Desde hace 30 años, progresivamente, en República Dominicana la resignación se hizo ley. Se fue consolidando una convicción de que el pueblo dominicano “piensa con el estómago”, que “los políticos son todos lo mismo”, y que votar periódicamente era una puerta giratoria para “sacar a los que están”.
De esa manera, la pobreza y privación de derechos del pueblo en vez de ser causa de indignación, pasó a ser la explicación de nuestros males. “Los políticos” una subespecie distinta a la de la población, con reglas propias, y la política algo confinado al electoralismo y la lucha por cuotas de poder personal y grupal, acatando el secuestro de las instituciones. El voto “por el menos malo” y que “cambien las cosas” (sin preocuparse hacia dónde y a favor de quiénes) se instaló como aceptación repetida y resignada de que la política y el orden en que la sociedad vive está más allá de nuestro control.
A esto contribuyó el proceso de deterioro de los partidos históricamente identificados con las causas del pueblo (PRD y PLD), que abandonaron sus proyectos originarios, se vaciaron de la participación real y la democracia, traicionaron sus luchas y se despojaron de todo compromiso ético-doctrinario que no se acomodara a “las reglas del poder”.
El cinismo y el descreimiento se volvieron normales y naturales; recogerse en la vida individual (con sus problemas o sus progresos) para muchos fue el refugio razonable; para otros, el comportamiento “táctico” que lleva al oportunismo fue lo más apropiado. Porque la decepción no tiene vuelta atrás y es un golpe devastador y con secuelas prolongadas cuando te la propina quien más recibió tu confianza. Esto no pasó sólo aquí; en muchos países de América Latina esta combinación se dio y con consecuencias similares.
Pero desde hace una década algo empezó a cambiar. Las movilizaciones sociales contra las políticas neoliberales, el naufragio de grandes maquinarias en la corrupción y el descrédito, los logros de gobiernos progresistas, las nuevas formas de participación de la gente en defensa de sus derechos, y la frustración con recetas repetidas y fallidas, abrieron paso a la imaginación política. De norte a sur, con aciertos y fracasos, la política se ha llenado de caras nuevas, no valiosas por ser “diferentes” sino sobre todo porque con sus rostros y sus voces no conocidas llegaron para decir algo básico como antiguo: que en política nada está escrito en piedra; que la gente puede volver a ilusionarse; y que la capacidad de indignación y de querer vivir con decoro e igualdad nunca se demuelen en una sociedad.
La hegemonía lograda por “ideología de la derrota” es una batalla, no una conquista irreversible. Hay quienes han impuesto unas “reglas del juego”, pero esas no son las únicas reglas posibles.
Y así ha aparecido -para dar un ejemplo- Bernie Sanders (anciano caucásico) o Alexandria Ocasio-Cortez (joven latina) en Estados Unidos, utilizando las reglas y los canales instituidos para proclamar que la política democrática está siempre viva, que su esencia es negar que estamos condenados; impugnar que el poder sólo deba estar en manos de unos pocos para repartirse privilegios y negar los derechos de la colectividad; y convencer de que eso se puede transformar.
Como otras veces en nuestra historia, este domingo hemos sabido que todo esto es posible en República Dominicana. La cara y la voz han sido las de un joven llamado José Horacio Rodríguez, candidato a diputado más votado en la circunscripción 1 del Distrito Nacional.
De nuevo sabemos que las maquinarias electorales, el dinero, el marketing, los apellidos y las herencias pueden mucho, pero hay algo más grande que todo eso y es la combinación de un despertar de la consciencia colectiva y la confianza que sepa construir una opción política, demostrando compromiso, honestidad, valentía y capacidad de unir y escuchar. La victoria de José Horacio es valiosa por él y su trayectoria, por el partido y las organizaciones que representa, pero sobre todo es un mensaje tremendo para empezar a demoler la resignación, el conformismo y reinstaurar la esperanza.