Por Marcia Castillo
Albert Camus es un referente de la literatura francesa y universal, a él debemos la renovada lectura de “La peste” y “El extranjero”. Camus tuvo una vida azarosa, marcada por la enfermedad y una infancia endeble. No obstante, cuando recibió el premio Nobel de Literatura la primera carta que escribió fue a un profesor de primaria, el 19 de noviembre 1957, el señor Germain. No le escribió a un amigo, a una amante, sino a su maestro.
Es un texto corto pero hondo y reflexivo que culmina diciendo: “Quiero ofrecer por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y le puedo asegurar que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso continúan siempre vivos en uno de sus pequeños discípulos, que, a pesar de los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido.
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Maestro generoso
Ese 11 de abril, el parque La Lira estaba repleto de pacientes con Parkinson, familiares, médicos y algunas personas que por casualidad estaban ahí leyendo el periódico o lustrando sus zapatos o tratando de vender alguna chuchería, pero el Dr. Silié no estaba por casualidad, fue invitado por uno de los fundadores de la asociación, y de manera galante y desinteresada llegó puntual y se mantuvo con nosotros hasta el final de esa primera salida a la luz. Recuerdo bien lo que me dijo: “No te canses en el camino, no es fácil pero necesitamos más de esto”. Catorce años han pasado desde que los pacientes con Parkinson comenzaron a tener voz y no nos cansamos aunque tropecemos. Al igual que el Sr. Germain, sus palabras siguen vivas cuando nos acecha el cansancio.
Amante de la buena conversación y el fulgor de las palabras.
Ludwig Wittgenstein es uno de los filósofos que más ha reflexionado sobre las lenguas y su relación inextricable con el pensamiento humano. Sin duda una de sus frases más conocida es: “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”. ¿Hasta dónde llegaría el mundo del Dr. Silié? La respuesta, sin duda, es mundo infinito de oriente hasta poniente, del cenit al nadir, dan fe de ello sus escritos donde alumbra y deslumbra con paisajes variopintos, la ciudad y sus gentes, las gentes y sus cosas, leerlo era como conversar con él, conversar con él era abrir una ventana a la vastedad del mundo.
Un médico con 4 H
William Osler es conocido como el padre de la medicina moderna, recuperó el espíritu de investigación en los estudiantes, animaba a las publicaciones científicas y a retomar el espíritu humanista de la medicina, pero también era conocido como un gran aforista, de ellos quisiera rescatar uno en particular: “El médico por más renombre que tenga debe vestirse de las tres H: Humildad, Humor y Humanidad”.
Tres cualidades que fueron portaestandarte del ejercicio médico del Dr. Silié. Galante, pero sin poses; divertido, pero respetuoso, humanista, y aquí no sigue un pero. Con el permiso del Dr. Osler, quisiera agregar otra H, Honestidad, otra virtud que adornó la trayectoria de este neurocientista, honesto en como actuaba, en como pensaba y en como hablaba. Un médico con 4 H y perdonen el error.
Un amigo que me enseñó a equivocarme
En el cuento “El maestro”, el gran escritor uruguayo Eduardo Galeano relata un concurso muy especial y concurrido a instancia de un maestro inigualable. Es un cuento corto, pero contundente que cierra como un hachazo: “El concurso fue ganado por todos y para cada premiado hubo una ovación, una lluvia de serpentinas y una medallita donada por el joyero del barrio. Después, el maestro Oscar me dijo: -Nos sentimos tan unidos que me dan ganas de dejarlos a todos repetidores. Y una de las alumnas, que había venido a la capital desde un pueblo perdido en el campo, se quedó charlando conmigo. Me dijo que ella, antes, no hablaba ni una palabra, y riendo me explicó que el problema era que ahora no se podía callar. Y me dijo que quería al maestro, lo quería muuuucho, porque él le había enseñado a perder el miedo de equivocarse”.
Maestro, Doctor, amigo, no podemos decirte adiós porque nos hablaste y te hablamos y solo los grandes hombres saben escuchar la voz del viento y convertirla en un canto. Gibran Jalil Gibran “gracias por el canto”.
*La autora es escritora y médica neuróloga