José Rolando

José Rolando

ANTONIO GIL
Tras la caída de la dictadura de Rafael Trujillo, conocí a José Rolando Martínez Bonilla. Había llegado del exilio antitrujillista y participaba en la agitada vida política de aquellos años.  Me encontré con Martínez Bonilla por primera vez en el partido Vanguardia Dominicana que dirigía Horario Julio Ornes Coiscou. Era yo en ese entonces un adolescente, él era un hombre adulto. Ese partido tenía oficinas en un segundo piso en un edificio en el frente sur del parque de la Independencia. Allí lo vi un día en la mañana en que yo hacía rondas entre los partidos para enterarme de sus planes políticos con el propósito de hacer militancia en el que más me simpatizara.

Tanto Ornes Coiscou como Martínez Bonilla eran nombres que los jóvenes de la época pronunciábamos con respeto. Habían arriesgado sus vidas en epopeyas contra la dictadura. Martínez Bonilla había salvado su vida por fracciones de segundos, cuando abandonó el hidroavión en que llegaron las tropas que vinieron a combatir la dictadura. La muchachada conocía esta historia que repetía con fruición y hasta envidiaba la oportunidad que tuvieron estos hombres de vivirla. Eran, sin dudas, en nuestro concepto, guapos de verdad, eran unos héroes.

Posteriormente, cuando ya yo era hombre y periodista, lo traté en HIJB, donde fue administrador. Pedro, mi hermano mayor, dirigió esa estación que fue la primera en tener programaciones separadas para la FM (frecuencia modulada) y la AM (amplitud modulada).

Para mi sorpresa descubrí que Martínez Bonilla no se consideraba un héroe y ni siquiera hacía alardes de su hazaña. Era un hombre sencillo, de voz ronda, tenaz, que parecía rudo pero en realidad era todo lo contrario.

Nunca insistió en que se le hicieran reconocimientos públicos a que puso su vida en el altar del sacrificio a la Patria. Tampoco en fiestas o reuniones hablaba de esos acontecimientos a menos que algún interlocutor tocara el tema. Era tal su conducta que en ocasiones daba la impresión de sentirse incómodo cuando los jóvenes lo señalaban como un héroe. Conocí personas que trabajaron junto a él por años y que desconocían que José Rolando fue parte del pequeño grupo que desembarcó por Luperón para enfrentar al Ejército de Trujillo sabiendo que tenían pocas posibilidades de sobrevivir.

Lo único que reclamó siempre fue que se le reconociera como guapo. Nunca aceptó, y en esto fue consistente, que se le considerara cobarde y para demostrárselo a cualquiera siempre estaba espada en ristre.

Hoy, tras su muerte, menciono orgulloso que tuve la oportunidad de tratarlo y siento que el país nunca ha pagado esa deuda con estas personas.

Nuestros hijos hoy hablan y viven con gran desparpajo y tratan asuntos públicos con absoluta libertad por el sacrificio de hombres como José Rolando, al que con estas líneas le rindo tributo y le expreso mi agradecimiento público.

¡Paz a sus restos!

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