los espacios”, él había abierto las puertas a la constitución de la mujer dominicana como sujeto. Hoy suscribe en todas sus partes este juicio.

Me explico en detalle. Según Irving A. Leonard, las colonias que luego, a inicios de la tercera década del siglo XIX se rebelaron en contra de España y forjaron su independencia de la metrópoli, estuvieron encorsetadas entre 1550 y 1750, en el plano político y literario al barroco concebido como la manifestación de un estilo de vida cuyas ramificaciones subsisten todavía hoy en el mundo hispanohablante. Si no, estúdiese todo lo que hoy se conoce como movimiento neobarroco. (“La época barroca en el México colonial”, Fondo de Cultura Económica, 2004, pp- 52-54. 1ª ed. en inglés, 1959. 1! Ed. en español, 1974)

Pero, ¿cuál es la especificidad del barroco como manifestación de un estilo de vida? Es la aceptación, velis nolis, de un mundo cuyos valores y prácticas están delimitados por el dogma de la fe o revelación de la verdad divina a través de la autoridad de la Iglesia Católica, cuyo Santo Oficio o Inquisición tenía la misión, como brazo secular de la Corona y sus dominios geográficos, de imponer a fuego y sangre los dogmas de la Contrarreforma.

Para los poetas y escritores, cuya misión ha sido y es siempre la transformación de las ideologías de su época, pocos,  entre ellos,  pudieron superar esas líneas fronterizas de la Contrarreforma a través de la constitución de un discurso nuevo y un tipo de sujeto nuevo. Los científicos (Copérnico, Kepler, Bruno, Gilbert, Harvey, Galileo, Bacon, Boyle, Malpighi y otros tuvieron la misión de ir más lejos que los poetas y escritores.

Los rasgos históricos, filosóficos y literarios del barroco son una actitud de pesimismo, de amargura y de desengaño ante la existencia humana (Leonard, 90). Con semejantes actitudes el sujeto barroco estaba obligado a producir, en su discurso histórico, filosófico y literario, pura ideología para apuntalar la ideología teocrática de la Contrarreforma. Pero el poeta y el escritor verdaderos, si desean plasmar una obra de valor, saben que este corsé ideológico debe ser transformado y abrirse a la pluralidad del mundo. Y eso fue lo que hicieron los grandes escritores del barroco español en el llamado período de la “edad o siglo de oro”, donde el pesimismo, la amargura y el desengaño ante la existencia humana fueron transformados en algo que si no fue total, al menos introdujo el principio del cuestionamiento de la ideología de la Contrarreforma que advino con los valores de la Revolución francesa en el siglo XVIII.

La fisura a la ideología de la Contrarreforma la llevaron a cabo en sus obras más representativas, Cervantes, Lope de Vega, Tirso, Juan de la Cruz, Teresa de Ávila, Quevedo, Góngora, Calderón de la Barca, Mateo Alemán y Ruiz de Alarcón, quien, al igual que sus pares peninsulares, pone al desnudo “suave, pero firmemente, uno por uno, todos los vicios comunes, la mentira, la murmuración, la ingratitud, la inconstancia, el egoísmo, etc.”, de la sociedad española, y lo “logra mediante excelente dibujo de caracteres, diálogo natural generalmente libre de grandilocuencias retóricas, con versos fluidos y tramas bien estructuradas. “ (Leonard, 99). Y antes de ellos, eso mismo hizo “El lazarillo de Tormes”.

Aunque estos vicios eran propios de España y sus colonias, al barroco que operó, y opera todavía hasta hoy en la mentalidad de nuestras repúblicas, se le añadió el complejo de inferioridad del colonizado, algo que está bien arraigado todavía en las sociedades hispanoamericanas, sobre todo frente a los llamados “países altamente desarrollados”, cuyo etnocentrismo funciona como un látigo de esclavitud ideológica.

Si los escritores más revolucionarios del barroco español tuvieron como límite la no crítica radical del poder de la Corona y la Contrarreforma, la prolongación de ese barroco en la América hispánica tiene como límite para los poetas y escritores no criticar radicalmente al poder del Estado y sus instancias y a la Iglesia católica.

Hasta ahora, a través de mi observación, no he podido establecer si es un límite consciente o inconsciente en los poetas y escritores de mi país y del resto de América hispánica, pero concluyo en que es más consciente que inconsciente. Con esta atadura, es improbable que alguien pueda realizar una obra de alta calidad mundial, puesto que el poeta o escritor se queda en lo accesorio (los temas del barroco español) y no va a la raíz del problema (la crítica y transformación de la ideología del poder y las religiones).

Pero ya es algo sorprendente que un poeta como José Enrique García cuestione, al asumir los temas de la vida cotidiana dominicana, la crítica a las ideologías, supersticiones, creencias, leyendas y mitos del hombre y la mujer de tierra adentro y de la mujer y el hombre urbanos para proponer una sociedad posible donde el personaje central sea el sujeto dominicano, hombre o mujer, enfrentado a las luchas por la existencia humana. (Continuará).

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