José Núñez de Cáceres y Albor

José Núñez de Cáceres y Albor

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La Gran Colombia era un doradosueño del Libertador Simón Bo1ívar y estaba integrado por Venezuela, Colombia y Ecuador. Los civilizados revolucionarios dominicanos rodearon de garantías, hasta que se embarcaran, a las autoridades españolas encabezadas por el que había ostentado el título de gobernador, el brigadier don Pascual Real. Procedió Núñez de Cáceres a formar una Junta de Gobierno.

Esta junta estaba formada por Núñez de Cáceres, Juan Vicente Moscoso, Antonio Martínez Valdez, Juan Ruiz, Vicente Mancebo, Juan Nepomuceno Arredondo y Manuel López Umeres.

El Estado Libre que se acababa de fundar fue puesto bajo la protección de la Gran Colombia. Para Venezuela salió a participar lo sucedido el doctor Antonio María de Pineda. A la sazón, Simón Bolívar andaba en campaña por Ecuador. El doctor Pineda no logró nada ni con Páez ni con Santander. Sencillamente Bolívar estaba bien distante de Caracas y de Bogotá, y además el Libertador Bolívar no estaba en conocimiento de lo que aquí se estaba tramando para proclamar nuestra separación de España. En Haití, Jean Pierre Boyer, después de la muerte de Petión y de Cristóbal, había logrado la unificación del Norte y del Sur. Boyer, ni corto ni perezoso, le comunicó a Núñez de Cáceres que debía proceder a arriar la bandera y enarbolar la de Haití, porque de lo contrario, vendría él mismo a realizar el acto de enhestamiento. Jean Pierre Boyer, el presidente de Haití, procedió a organizar considerables fuerzas al frente de las cuales puso a hombres de pericia militar y de su entera confianza como Borgellá, Bonnet, Prévost, Lebrumn y Richet.

El 9 de febrero de 1822 fue ocupada sin sin disparar un solo  tiro, la ciudad de Santo Domingo de Guzmán. En la capital fue arriada la bandera colombiana y en su lugar fue enarbolada la haitiana. El doctor José Núñez de Cáceres y Albor se vio compelido a entregarle personalmente las llaves de la ciudad al general Jean Pierre Boyer. La entrega de las llaves se realizó en la Sala de Sesiones del Ayuntamiento o Casa Consistorial.

En honor a la verdad, hay que decir que Núñez de Cáceres era un buen orador y pro- nunció un valiente discurso de vibrantes y encendidas palabras. Diciéndole a Boyer, entre algunas cosas memorables, las siguientes: “Siempre ha sido influencia en los políticos para la constitución de los Estados y para la transmutación de diferentes pueblos en uno solo, la diversidad de lenguaje, la práctica de una antigua legislación, el poder de las costumbres que han tomado raíz en la infancia, y en fin, la desemejanza de éstas, de mantenimiento y vestido”.

Añadiendo Núñez de Cáceres luego: “La palabra es el instrumento natural de la comunicación entre los hombres, y si no se entienden por el órgano de la voz, no hay comunicación. Veis ya aquí un muro de separación, tan natural como insuperable, como puede serlo la interpretación natural de los Alpes y de los Pirineos. En fin, yo no discuto, porque los hechos también tendrán siempre más eficacia para persuadir que las razones”.

Entonces Boyer le dijo a Núñez de Cáceres que podía quedarse a residir aquí, donde contaría con una pensión vitalicia. Con altivez y con altura el gran patriota rechazó estos ofrecimientos. Pidiendo permiso para abandonar su patria.

Todo lo que poseía lo dejó abandonado y lo único que decidió llevarse fue una pequeña imprenta que le pertenecía.

En Caracas dio a la publicidad el periódico llamado “El Cometa”. Entonces para polemizar con el ilustre dominicano, e1 inteligente Cristóbal de Mendoza fundó el periódico que llevó por nombre “El Astrónomo”. Núñez de Cáceres dejó descendencia en Venezuela. Posiblemente una de las mujeres de Juan Vicente Gómez, la hermosa dama Amelia Núñez de Cáceres, fuera de su estirpe.

En Venezuela, Núñez  de Cáceres cultivó la amistad del general José Antonio Páez. Algunos hasta llegaron a decir que el dominicano contribuyó en algo  a la enemistad que surgió entre Bolívar y Páez. Núñez de Cáceres vivió cinco años en Venezuela.  Allá fue reconocido justamente como un hombre de muchas luces y de gran sabiduría. En el año 1827 decidió el gran dominicano, irse a México. Se estableció en Ciudad Victoria, capital del Estado de Tamaulipas. Diecinueve años vivió en México, ya que su fallecimiento ocurrió en el año l846. Se distinguió en tierra mexicana como un gran abogado, notable civilista, orador y periodista. Fue Fiscal de la Corte Suprema. Ostentó el cargo de Senador Honorífico y lo declararon “Benemérito del Estado de Tamaulipas”. Allá murió en el año 1846 y para el Centenario de la República Dominicana en el 1944, a los noventa y ocho años de su muerte, Rafael L. Trujillo trajo sus restos.

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