José Ortega y Gasset y seguimos con su España invertebrada

José Ortega y Gasset y seguimos con su España invertebrada

Yo necesitaba para mi vida personal orientarme sobre los destinos de mi nación, a la que me sentía radicalmente adscrito. Hay quien sabe vivir como un sonámbulo; yo no he logrado aprender ese cómodo estilo de existencia. Necesito vivir de claridades y lo más despierto posible. Si yo hubiese encontrado libros que me orientasen con suficiente agudeza sobre los secretos que el camino que España lleva por la historia, me habría ahorrado el esfuerzo de tener que construirme malamente, con escasísimos conocimientos y materiales… un panorama esquemático de su evolución y de su anatomía… Pero el hombre no puede esperar… La vida es prisa. Yo necesitaba sin remisión ni demora aclararme un poco el rumbo de mi país a fin de evitar en mi conducta, por lo menos, las grandes estupideces… José Ortega y Gasset, Prólogo a la cuarta edición.[1]
Como hemos dicho en los dos artículos anteriores, he iniciado una serie sobre el pensamiento del gran intelectual español de principios del siglo XX: don José Ortega y Gasset. En el anterior, empezamos a hablar de una obra que impactó muchísimo en su época: La España Invertebrada, que fue publicada en 1922.
Comenzamos a resumir-presentar la primera parte del libro, titulada “Particularismo y Acción Directa”. Cuenta 9 apartados. Los dos primeros fueron abordados en la entrega anterior y llevaban por título “Incorporación y Desintegración”, “Potencia de Nacionalización”. En esta oportunidad trataremos de abordar los restantes: “¿Por qué hay separatismo?”, “Tanto Monta”, “Particularismo”, “Compartimentos Estancos”, “El Caso del Grupo Militar”, “Acción Directa” y “Pronunciamientos”.
Se preguntaba el intelectual “¿Por qué hay separatismo?” su auto respuesta fue un largo e interesante artículo. Decía que uno de los grandes fenómenos y problemas de la vida política de España era la aparición desde los primeros años del siglo XX de los regionalismos, separatismos y nacionalismos. Se preguntaba también: ¿Son muchos los españoles que han llegado a hacerse cargo de cuál es la verdadera realidad de estos movimientos? Se respondía a sí mismo diciendo que no.
Enfrentó duramente a los nacionalismos de Cataluña y Vasconia. Decía que eran movimientos artificiosos, extraídos de la nada, y peor aún, sin causas ni motivos profundos. Con estas posiciones han desvertebrado a España, que antes de sus apariciones era “una masa homogénea, sin discontinuidades cualitativas, sin confines interiores de unas partes con otras. Hablar ahora de regiones, de pueblos diferentes, de Cataluña, de Euzkadi, es cortar con un cuchillo una masa homogénea y tajar cuerpos distintos en lo que era un compacto volumen”.[2]
Afirma que estos separatismos surgieron por la codicia y la soberbia de unos cuantos hombres, y esta ambición, los ha llevado a una “faena de despedazamiento nacional que sin ellos y su caprichosa labor no existiría”.[3]
El siguiente apartado se denomina “Tanto Monta”. Admite como verdad la preeminencia de Castilla, pues “NO hay que ver más que la energía con que acierta a mandarse a sí misma, pues “ser emperador de sí mismo es la primera condición para imperar a los demás. Castilla se afana por superar en su propio corazón la tendencia al hermetismo aldeano, a la visión angosta de los intereses que reina en los demás pueblos ibéricos”.[4]
Ortega afirma que las naciones se construyen y fortalecen cuando existe una correcta y dinámica política internacional. España, sigue diciendo, nació en la mente de Castilla, no como realidad, sino como un mañana imaginario “capaz de disciplinar el hoy y de orientarlo”. Cuando Castilla se alió con Fernando de Aragón, nació la unidad española, con el fin de lanzarla a los cuatro vientos, “para inundar el planeta, para crear un Imperio aún más amplio. La unidad de España se hace para esto y por esto….”.[5] Así pues, Ortega apuesta por la unidad de España, y fustiga duramente los intentos separatistas de los vascos y catalanes, tal y como lo expresa en el párrafo que citamos a continuación:
Si Cataluña o Vasconia hubiesen sido las razas que ahora se imaginan ser, habrían dado un terrible tirón de Castilla cuando ésta comenzó a hacer particularista, es decir, a no contar debidamente con ellas. La sacudida en la periferia hubiese acaso despertado las antiguas virtudes del centro y no habrían por ventura, caído en la perdurable modorra de idiotez y egoísmo que ha sido durante tres siglos nuestra historia. [6]
No niega el gran intelectual, en el ensayo titulado Compartimentos Estancos, que en una nación, por muy unida que esté, existan pequeños grupos, pues el proceso de unificación de una sociedad tiene un contrapunteo de un proceso diferenciador que divide en clases, grupos profesionales, oficios y gremios. Pero nunca una división que implique separación.
En Acción Directa Ortega, sigue desarrollando su línea de pensamiento. Defiende que una cosa es la diferencia natural en un grupo social y otra la escisión. Una sociedad, afirma, es el conjunto de individuos que pueden o no formar grupos. Y, sigue diciendo, cuando un grupo quiere algo en específico debe proceder a comunicarlo a los demás y negociar. Así, la voluntad privada debe convertirse en una voluntad general. Significa que la “acción directa” es la táctica que se deriva del particularismo de los intereses.
Ahí termina la primera parte de la obra. En las próximas entregas hablaremos de la segunda parte, que él tituló “La ausencia de los mejores”. El espacio no nos permite seguir. Finalizo con una reflexión de Ortega:
La insolidaridad actual produce un fenómeno muy característico de nuestra vida pública –que debemos meditar-: cualquiera tiene fuerza para deshacer –el militar, el obrero, esto o el otro político, éste o el grupo de periódicos-; pero nadie tiene fuerzas para hacer, ni siquiera para asegurar sus propios derechos”.[7]
[1][1] Prólogo de la Cuarta Edición, José Ortega y Gasset, España invertebrada, hermanotemblon.com/…/Ortega%20y%20Gasset,%20Jose/Ortega%20y%20Gasset,%2, p. 21
[2] Ibidem, p. 31. [3] Ibídem. [4] Ibidem, p. 32 [5] Ibídem, p. 33 [6] Ibidem, p. 39 [7] Ibidem, p. 51

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