José María Heredia

José María Heredia

Un dominicano que se convirtió en el poeta nacional de Cuba y que además se destacó en el mundo intelectual de Venezuela y México durante el siglo XIX

POR ÁNGELA PEÑA
El Poeta Nacional de Cuba fue concebido en Santo Domingo, hijo de padres dominicanos que emigraron de su patria en el siglo XIX. Es precursor de la Independencia de la cercana antilla y tuvo tan destacada actuación patriótica e intelectual en Venezuela y México que allí también se rinde culto a su memoria destacando sus gloriosos aportes.

En República Dominicana, donde vivió y estudió algunos años, su nombre tuvo mayor vigencia entre 1939 y 1950. En escuelas y colegios se leían sus obras y promovían sus hechos trascendentes. Una calle del Distrito Nacional fue denominada “José María Heredia”, y el reputado historiador Emilio Rodríguez Demorizi publicó  un opúsculo: “El Cantor del Niágara en Santo Domingo” en el que relata la intensa vida del bardo y revolucionario, reconocido así mundialmente por su  “Canto al Niágara”.

Para los cubanos es un orgullo. Han dado a la luz sus Obras Completas y llenado páginas de Internet con sus versos, fotos, bibliografía, recorridos, aunque, según el doctor Tirso Pérez de León, la Revolución, en sus inicios, opacó al soldado “por una cuestión ideológica: en cartas a sus familiares, específicamente a su padre, Heredia escribía: ‘No te olvides de leer el Salmo 23’, la madre le aconsejaba: ‘léete el 91, el 89, el 7, el 121’, o sea, era un católico práctico. Cuando surge la Revolución, el primer grupo social que es combatido es el clero católico extranjero, entonces, cuando la moral revolucionaria ideológica está en boga, era contraproducente sacar del banco de la historia a un personaje que hablaba de Jesucristo, Dios, la Biblia, cuando allí se estaba predicando el ateismo científico. A eso atribuyo el que, en parte, en Cuba también ha sido poco difundido, excepto en los últimos cinco o diez años”.

Pérez de León es, desde 1995, un decidido promotor de la obra y la personalidad de José María Heredia. Hasta ese año, en que viajó a La Habana por motivos de salud de su madre, conocía al prolífico escritor “vagamente. Sabía que era dominicano por derecho, que sus padres eran dominicanos”, confiesa. Profundizó en su vida cuando cubanos vinculados a la cultura le propusieron la creación en el país de la “Fundación Heredia”, que preside, a la que luego agregó la “Casa Heredia” dedicada a traducciones judiciales, técnicas y oficiales con cuyos fondos se cubren gastos de conferencias, coloquios, peñas, intercambios para dar a conocer a “El Cantor del Niágara”.

En la sede de estas instituciones están como símbolos de su devoción por Heredia, y de su estancia en Cuba, un óleo del insigne literato, sus obras publicadas, un cuadro alusivo a Ernesto Che Guevara y sus diplomas de Doctor en Derecho Internacional Público y Derecho Mercantil, de la Universidad de La Habana, donde estudió a finales de los 90.

“José María Heredia era el propulsor de la independencia de Cuba, y se incorpora a las actividades de Bolívar siendo apenas un niño, cuando empieza a escribir sus poemas infantiles que luego fueron formando la personalidad del futuro “Poeta Nacional de Cuba”, comenta Pérez.

De Heredia le atrajo, significa,  su capacidad de entrega, sus sacrificios y luchas, “que pocos líderes políticos de América” poseen, a su juicio. “La independencia de Cuba no llega por las críticas ni por los historiadores y filósofos, llega por la poesía de Heredia mucho antes de que la palabra patria se conociera en Cuba. El concepto que tenía el cubano de la época de la colonia de la patria era: España como la patria de sus ancestros. Pero José

María Heredia fue mucho más lejos, tuvo la visión, a distancia de casi 50 años, de ver una Cuba libre, independiente”.

Pérez de León refiere la admiración de Martí, Rubén Darío, Alejo Carpentier y otros escritores por la obra de Heredia, al que él considera “el primer romántico de América” y afirma que “muy pocos poetas de hoy tienen la capacidad de manejar la lengua como él”.  Cita la opinión de Martí en torno al  inspirado compositor: “El primer poeta de América es Heredia, sólo él ha puesto en sus versos sublimidad, pompa y fuego de su naturaleza…  Es que sólo comparado con la vida de los genios, puede ser la de José María Heredia”. Y acota: “Martí es el primero que enuncia la grandeza de Heredia, yo voy más lejos: Martí aprendió a hacer versos con los libros de Heredia”.

Piensa Tirso Pérez de León que el proceso declinatorio que sufrió la educación dominicana es responsable del desconocimiento del revolucionario, cuyos poemas, afirma, sobrepasan los 400 mil. Lamenta su muerte a destiempo, el destino incierto de sus despojos mortales. “Enferma en México y prácticamente muere en la miseria porque los mexicanos dijeron que él no podía ostentar el cargo de juez siendo extranjero. Sus restos están en una tumba común, porque su padre falleció primero, y en la ciudad de Toluca, donde fue sepultado, desapareció el cementerio. El gobierno mexicano anunció que fueran a recoger sus huesos porque se iba a construir una avenida, a ampliar la ciudad. Nadie reclamó y los colocaron en una fosa común. Hasta ahí llegó la mala suerte de Heredia”, expresa

 Perfil

 José Francisco de Heredia y Mieses y su prima doña Mercedes de Heredia y Campuzano, naturales de Santo Domingo, de la esclarecida familia del Conquistador Pedro Heredia, emigraron de su patria a principios del siglo XIX con motivo de la cesión de la parte española de la Isla a Francia y de las espantosas invasiones haitianas, consigna Emilio Rodríguez Demorizi.

Después de regresar de Venezuela, donde contrajeron matrimonio, se ausentaron de nuevo de la ciudad natal y fueron a establecerse en Santiago de Cuba, agrega. “El 31 de diciembre de 1803, en el hogar dominicano recién abierto, nació José María Heredia”. La madre, según César Nicolás Penson, había salido de Santo Domingo “ya grávida del más preciado fruto de su vientre”. El doctor Tomás de Portes e Infante, emigrado, llevó al niño a la pila bautismal. Sus padrinos fueron dominicanos: su abuelo, el capitán Manuel Heredia Pimentel y su tía materna, Juana Heredia Mieses.

A raíz de la Reconquista, salieron de La Habana el 16 de junio de 1810 y el 24 de julio “entraban al Ozama”. El padre de Heredia prosiguió viaje a Venezuela, donde iba en calidad de Oidor de la Audiencia de Caracas, y la esposa y los hijos permanecieron en Santo Domingo, según Rodríguez. Aquí nació otro vástago, Rafael. En agosto de 1812 toda la familia volvió a Venezuela, luego pasó a Cuba y México.

En Santo Domingo, la educación de José María Heredia estuvo a cargo del doctor Tomás Correa y Córcega y de don Francisco Javier Caro, quien teniendo el alumno ocho años lo reconocía “como buen latino y excelente traductor de Horacio”. También asistió a otras reconocidas escuelas de la ciudad. En México, el 20 de marzo de 1827, declaró Heredia ante el Gran Jurado de la Cámara de Senadores, que hizo sus estudios “en cuatro universidades: las de Santo Domingo, Caracas, La Habana y México”. En 1821 se recibió de bachiller en leyes y en 1823 fue admitido como abogado en la Audiencia de Camagüey. Ese mismo año intervino como miembro de los Caballeros Racionales en la Conspiración de los Soles y Rayos de Bolívar.  Vivió un breve tiempo en Nueva York, Estados Unidos. “En el exilio escribió la oda al Niágara, junto a la enorme y rugiente catarata, y allí supo  que había sido condenado a destierro, lo que impedía su regreso a Cuba. Ya publicada en Nueva York la primera edición de sus poesías que le había dado fama continental, aceptó la oferta del Presidente mexicano Guadalupe Victoria y volvió a México, para ser allí, como dijo él, juez, magistrado, periodista, político, tribuno, guerrero, tipógrafo, maestro, historiador, jurisperito, y morir en aquella tierra, después de una corta permanencia en Cuba al lado de su madre. La tuberculosis lo venció el 7 de mayo de 1839”.

 Escasos autores nacionales se han ocupado de la producción y la figura de “El Cantor del Niágara”. Enciclopedias y libros de literatura no lo consignan. Rodríguez Demorizi no hace referencia a nupcias ni descendencia. 

Entre sus obras están, además de “Canto al Niágara”, fábulas y los poemas En el Teocalli de Cholula, En una tempestad, Calma en el mar, Vanidad de las riquezas, La estación de los Nortes, Himno al Sol, Al Océano, Al Popocatepetl, Inmortalidad, entre otros. Dejó inéditos tres textos de historia en varios volúmenes.

“Heredia es gloria dominicana, como Máximo Gómez lo es de Cuba. Más no en grado igual, si es que los vínculos de la sangre pesan menos que los lazos de la acción”, dice Emilio Rodríguez Demorizi. Y agrega: “La dominicanidad del gran poeta era joya guardada en el olvidado sagrario de nuestras glorias”.

La calle

 La calle está localizada en el ensanche Independencia (llamado Gascue por la mayoría) comprendida entre las avenidas Independencia y George Washington. A Heredia, manifiesta Tirso Pérez de León, le asignaron una callecita, “pero yo diría que los grandes hombres, como él, ni necesitan tumbas ni grandes avenidas. Sus obras, sus poemas, sus criterios y conceptos de lo que es patria, humanidad, libertad, independencia, están ahí. Le pertenece al Estado dominicano y a las autoridades de educación y cultura difundir más la obra de “El Cantor del Niágara”.

Publicaciones Relacionadas