José Mármol
Tres versiones del pensar

<STRONG>José Mármol<BR></STRONG>Tres versiones del pensar

POR PLINIO CHAHÍN
Durante los últimos veinticinco años, José Mármol (1960), ha venido desarrollando una intensa labor artística y literaria, que abarca la poesía, el ensayo, el aforismo y el fragmentarismo breve y reflexivo. En esta  oportunidad,  José Mármol, brinda a sus lectores tres versiones diferentes del pensar:

«La poética del pensar y la Generación de los Ochenta·» (ensayos), «Torrente Sanguíneo» (poesía) y «Maravilla y furor (Aforismos y fragmentos)». En su libro La poética del pensar y la Generación de los Ochenta (2007), establece  una   visión  de los principales postulados artísticos y literarios  de esta Generación .

Precisamente, en este libro, aparece un emblemático ensayo titulado el «Poniente de los ídolos»,  escrito en el año 1982, donde,  José Mármol, anuncia el nacimiento de  la Generación de los Ochenta. Mármol, primer teórico de esta generación,  escribió entonces que los ochenta  venían a  romper con los cánones establecidos. 

Atrasada la experiencia poética de la República Dominicana en relación al resto de América y de Europa, Mármol, defendió la poética del pensar, es decir, una visión del mundo vinculada al conocimiento, al lenguaje y a la intuición.  La concepción del poema como objeto verbal autónomo determinaría  la experiencia fundamental del mundo y la poesía de poetas tales como Médar Serrata, José Alejandro Peña, Adrián Javier, Diniosio de Jesús, Martha Rivera, Aurora Arias, León Félix Bastista, César Zapata, Plinio Chahín, José Mármol, Fernando Cabera, entre otros, con quienes nacería una  nueva visión.Visión emergente del fondo viviente del sujeto y que constituye su propia vida, su espontaneidad y su «subjetividad».  Lentamente, el arte, la ciencia, la ética, la fe religiosa, la norma jurídica, se van desprendiendo del sujeto y van adquiriendo consistencia propia, valor independiente, prestigio, autoridad.

La crítica de la poesía en Mármol, en «La poética del pensar y la Generación de los Ochenta», engendra la crítica de esa crítica.

La experiencia como desafío y riesgo sirvió de trampolín en lo espiritual y en lo poético, y en el trasunto de la propia realidad que vivíamos, sin caer en la obsesión de la originalidad.

¿Quién, en realidad, más que  el filósofo, José Mármol, más que el poeta Mármol,  padece el pensamiento de nuestra época, del insaciable apetito de conocimiento, de la búsqueda incesante de las raíces perdidas de nuestra ontología? Los lectores de  «La poética del pensar y la generación de los ochenta»  sabrán que detrás de la oposición, mito versus razón—o, imagen versus concepto—existe otro universo más original y más rico.

El poema ha de escribirse al amparo del autoconocimiento de que se está en la historia, pero no es hija suya. Porque, al decir de Mármol, «el sujeto, el lenguaje y el poema son la historia. La propaganda que trata de ser poesía a fuerza de disfraz tiene justificación (ya como perpetuación del pasado o ya como feroz empresa futura), pero nunca tendrá porvenir».

Lo más característico de la crítica ochentista  radica en su transformación metacrítica. De ahí, el juego dialéctico que Mármol  asume como aventura del lenguaje: la crítica de nuestro tiempo sigue siendo fallida—una simple condena, como tal insignificante, que, repitiendo a Heidegger, excluye solamente a quien pretende excluir–, desde el momento en  que no se consigue entrever en el poema mismo la intuición razonada del lenguaje.

La generación de los ochenta instaura una órbita poética en el aspecto sistémico de problematizar ciertos temas en el universo literario de la vida: la soledad y el miedo, el suicidio y el amor, el erotismo y el sexo, la locura y la muerte. La tentación y el delirio de huir o  habitar fatigosamente la ficción de la vida o existir a expensas de una poesía real y cotidiana sin correr el albur de la esquizofrenia o el derrumbe total del yo.

La poesía sólo pervive mientras sigue recibiendo constante flujo vital de los sujetos.   Cuando esa transfusión, orteguianamente, se interrumpe y la cultura se aleja, no tarda en secarse y en hieratizarse.  Tiene, pues, la cultura una hora de nacimiento –su hora lírica—y tiene una hora de anquilosamiento —su hora hierática–.  Hay una cultura germinal y una cultura ya establecida.  En las épocas de rebeldía es preciso desconfiar de la cultura establecida y fomentar la cultura de la rebelión –o, lo que es lo mismo, dejar suspendidos los imperativos socioculturales y poner en vigencia los principios vitales.

La experiencia poética, como falta y como dolor, es sobrecogedora. Compromete aquel que la vive en la violencia de un combate. Y nuestra generación, con José Mármol a la cabeza, misteriosamente, fue el lugar de ese combate. Combate entre el pensamiento como carencia y la imposibilidad de soportar esa carencia,– entre el pensamiento como separación y la vida inseparable del pensamiento.

El poema no dice la realidad, sino su sombra, que es el oscurecimiento y la espesura por los que algo distinto se anuncia a nosotros sin revelarse. La idea del poema entendido como espacio del lenguaje y de la vida. El espacio no de las palabras, sino,  como dice José Mármol, de sus relaciones, que siempre las precede y, aunque está dada en ellas, es su suspenso móvil, la apariencia de su desaparición; la idea de ese espacio como puro devenir; la idea de la imagen y el concepto, «más real que la presencia», es decir, la experiencia del decir que aprehende las diferencias, poéticas y conceptuales, antes que toda  representación y todo conocimiento.

En fin, la idea del poema como rebeldía, pero la rebelión más irónica y lúdica, aunque aparentemente no real.

Lo mejor de la poesía de José Mármol, parte, precisamente, de estas  reflexiones. En su libro Torrente Sanguíneo (2007), el logos y la palabra se transforman en imaginación dolorosa del deseo. En efecto, la experiencia poética, empieza  por el acto imaginario del desgarramiento y el hastío. 

Poesía inteligente, sino simplemente intelectual. Lo abstracto en ella (como cuando se habla de pintura)  está lejos de todo simbolismo conceptual. Ya en uno de los poemas iniciales de este libro, José Mármol dice: Me suplica que acabe de lanzarme al vacío./Ese ardor, es cielo nublado, de aguacero./ Es de horror el instante, aunque no acontezca nada.

Aun me pregunto si lo que Mármol quiere revelar no es, en definitiva, una materialidad original, más pura o más real, no una mera significación de esa materialidad. La poesía de Mármol ¿no será el intento por encontrar la auténtica pasión, por hacer que esa búsqueda rescate su fundamento inicial? ¿O se tratará de algo todavía más radical y desmesurado, como en toda la poesía contemporánea: hacer que la carencia de esta alegoría esencial, contrariando toda casualidad, sea la que origine el deseo, y lo invente y al inventarlo lo haga de nuevo original?

De ahí que este libro se presente como una indagación ontológica, no sólo de las cosas, sino, también, de lo que rige a las cosas. Lo sensible y lo inteligible.

Se trata, más bien, de la concentración de todo sentir que, por ello mismo, se convierte en una visión (Voy de lo soñado a lo imposible); esa visión busca transparentar lo sensible. Es, también, por tanto, una forma de imaginación (Voy de lo imposible a lo imposible, sin encontrar rastro siquiera de que he sido). Además, es un modo de conocimiento interior, de auto-contemplación, espejo de sí mismo; hay  un punto, dice Mármol, en que el ser comienza a descreer de sí mismo y del mundo.

En efecto, lo obra de Mármol está escrita desde y para el escepticismo, el desarraigo y la muerte. Sólo que Mármol nunca se adaptará al orden que habría abandonado; es un ser desgarrado, que nunca regresa porque lo ha perdido todo.

Este poeta  será siempre el inconforme errante de la vida. Su memoria no es una simple evocación del paraíso perdido, sino, una suerte de intensa vigilia (Vengo del porvenir incierto./Estoy tan lejos hoy./Y sin embargo son premoniciones los recuerdos./Tiempo que no atina en el tiempo a suceder).

Ni siquiera es nostalgia. La memoria es un nuevo rito ceremonial, y su poder mágico, lacerante, se instala como una peste real en la médula del poeta. En definitiva, es otra forma—no menos radical—de la presencia del poema como crítica de sí mismo y la realidad. De ahí que Mármol hable del pasado como un tiempo vivo, como un tiempo sin tiempo.

El universo atormentado de  José Mármol en Torrente Sanguíneo, no es ahora más que otro, o el mismo viaje de otros libros del autor,  tales como La invención del día (1989) , por el que obtuvo el Premio Nacional de Poesía 1987; Lengua de paraíso, galardonado con el Premio de Poesía Pedro Henríquez Ureña (1992), entre otros.

Por tanto, José Mármol, es el poeta de nuevo en ruta, hacia el primordial mundo de la imprecaciones,  las rabias y la paradojas: Llegué del porvernir;/sediento y en harapos./ Caí en un pasado ceñido a tu vivir./No llevo reloj, misterio y asombro destejen mi concierto.

Ese viaje por el mundo no es más que el viaje por la memoria y el cuerpo: la apoteosis de éste, no sólo como reto del destino ante el porvenir y la muerte, sino, como discurso rebelde del deseo.

El movimiento de estos poemas, por tanto, es un movimiento sin fin, su tiempo  es cotidianamente mítico: discurrir de presencias vivas, no sucesión de momentos extintos. En un poema titulado «El bolero de Ravel», Mármol nos da justamente esa visión: el ilimitado poder del deseo y de la pasión, poder demoníaco en la medida en que nunca tiene acceso a la definitiva posesión.

Aunque con varientes muy peculiares, José Mármol retoma estos y otros temas, en su libro «Maravilla y furor (Aforismos y fragmentos)», publicado, también, en el año 2007.

Las confrontaciones de la poesía con el aforismo son de muy diverso temple y, por ello, admiten soluciones opuestas entre sí, aunque,  finalmente, comunes en su búsqueda. El aforismo, tienden hipotéticamente  a «resolver»  las preguntas  sobre el ser, mientras la poesía, busca acentuarlas.

Nuestro siglo se ha caracterizado, según José Mármol, por una honda complejidad en todos los órdenes. Una complejidad situada en un movimiento con sentido doble: hacia la especificidad y singularización por áreas en el campo del conocimiento, por un lado; y, hacia la totalización y la unificación de las diversidades, por el otro.

Este siglo es, al mismo tiempo, kantiano, hegeliano, nietzscheano, einsteiniano, además de presocrático y tomista. La historia se configura y desarrolla, dice Mármol, trazando «diagonales convergentes y divergentes, devenires lineales y circulares, eterno retornar y eterno pasar irregistrable».

En  el filósofo José Mármol, la escritura aforística y fragmentaria se convierte en el arte de la aproximación  a estos conflictos. La primera anotación, en éste, su segundo libro de aforismos, se refieren, precisamente, al fundamento ético que comparte esta civilización frente a  la «incertidumbre» de la vida. El aburrimiento es la expresión concreta de la más encumbrada capacidad de raciciono, nos advierte en uno de sus aforismos más  entrañables y lúcidos. 

Como en otras ocasiones, José Mármol,   se esconde en el procedimiento tras la queja: Hay en él un dejo de vacío, de sordo espanto privativo de lo humano.

Experiencia radical, que  en estos aforismos y fragmentos, el mismo autor asume, como práctica de una perplejidad.

En «Torrente Sanguíneo», en «Maravilla y furor»,  en «La póetica del pensar y la Generación de los Ochenta», José Mármol escribe para encontrarse a sí  mismo o salirse de sí,  o casi para suprimirse, y llegar a ideas, frases e imágenes que sólo le pertenecen parcialmente.

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