Juan Bosch fue víctima del ejercicio de la democracia

Juan Bosch fue víctima del ejercicio de la democracia

Cuando a Franklin Domínguez le comunicaron que Juan Bosch lo nombraría en su Gobierno, el reconocido dramaturgo dijo que no podía aceptar debido a que Juan Isidro Jimenes Grullón, con quien había trabajado en su exilio en Puerto Rico, le había dado informaciones muy negativas del entonces líder del PRD, como que era un traidor y que había sido traficante de chinos.

Pero se conmovió en el momento en que el recién electo Presidente de la democracia le pidió: “Necesito su ayuda, me han dejado solo”. Entonces aceptó la función de Director General de Información, Cultura y Diversiones y al poco tiempo se sorprendió de haber encontrado a una persona diferente a la que le había referido Jimenes Grullón. En los siete meses que sirvió a su gestión solo descubrió en su personalidad un punto débil: la extrema austeridad. Pero prácticamente desde antes de tratarlo lo vio como una víctima por las falsas acusaciones que le hacían hasta desde la Iglesia Católica.

Bosch, Caamaño y Héctor García Godoy parece haber sido los mandatarios que mejor impresión le causaron y que dejaron en él alguna enseñanza de sus disímiles caracteres. Por Antonio Guzmán parece haber sentido compasión a juzgar por la pesadumbre que se apodera de él al recordarlo. Hasta su rostro se transforma con las evocaciones.

El título que le puso Bosch a la institución que dirigiría fue la primera prueba que tuvo Franklin de los deseos de transformación y de educación popular del Jefe de Estado. “Me impresionó su plan para estructurar la cultura a nivel nacional y que implicara coordinar las actividades de la dirección con deportes, turismo, Bellas Artes, prensa del Palacio y además dirigir La Voz Dominicana”. Domínguez cambiaría el nombre a la televisora oficial por Radio Televisión Dominicana en el mandato de García Godoy.

El primer gestor cultural de la democracia encontró a un Juan Bosch “abierto, que consultaba, escuchaba opiniones, conversaba”. Recuerda que en una ocasión ordenó publicar que el periódico La Nación estaría a la disposición de todos los dominicanos que quisieran publicar y Franklin le replicó:

-Presidente, recuerde que de músicos, poetas y locos todos tenemos un poco y ahorita todo el pueblo querrá escribir artículos. Y reconoció que tenía razón y designó una comisión depuradora.

“Era estricto en cuanto a los gastos. Una vez íbamos a enviar una delegación deportiva a Puerto Rico y observando el presupuesto suprimió el renglón de las camisetas y sugirió que los participantes las pidieran prestadas a un amigo”, manifiesta.

Lo define sencillo, con un gran arraigo popular que comprobaba cuando Bosch asistía con doña Carmen a las presentaciones de sus obras y en el viaje que hicieron a México a la conmemoración de sus fiestas patrias por invitación del presidente Adolfo López Mateos. Entre los miembros de la comitiva se encontraban Federico Henríquez Gratereaux, Julio César Martínez y Franklin. El embajador Rafael Valera Benítez los recogió en el aeropuerto.

“Fue un recibimiento masivo popular increíble. Estábamos hospedados en el hotel María Isabel y la gente en tumulto quería saludarlo cuando salía a la calle. Bosch estrechaba las manos hasta a los sirvientes”, cuenta Franklin a quien sorprendió el Golpe de Estado en aquel país porque don Juan le pidió visitar el ministerio de cultura y el Teatro de los Adolescentes de allí a fin de que lo aplicara en República Dominicana. “Los estudiantes escribían sus obras y ellos mismos las representaban. Era interesante ver cómo se reflejaban esos conflictos que atormentan a los jóvenes”.

“Tan buenas intenciones…”. Franklin confiesa que Juan Bosch le pareció un gobernante “por encima de lo normal” y lamenta que tuviera “tan buenas intenciones y que la gente no lo entendiera”.

La fuerte oposición, la actitud de los militares, la agitación radial, la iglesia, manifiesta, lo volvían loco, según el propio Bosch le dijo en un desahogo que Franklin plasmó en “Se busca un hombre honesto”. “Juan Bosch escribió que esa fue la mejor defensa a su gobierno”, atestigua.

“Había un empeño tremendo en hacerle daño y comenzaron con la campaña de que era comunista. Es que era de una mentalidad tremenda, veníamos de una dictadura, de un Consejo de Estado integrado por ex trujillistas y los sectores reaccionarios tenían temor de ese Juan Bosch que venía a cambiar la sociedad a través de un ejercicio democrático auténtico”.

Bosch “se lamentaba de la incomprensión de mucha gente que no entendía la necesidad de esa transformación. Fue una víctima del ejercicio de la democracia”, enfatiza.

Franklin Domínguez Hernández caminó de lado de las personas más conscientes y progresistas del país aunque en algunas de sus fotos de archivo aparece estrechando la mano de Héctor B. Trujillo, sentado a solas con Petán o pese a que pronunció un discurso presuntamente elogioso al dictador. Pero casi todos los desafectos al régimen trujillista están tan ligados a su historia como los gloriosos constitucionalistas de 1965. Y cada hecho guarda una relación con sus realizaciones teatrales.

El estallido revolucionario de 1965 le sorprendió sentado frente a su maquinilla poniendo punto final a “Lisístrata odia la política”, reflejo del ambiente que vivía la República durante el triunvirato de Donald Reid Cabral, Enrique Tavares Espaillat y Ramón Tapia Espinal.

Derrocado el trío asumió Rafael Molina Ureña y a los pocos días se produjo la guerra, episodio del cual conoce Franklin impresionantes interioridades. Todas las revela pero algunas pide no publicarlas por respeto a la memoria de honorables líderes fallecidos.

Los primeros días de la revuelta fueron tan difíciles que “colábamos la zurrapa del café, comíamos lo que el pueblo podía llevarnos”, refiere. Pero cuando el presidente Caamaño fue juramentado “se presentaba a diario un desfile de personas a solicitar empleo hasta en deportes. Yo decía: pero será para practicar el tiro al blanco”.

Franklin afirma que no peleó ni portó un fusil. “Mi arma era escribir, y a veces hablar…”

La revolución es un largo capítulo en la vida de este polifacético y carismático octogenario premiado con una privilegiada memoria y con el don de la creatividad.

En un bombardeo a la antena de la emisora constitucionalista en el que Ercilio Veloz Burgos, él y Plinio Vásquez Matos sobrevivieron milagrosamente, solo se salvó la cinta en la que estaba grabado el Santo Rosario y Franklin concibió la consigna que se repetía varias veces al día: “¡Dios está con el pueblo!”

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