Joven madre muerta

Joven madre muerta

SERGIO SARITA VALDEZ
No hay cosa buena que no traiga en el reverso lo malo. Se trata de un axioma que muchos quisiéramos negar y que, sin embargo, está siempre presente en la vida social humana. Cuando el primate abandonó la pose cuadrúpeda durante la locomoción, asumiendo la bipedación logró  de esa manera liberar sus manos para con ellas empezar a realizar nuevas tareas que contribuirían posteriormente al desarrollo del cerebro. Esa ventaja no se acompañó en lo inmediato de una perfecta adaptación de la columna vertebral y de la circulación en los miembros inferiores. Gracias a la presencia de un conjunto de válvulas naturales es posible conseguir que la sangre procedente de las piernas suba hasta el corazón y los pulmones sin que el efecto gravitatorio la devuelva.

A pesar de lo bello y hermoso del don de la maternidad, ello no deja de tener sus riesgos e inconvenientes, muy en especial durante los últimos meses del embarazo, debido al crecimiento rápido y desproporcionado del útero y del feto. Esa matriz aumentada de volumen tiende a comprimir las venas de las extremidades inferiores, retardando de ese modo el flujo venoso vertical ascendente. Veamos un patético caso real que retrata de cuerpo entero la parte trágica de la concepción.

Una mujer con escasos veintitrés años había dado a luz a tres hijos y ya contaba con 39 semanas de gestación para pronto traer su cuarto vástago. Los cuidados prenatales los recibió en el hospital público de San Cristóbal. Debido a que se le detectó una reducción en la cantidad del líquido amniótico que baña al feto y al hecho de que la paciente deseaba una ligadura de sus trompas uterinas para evitar futuras preñeces, se le planteó la opción de realizarle una operación cesárea.

Se le sometió a una anestesia y en el momento de la cirugía presentó una brusca y aguda dificultad respiratoria que se acompañó de edema agudo de pulmón, seguido de paro cardíaco. Este fallecimiento súbito en el quirófano, estando la parturienta bajo efecto anestésico, ameritó de un estudio de autopsia para determinar de manera clara y precisa la causa y los mecanismos que la llevaron a dicho desenlace fatal. El cadáver fue trasladado al Instituto Nacional de Patología Forense  en donde se procedió a realizar la necropsia de lugar.

La occisa mostraba unas várices muy pronunciadas en piernas y muslos. La disección de los vasos profundos reveló la presencia de coágulos venosos que taponaban el interior de las venas poplíteas, femorales e ilíacas. Desafortunadamente estos voluminosos trombos se fragmentaron durante el procedimiento obstétrico, siguieron su mortal viaje en forma de émbolo cual balas asesinas, las cuales se alojaron en el tronco de la arteria pulmonar bloqueando totalmente el tránsito de la sangre hacia los pulmones, impidiendo de esa forma su oxigenación, lo que a su vez repercutió de manera negativa en la función cardíaca, dando lugar a un edema agudo de pulmón y paro cardíaco.

El mecanismo de muerte fue el de un tromboembolismo pulmonar masivo secundario a una flebotrombosis en miembros inferiores. El deceso es natural, es decir una defunción materna debida a una complicación de varices de piernas agravadas por el embarazo. Un rastreo previo evidenciando el estado circulatorio de ambas piernas pudo haber evitado este lamentable desenlace.

Es importante resaltar la importancia de la autopsia ya que la misma permitió demostrar fuera de toda duda médica razonable  la causa, los mecanismos y las circunstancias en que aconteció el trágico fallecimiento. Con este procedimiento es posible derivar experiencias que nos permitan alertar a los gineco-obstetras acerca del peligro potencial de las venas varicosas en una embarazada, adoptándose las medidas preventivas y terapéuticas de lugar. Una joven ida a destiempo contribuirá a que miles de madres dominicanas no corran la misma suerte que la occisa y que puedan salvarse, reduciendo así los conocidos riesgos del parto.

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