Juan Bosch: formador democrático

Juan Bosch: formador democrático

Siendo aún un mozalbete, bajo el régimen de Trujillo, tuve mi primer contacto con la obra literaria de Juan Bosch a través de la lectura del cuento Guaraguaos, publicado en la revista Analectas, órgano de la Logia Cuna de América que dirigía Enrique Apolinar Henríquez en los inicios de la década del 30. La lectura de este cuento –que formaba parte de la compilación Camino Real-, ambientado en la sociedad rural del Cibao durante las revoluciones de bolos y coludos, me impactó poderosamente. Todavía la recuerdo, arrellanado en el sofá de la sala de mi casa, sosteniendo el pesado volumen empastado de la colección de esa magnífica revista. Bosch me cautivó con la magia narrativa de su texto, con la fuerza sugestiva de los parlamentos de sus personajes de carne y hueso, cargados de sabiduría popular. Y con sus trazos magistrales del paisaje rural dominicano.

El segundo encuentro con Juan Bosch fue en la biblioteca de don Cucho Alvarez Pina –mi querido Papa Cucho, a quien me unían dobles lazos familiares. Fue un folleto de la autoría del poeta Tomás Hernández Franco, titulado Juan de Alaska y editado por el Partido Dominicano, en el que se narra una supuesta o real conversación entre el exiliado antitrujillista radicado en Cuba y dos destacados intelectuales trujillistas, amigos de Bosch, quienes asistían a un congreso internacional de municipalidades que se celebraba en La Habana. Ante el sondeo de éstos, para que el exiliado se reintegrara a la República Dominicana y colaborara con Trujillo, alegadamente Bosch habría afirmado que veía a distancia la política dominicana y que se hallaba dedicado exclusivamente a sus tareas literarias.

Tras la muerte de Trujillo, en la transición de la dictadura a la democracia, pude conocer mejor y de manera personal las dimensiones múltiples de este dominicano singular y universal que es nuestro entrañable Juan Bosch.

Primero a través de la delegación de avanzada del Partido Revolucionario Dominicano que arribó en julio de 1961, encabezada por don Angel Miolán, con el propósito de establecer una organización política democrática de masas, que promoviera las reformas sociales y los cambios institucionales necesarios para implantar un sistema democrático moderno en la República Dominicana. Luego, de manera directa, cuando acudí, en octubre de 1961, al primer mitin en el Parque Colón en el cual intervino Bosch como orador. O cuando participé en el patio de la Librería Dominicana en el acto de la puesta en circulación de la obra Cuentos Escritos en el Exilio, editada por don Julio Postigo en su Colección Pensamiento Dominicano. Y todavía más, al integrarme a los actos del programa de toma de posesión –junto a mis amigos lasallistas Rafael Alburquerque, Eduardo Selman, Pedro Pimentel Hued, Armando Hopelman, Gastón Marión-Landais, Luis Rodrigo y Guillermo Rivera, entre otros miembros de la organización estudiantil FURR-, ocasión en la que pudimos acercarnos a personalidades como Rómulo Betancourt, José Figueres, Luis Muñoz Marín, Luis Alberto Monge, Sir Alexander Bustamante, Ramón Villeda Morales, entre otros líderes democráticos de la región.

Pero el más permanente recuerdo que conservo del Juan Bosch de aquellos años del despertar libertario del pueblo dominicano –junto a la impronta de su obra literaria que siempre me perseguiría como una sombra- es el de aquella voz pedagógica que se colaba en las emisiones radiales diarias de Tribuna Democrática, las cuales, cuán escuela radiofónica meridiana de educación popular, capturaban la audiciencia de sus conciudadanos.

No era la retórica encendida, rimbombante, cargada de adjetivos laudatorios al Jefe y a su obra, a la cual nos tenían acostumbrados la tribuna trujillista y los medios de comunicación oficiales. Era, en cambio, una charla amena y persuasiva, lógica y pedagógica, expresada en forma coloquial, intercalada con preguntas puntuales a las cuales seguían respuestas claras, formativas e informativas.

En sus esperadas intervenciones cotidianas, Juan Bosch educaba a su gente sobre los más variados tópicos que debe dominar un ciudadano de una democracia moderna, a fin de convertirse en un ente político activo y participativo, debidamente enterado de los asuntos de la vida pública. Trascendió el análisis coyuntural que dividía a la sociedad dominicana de la transición entre trujillistas y antitrujillistas (cívicos, catorcistas, y diferentes vertientes del exilio retornado), para sembrar una semilla profunda en la conciencia popular. Labor que le valdría el calificativo de haber sido quien «trajo la lucha de clases al país», adjudicádole por sus contrarios conservadores.

¿De qué hablaba Bosch en esas charlas? Por las calles de Santo Domingo, a través de Radio Comercial y una red de emisoras a nivel nacional, se podían seguir sus lecciones de educación política. Qué es y cómo funciona una democracia, cómo se constituyen e interrelacionan los poderes del Estado y cuáles son sus funciones específicas. Para qué sirven las elecciones libres y quiénes participan en ellas. Porqué y para qué se forman los partidos políticos en una democracia. Cómo se organiza un partido, desde sus organismos de base, sus cuadros intermedios y sus órganos nacionales de dirección.

Explicaba la necesidad de organizarse no sólo en partidos políticos, sino también en sindicatos de trabajadores, asociaciones campesinas, gremios profesionales y otras entidades sectoriales, para articular los intereses legítimos de los diferentes grupos sociales y canalizar sus demandas y aspiraciones.

Bosch hablaba de las reformas sociales indispensables para hacer avanzar el país e incorporar a sus grupos más empobrecidos a la dinámica de la producción. En este sentido puso especial énfasis en explicar los alcances de la reforma agraria, como mecanismo ideal para propiciar la redistribución de la riqueza en una sociedad predominantemente rural y afectada por elevados niveles de concentración de la propiedad de la tierra (piénsese sólo en el patrimonio acumulado por Trujillo y sus allegados en tierras cañeras, fincas ganaderas y plantaciones de sisal).

Su prédica calzaba con la propuesta de la Alianza para el Progreso. Ya desde el gobierno, y en el mejor estilo fabiano, se ocupó todos los miércoles de fomentar una verdadera mística a favor de la reforma agraria, estimulando a sus conciudadanos a donar valores de cualquier tipo, por más simbólicos que fueran, para aplicarlos a este programa.

Bosch educó sobre el derecho al techo propio. Para la población radicada en los bateyes de los ingenios propuso la edificación de las «villas de la libertad». Una ley de precio tope, destinada a gravar las ganancias extraordinarias consecuencia del boom de precios del azúcar, pretendía captar los recursos para la ejecución de este proyecto.

Formaba a la gente en los temas relativos a la economía. La primera charla sobre el origen y la función del dinero, sobre el papel del ahorro y del crédito, acerca del funcionamiento de los bancos, la escuché al mediodía, de labios de Juan Bosch. Cómo funciona la economía de un país, su comercio exterior, las reservas internacionales del Banco Central. La seguridad social, para qué existen los impuestos, la necesidad de fomentar el desarrollo de las cooperativas de productores, fueron tópicos igualmente desarrollados por este forjador de hombres libres.

Como líder antitrujillista de larga data, Juan Bosch explicaba los orígenes históricos de esa férrea y prolongada dictadura, la forma en que Trujillo y sus allegados fueron haciéndose de una enorme fortuna, que luego pasaría a formar el patrimonio del CEA, CORDE, CORPOHOTEL. Al tiempo que educaba a los dominicanos en los valores democráticos, Bosch se cuidó de no sembrar mayores odios en el seno de una sociedad terriblemente dividida. Eso le costó, de parte de UCN y el 1J4, el calificativo de ser blando con los trujillistas, particularmente con las fuerzas armadas y Balaguer. Sin embargo, este manejo prudente le granjearía votos en las urnas en 1962.

En esa etapa clave del destino dominicano, en la que muchos vimos y vivimos los hechos como páginas en blanco de un libro que podíamos (soñábamos) escribir, Juan Bosch introdujo en el discurso político el análisis social, sentando el marco explicativo del comportamiento de los actores políticos y de las diferentes clases y grupos sociales en función de sus intereses. Acuñó los términos «hijos de Machepa» y «tutumpotes» que cuajaron en la mente y en el debate público de la gente. Ello le valió que le acusaran de azuzar el odio de clases, una de las premisas que se emplearía para calificarle, tempranamente, de procomunista.

Hoy, cuando tornamos la mirada hacia aquellos años germinales y convulsos, emerge la figura limpia de Juan Bosch ó Juan Bó, como le identificara la fonética de la calle. Como un adelantado a su época que fuera, a cuatro décadas de distancia sus propuestas esenciales aún se mantienen frescas. Estas ideas, junto al compromiso ético de una vida privada ejemplar y un quehacer ciudadano transparente, constituyen señas de convocatoria para una sociedad urgida de renovar las esperanzas. Porque como solía decir sabiamente ante situaciones adversas, «nunca es más oscura la noche que cuando va a amanecer».

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