JPD delineó nación justa, libre, soberana

<STRONG>JPD delineó nación justa, libre, soberana</STRONG>

La lucha política contra los promotores del protectorado francés en 1844 probó a Juan Pablo Duarte hasta la médula. En esa   prueba de fuego quedaron claros los valores que defendería hasta la muerte, y las líneas que podía cruzar.

Sabiendo que las fuerzas antinacionales no dormían, se apuró a consignar los principios de la nación en un proyecto de Constitución que planeaba someter a una asamblea constituyente.

Duarte tenía presente que las armas eran necesarias a la Independencia, pero nunca olvidó que las leyes resultaban imprescindibles para sostener la libertad.

Delineó los cimientos políticos del pueblo naciente robando horas al día, sacando ratos a los meses de marzo-julio, de intensa actividad y de confrontaciones ideológicas.

El principio de nación independiente quedó consagrado como Ley Suprema del pueblo dominicano:

Siendo la Independencia nacional la fuente y garantía de las libertades patrias, la Ley Suprema del Pueblo Dominicano es y será siempre su existencia política como nación independiente de toda dominación, protectorado, intervención e influencia extranjera.

Soberanía.  Todo gobernante que contrariara ese principio, como hizo la Junta   encabezada por Tomás  Bobadilla, se colocaba fuera de la ley, y carecía del derecho a gobernar y a ser obedecido.

El tema de la soberanía era tan central al momento que vivía, que lo recalcó repetidamente.

Debiendo ser la nación dominicana libre e independiente… no es ni podrá ser jamás parte de ninguna otra nación, ni patrimonio de familia, ni de persona alguna.

Otro apartado sellaba los agujeros, las escapatorias a los intentos antinacionales, negando a la autoridad ilegítima poder  para negociar pactos o tratados con otros Estados.

Igualdad.  Juan Pablo creyó en una patria igualitaria en la que todas las razas fueran hermanas. La pensaba desde la  formación de La Trinitaria, cuando sus ideas levantaron voces disidentes.

Algunos trinitarios no asimilaban el ideario de igualdad, explícito en su visión de una sociedad donde la ley no reconocía más vileza que la del vicio, ni más nobleza que la virtud, ni más aristocracia que la del talento, quedando para siempre abolida la aristocracia de sangre.

La unidad racial fue fundamental en el pensamiento político y social de Duarte, y la expuso hasta en sus versos: los blancos, morenos, cobrizos, cruzados, marchando serenos, unidos y osados, la patria salvemos de viles tiranos, y al mundo mostremos que somos hermanos”

Equidad.  Aunque solo han quedado diez hojas fragmentadas del proyecto que escribió, su contenido destila el propósito de convertir a la naciente República en una realidad política y moral.

Una nación justa, promotora del trabajo, y de oportunidades para sus ciudadanos, que todavía los dominicanos batallan por construir.

¿Dónde estamos y a qué aspiramos?

Nuestros referentes de desarrollo siguen siendo las sociedades de explosivo crecimiento material, pero las fórmulas copiadas, sin planificación de largo plazo, no han sacado a las mayorías de la  pobreza.

Hemos comprado la ilusión de que una sociedad sana y feliz puede construirse con la exclusiva meta de la riqueza material.

A la vez, aspiramos a una sociedad de valores que no practicamos en nuestro diario vivir, escasamente conscientes de que creamos males sociales con nuestras actitudes, pensamientos y elecciones.

¿Hay un camino medio?

 Opciones.  Existen las políticas alternativas de naciones que, como Bután, construyen su bienestar a la luz de otros principios. Este pequeño país asiático no cuantifica su desarrollo con el parámetro del Producto Interno Bruto.

Las decisiones nacionales de Bután se basan en otro indicador: la Felicidad Nacional Bruta, que supone una definición distinta del progreso, y enfatiza los aspectos no materiales del bienestar.

El índice mide y ajusta la calidad de la existencia usando nueve indicadores. Bienestar sicológico, nivel de vida material y su relación con la felicidad. Buena gobernación, salud, educación, uso de tiempo,  diversidad cultural y ecológica.

Promueve el desarrollo con recursos renovables y la defensa del medio ambiente.

Si nos vinculáramos a esa visión del progreso, comenzaríamos a acercarnos al modelo de nación civilista que el fundador de la República pensó.

En esa sociedad el poder debía estar limitado por la ley, y esta por la justicia, para “dar a cada uno lo que en derecho le pertenezca,” acceso a bienes y servicios esenciales, como la educación, el techo y la salud.

Su proyecto constitucional acogía el principio de “a cada cual lo suyo”, base de la equidad distributiva, que implica el reparto de las cargas, los empleos y beneficios, sin discriminación ni parcialidad.

La ley es regla.  El patricio ideó gobiernos y ciudadanos responsables, apegados a la legalidad, no por la fuerza, sino por el civismo y la honestidad.

Concibió la ley como la regla a la cual deben acomodar sus actos gobernantes y gobernados. Igual para todos, sin distinción ni impunidad.

El Gobierno se establecía  para el bien general, no para el provecho propio.

Debía ser nativo, nunca extraño. Popular en su origen, electivo, representativo en el sistema, y responsable de sus actos. 

A los tres clásicos poderes Legislativo, Judicial y Ejecutivo añadió el Municipal, “para la más pronta y mejor expedición de los negocios públicos”.

De haberse aplicado esa visión, los pueblos del interior, tradicionalmente olvidados, se habrían convertido desde los albores de la República en protagonistas de su desarrollo.

Derechos. Los delegados de la nación, amparados por leyes  “sabias y justas” debían proteger la libertad personal, civil e individual, la propiedad y los derechos legítimos.  Contemplaba la libertad de conciencia y de cultos.

El proyecto previó que la ley no podía tener efecto retroactivo, y prohibía los juicios civiles o criminales al margen de los tribunales competentes. Por encima de todo, la ley debía ser “protectora de la vida, de la libertad y el honor”.

Juan Pablo Duarte
La ley no reconoce más vileza que la del vicio, ni más nobleza que la virtud, ni más aristocracia que la del talento, quedando para siempre abolida la aristocracia de sangre”.

Ningún poder de la tierra es ilimitado, ni el de la ley tampoco”.

Los valores

1. Ciudadanía
Somos el valor de la nación, la suma de sus partes. La manera de pensar, de sentir y de hacer de generaciones de ciudadanos que ha forjado el país a lo largo de 169 años. Si no somos felices con lo que somos, podemos comenzar a hacernos más conscientes de cómo nuestra conducta individual contribuye al todo. ¿Hemos madurado en el respeto a los demás? ¿Somos honestos en la vida pública y privada? ¿Cumplimos las reglas? ¿Aportamos a la comunidad? ¿Toleramos las diferencias?
 
2. Civismo

La acumulación de muchos pequeños efectos tiene el poder de producir cambios sociales. Si una masa apreciable de ciudadanos practicara la convivencia solidaria y pacífica, pronto veríamos reflejos de civilidad. La cultura del civismo requiere ciudadanos  que, además de reclamar derechos, se hagan cargo de sus roles y obligaciones. Demanda participación y respeto en grandes dosis. Respeto a lo que es de todos, los bienes de la nación, su patrimonio, sus tesoros culturales, sus recursos naturales.

Zoom
Valores cívicos

 Duarte enseñó con el ejemplo los valores cívicos del buen ciudadano. Buscó la paz, el consenso, y rechazó la discordia. No pensó en lo que su comunidad podía darle, sino en lo que podía hacer por ella. Se convirtió en el cambio que quería. Levantó la voz, exigió, propuso, y no se quedó en la crítica. Toleró, se abrió al diálogo, nunca engañó ni se aprovechó de otros.

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