JOSÉ GARCÍA CORDERO 
Un gran clásico contemporáneo

JOSÉ GARCÍA CORDERO <BR>Un gran clásico contemporáneo

¿Qué es una buena exposición? Leímos recientemente que era cuando uno se sentía contento por haberla visto. ¿Y para un crítico de arte? Nos parece que será cuando se siente motivado por ella y con las ganas de escribir…. En el caso de la exposición de José García Cordero en la Galería de Arte Lyle O. Reitzel, las dos propuestas se imponen, en grado superlativo.

Sencillamente, con la dificultad de que tiene tanta calidad, tanta riqueza que se abre a los comentarios más diversos: unos podrían hasta relacionarse con cuestiones generales de actualidad como la vigencia de la pintura –¡hoy más que nunca!–, o la coexistencia de géneros tradicionales y el arte contemporáneo. En fin, a partir de una muestra, pequeña por el número de obras, grande por su belleza excepcional, habría la materia de un debate global, pero la prioridad de un breve artículo se limita al artista y a su última producción…

El título  de la exposición es provocativo. “Más de lo mismo”… y se presta para que repitan consabidos e inevitables elogios: una obra poderosa y radical, el compromiso plural y personal, el humor negro y la ironía, el apego “obsesivo” a su región montecristeña, el autorretrato testimonial, la condena final de la degradación del hombre y por el hombre.

Caben todas estas observaciones, pues, en  veinte años, José García Cordero ha mantenido una total coherencia en temas, estilo e ideología, y cual un clásico inmutable, él siguió trabajando los tres géneros del (auto)retrato, el bodegón, el paisaje. En síntesis, él ha conservado su tratamiento pictórico singular y jamás ha firmado la paz con la agresión ecológica, con la obligada sensibilidad y la concienciación de sus seguidores.

La exposición.  Ahora bien, José García Cordero ha ido pintando con una creciente madurez, aunque esta observación la hacemos… en cada exposición que él presenta. El artista, oriundo de Santiago –cuna de la pintura y la fotografía–  se ha adueñado del arte del paisaje y es definitivamente el paisajista dominicano contemporáneo más intenso, vigoroso y poético. Él ha alcanzado el clímax de la expresión y de la factura, aunando  la descripción literal de la naturaleza –recordando en los cactus, el esmero de aquellos pintores viajeros “humboldtianos” y su afán botanista–, y el recorte moderno de la superficie en zonas y en planos que intensifican la perspectiva  hacia el infinito de la imaginación.

El cielo, la tierra, el agua vibran, alternada o simultáneamente según los cuadros, pero la exuberancia tropical es templada por la construcción del espacio, y la realidad recordada –¡José pinta a la usanza de los orientales plantando su caballete en el recuerdo!– capta a la vez lo permanente y lo momentáneo.

Así, en la impactante “Huida II”,  lo que llamaríamos el tiempo geológico de la naturaleza coexiste con el instante del escape –¿hacia dónde?–, y lo “no dicho” permite todas las suposiciones.

El lugar es árido con un altiplano y “anteplano” de dos troncos, ¡y qué bien el colorista maneja los tonos de la desertificación inducida!: la criatura  humana se marcha, corre, ira desapareciendo, por cierto dimensionalmente empequeñecida en esta serie –hasta el mismo autorretrato–. No obstante, rostro y también ojo en “El gran cactus”, o duplicado simétricamente en “Playa Popa (14 de junio 1959)”,  el hombre perdura simbólicamente y/o se enfatiza por su misma colocación. Si pensamos ahora en el magnífico lienzo de “La laguna verde”, el rostro miniaturizado flota misteriosamente, ¿camuflaje ante adversarios invisibles, inmersión de un nadador solitario, o espíritu del bosque?– y la lectura se multiplica: nosotros también nos sumergimos en los reflejos mágicos del agua, en la distribución de los colores y el verdor circundante, en el ordenamiento de los troncos y los bejucos.

Sin discusión es una obra maestra.

No falta un bodegón espléndido, de título evocador, “La ofrenda”, de formato circular excelentemente manejado por José en un contexto de “all over”. Siempre relacionados con Montecristi, son  “rojiardientes” frutos de mar, mariscos y cabezas de pescado –de dientes vanamente amenazantes–, preciosos hasta literalmente como las perlas de ostras. Y tampoco falta una inesperada travesura erótica: una concha… femenina, ¿será la ofrenda?

Por cierto, la vertiente lúdica, en el mismo espíritu, anima “La espera” –¿de qué o de quien?–  con aquel señor en su hamaca colgada entre ramos secos, leyendo –palabra textual– sobre sexo, acompañado por su perro, que tiene sed… la lengua afuera, como ahora los demás perros sabuesos de José,  mucho menos amenazadores que antes. La pintura divierte e intriga. Así mismo sucede con otro divertimento pictórico, los osos de juguetes, encantadores a la primera mirada, pero inquietantes, vestidos de distintas armaduras ignotas, ¿una versión personal de los muñecos diabólicos del cine?

Aquí, cada pintura expuesta ameritaría que la comenten, que la comente José, o Lyle, en una visita guiada. ¡“Más de lo mismo” no es lo mismo, sino mucho más!  

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Un prestigio merecido
    

¡Ojalá José García Cordero llegue a estar expuesto en París, en un sitial como la prestigiosa Fondation Cartier, donde últimamente habíamos visto la exposición retrospectiva del famoso artista chino Yue Minjun, también crítico y “autorretratista”! Ciertamente, nuestro pintor tiene la talla para alcanzar estas cimas de la exhibición internacional. 

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