José García Cordero, paisajista de excepción

José García Cordero, paisajista de excepción

Ha sido una grata sorpresa que José García Cordero exponga tres veces en este mismo año. Las dos primeras veces fue en ocasiones especiales: la Alianza Francesa y fecha de apertura de la francofonía, luego entre allegados en una acogedora morada de la Ciudad Colonial.

Ahora, se impone una muestra individual en su galería ‘titular’ la de Lyle O Reitzel, particularmente vinculada en Santo Domingo a los éxitos de José García Cordero.

Si agregamos, a finales del año pasado, el indiscutible reconocimiento del Premio Nacional de Artes Visuales, es una época fausta para un artista contemporáneo dominicano cimero, que comparte su residencia entre Montreuil – unido a París- y Cabarete- cercano a Puerto Plata-.

Esta muestra de José García Cordero deja al espectador impresionado como prácticamente todas sus presentaciones… Él es hoy ciertamente nuestro mayor paisajista, y esa afirmación nos permite valorar la importancia del paisaje en la pintura nacional.

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Solamente le dedicaremos algunas observaciones que consideramos necesarias. La academia tradicional ha destacado el paisaje como uno de sus grandes géneros, y en América Latina fue el primero que expresó originalidad y un contexto local. La República Dominicana no ha sido la excepción, y los paisajistas dominicanos, modestos e ilustres, no se cuentan.

Una motivación perceptiva y emocional de la campiña y el bosque criollos, con sus montes ondulantes y frondosos, ha nutrido la inspiración pictórica.

La luz del trópico impregna y unifica el escenario natural, comunicando animación y armonías. Por cierto, la conmemoración de 150 años de Impresionismo, sobresaliendo la visión singular de Claude Monet, ha renovado la boga y la vigencia del paisaje, universalmente.

Siempre lamentamos que no se haya hecho una magna retrospectiva del paisajismo dominicano, por su realidad artística y la fascinación que ejercería en el público. Creemos que Danilo de los Santos estaba contemplando ese acontecimiento, pero la eternidad nos lo arrebató…

Entonces, cuando surge una exposición que centra las obras en el tema paisajístico, y con un enfoque particular, nos regocijamos. Este disfrute lo otorga José García Cordero… con su naturaleza viva.

José García Cordero, paisajista

El paisaje marca su omnipresencia en la obra de José García Cordero, pero, hasta la presente exposición, nos estremecía, y provocaba ansiedad al mismo tiempo que causaba deleite.

Esos troncos irregulares, deshojados, desnudos, desconocidos, causaban tanto estupor como seducción, entre su diseño, su (no)color, su frecuencia. La lucha ecológica no se había intensificado como hoy, pero sentíamos la agresión y que algún crimen los había sesgado. El agua contigua… encarnaba inundación y ahogamiento. Si aparecía un autorretrato- no faltaban-, fortalecía la inquietud.

Asimismo, los panoramas de la ciudad, con su oscuridad invasora, alteraban la tranquilidad interior, casi causando un placer perverso por sus atractivos, entre mensaje, nocturnidad, coherencia plástica.

La exposición de hoy contrasta absolutamente, en composición, en colorido, en iluminación -hasta irradiante-. La fascinación se apodera del visitante… desde que entra y descubre el primer cuadro.

Por cierto, es un poema visual épico, que celebra la belleza, el verdor, la frondosidad de esa región central francesa, “Auvergne”, donde la familia José-Béatrice-hijos- vacaciona. ¡Un verdadero homenaje a una provincia tradicional que multiplica tonalidades y matices!

Esa riqueza pictórica, con el dinamismo de la pincelada, nos recuerda que Voltaire decía a los hombres que “ellos debían cultivar su jardín”…

Una segunda mirada

Hemos escrito, más de una vez, que las obras de José García Cordero requerían una segunda mirada: ese ‘reojo’ cumple más que una función secundaria y puede llegar a la alegoría, sugiriendo aún que la prioricen.

El artista, horticultor del pincel, cultiva plantas, hojas, flores, botones, tallos, pétalos, corolas, pistilos, y los miramos atentamente, seducidos.

De repente, la segunda mirada se hace reveladora. La exposición, botánica y real-imaginaria, vira hacia cierto erotismo.

Recordamos un texto que escribimos hace tiempo, “El Arte Erótico es una expresión particularmente delicada, sus fronteras no están claramente marcadas. Relacionado con la atracción y sus manifestaciones físicas, su interpretación oscila entre una reserva que apenas permite vislumbrar alusiones, y evocaciones prácticamente descriptivas”.

Evidentemente, aquí, no se trata de una exposición erótica, pero, en varios cuadros, las flores evocan partes íntimas, sobre todo femeninas -color, forma, textura- , aisladas o agrupadas. ¡La muestra vegetal se vuelve pasional!

Coda

José García Cordero, difiriendo de otras alegorías y etapas, ideológicas y sociales, aquí bien humorado desarrolla su sentido lúdico. La muestra susurra: “las plantas tienen sexo”.