Juan Bosch

Juan Bosch

La peña cultural de los jueves de Natacha Sánchez, presidida por don Juan y doña Carmen, y en la cual expuse en varias ocasiones, la de Verónica Sención en el Hostal Nicolás de Ovando, con la presencia central de Pedro Mir y Juan Bosch, los encuentros con diplomáticos y profesionales organizados pro Hernán Vásquez y Jenny Podestá en su residencia, fueron otros espacios para disfrutar de la sociabilidad sabia y amable de este intelectual raigal.

Muchas otras ocasiones propiciaron encuentros con Juan Bosch. Los esfuerzos exitosos en los 70 por llevar a Hugo Tolentino a la rectoría de la UASD y los fallidos por lograr lo propio con Meche Macarrulla. Viajes a Estados Unidos, Venezuela, México, Europa, Puerto Rico, en los que debí presentar trabajos sobre la realidad política dominicana que discutí previamente con él. Reuniones con jóvenes intelectuales como Pedritín Delgado, Enriquillo Sánchez, Frank Moya Pons.

Las visitas al país de personalidades de la música folklórica como Atahualpa Yupanqui, de la plástica como Oswaldo Guayasamín y del canto como Alberto Cortés. De intelectuales como Manuel Moreno Fraginals, Manuel Maldonado Denis, José Juan Márquez, Miguel Otero Silva, Salvador Garmendia, Mario Vargas Llosa, Núñez Jiménez, Enrique Krauze, entre otros.

En ocasión del otorgamiento del Nobel de Literatura a Camilo José Cela, el empresario José Luis Corripio cursó en el 90 una invitación al célebre escritor español. En casa de Pepín departimos animadamente una noche con Cela y su joven esposa en la grata compañía del anfitrión y de Juan Bosch.

En el 89 acudí al Museo del Hombre Dominicano a la exposición iconográfica Juan Bosch: un hombre de siempre, preparada por el talento laborioso y creativo de Graciela Azcárate. Ese mismo año compartimos durante una semana en San Juan de Puerto Rico los trabajos y las actividades colaterales del Seminario Internacional sobre Eugenio María de Hostos, organizado por Manuel Maldonado Denis. Junto a doña Carmen y don Juan disfrutamos la sociabilidad amable de los puertorriqueños que reconocían en Bosch una figura emblemática en el rescate de la obra del patricio borincano, tanto por su labor pionera como compilador y editor de sus obras completas en los años 30, como por la autoría de su biografía Hostos el Sembrador. Aquella fue una feliz oportunidad para propiciar, a través de mi amiga Margarita Benítez, hija de don Jaime Benítez, el reencuentro de los Bosch con quien había sido su apoyo y anfitrión durante el exilio puertorriqueño, tras el golpe de Estado de 1963 y durante los días aciagos de la intervención de 1965.

En los 90, junto a Manuel García Arévalo, organizamos una charla en la Casa de España, en la que Bosch expuso ante la colonia española radicada en el país su experiencia durante sus años mozos cuando laboró en el almacén de provisiones de Lavandero, compartiendo tareas con el joven Manuel Corripio, recién llegado al país. Con la maestría del narrador nato, contó la dureza de esos días de aprendizaje, la paga magra, el dormitorio en el propio almacén entre olores de cajas de bacalao y sacos de ajo y cebolla. En gesto enternecedor, narró cómo las piernas llegadas del mozo Corripio, aplicándole sucesivos baños de agua de sal, cuando éste arribó a la capital tras la travesía atlántica desde su Asturias natal.

Acudí a los memorable ciclos de charlas -que como formador de ciudadanos libres- ofrecía periódicamente, ya en el Auditorio del Colegio San Juan Bosco para hablar de la historia de los pueblos árabes o en los salones de la Gran Logia Masónica, para explicar la evolución de los eventos políticos en el Sudeste Asiático. Ora para tratar la crisis de la economía norteamericana y las perspectivas del dólar o para ilustrar el arte de la guerra de guerrilla desplegado pro Máximo Gómez en la campaña por la independencia de Cuba. En cada uno de ellos resaltaba la fuerza pedagógica de su método de exposición, la claridad de sus cláusulas, la originalidad cautivante de sus tesis, algo que había admirado tempranamente en sus ensayos biográficos Judas Iscariotes, el calumniado y David, biografía de un rey.

Las puestas en circulación de sus nuevas obras, o la reedición de sus títulos agotados, se convertían en verdaderas veladas del espíritu y de manifestación del fervor que tantos dominicanos le profesamos. Su novela el Oro y la Paz. La Guerra de la Restauración, con sus tesis revisionistas sobre esta importante jornada histórica. La reedición de Bolívar para escolares, presentada en el Museo de las Casas Reales, con la presencia de María Clemenza, la dinámica embajadora de Venezuela. Fragata, ilustrada por la grabadora Graciela Azcárate. El lanzamiento de dos obras, Breve historia de los pueblos árabes y Temas Históricos, presentadas ambas en 1991 por el joven profesor universitario Leonel Fernández en el Social Club. La publicación de Póker de espanto en el Caribe, cuyos originales se habían extraviado. Los múltiples paneles en los que compartía con otros intelectuales como el dedicado a analizar la expedición de Cayo Confites en la Biblioteca Nacional, muestran al hombre de talento raigal, al hondero entusiasta, al actor protagónico que fue nuestro Juan Bosch en los episodios de su tiempo.

En ocasión de la puesta en circulación de la monumental Enciclopedia de la Política del expresidente de Ecuador Rodrigo Broja, quien fuera alumno de Juan Bosch en la Escuela de Formación Política de San José de Costa Rica, me correspondió ponderar las bondades de la obra en el Auditorio del Banco Central ante un público encabezado por el presidente Leonel Fernández, el doctor Joaquín Balaguer, el licenciado Hatuey Decamps (representando a un doctor Peña Gómez convaleciente) y por supuesto, el propio Bosch. Al término de mi presentación -en la que rendí un merecido homenaje a su magisterio ético y político- Juan Bosch se paró emocionado de su asiento y me atenazó con la fuerza de sus manos. Al lado suyo un Leonel Fernández observaba atento. Los minutos se prolongaban. Con ojos azules aguados y un nudo en la garganta, declaró, mirando a Leonel: «José, ustedes tienen que juntarse. Yo quiero que llegues donde ya éste llegó». Entre Leonel y yo intercambiamos miradas, reconociendo el gesto inocente de afecto del «Viejo». Esa noche, al término del evento protocolar, Bosch lucía feliz y orgulloso, rodeado del cariño de sus alumnos.

Un episodio revela la honestidad a toda prueba de Juan Bosch en las lides políticas. Con motivo de las elecciones del 90, acompañé a unos amigos empresarios que querían realizar un aporte financiero a la campaña del candidato presidencial del PLD. Ya en la casa de la César Nicolás Penson, nos recibió con la amabilidad acostumbrada. Luego de conversar unos minutos, al recibir el cheque, llamó ante su presencia a Minín Soto, Juan Doucoudray y a Víctor Víctor, quienes trabajaban en su equipo de campaña, y les hizo entrega del dinero: «Este aporte representa una semana de gastos en publicidad».

Tras el retiro de Juan Bosch de la política activa, nuestras relaciones se mantuvieron incólumes. Ya el líder no requería de la parafernalia de seguidores que le solía acompañar. Sólo su eterna y adorada Eva, su fiel asistente Diómedes Núñez Polanco y su hija afectiva Natacha Sánchez, se alternaban para estar con él. Disfruté de su afecto, del cariño casi paternal que siempre me prodigaba junto a doña Carmen Quidiello. En la sala principal del Teatro Nacional nos deleitamos con el concierto de la Sinfónica acompañada de la insigne pianista Alicia DeLarocha. En Jarabacoa, pasamos una maravillosa semana santa como vecinos en dos cabañas del Racquet Club. Un gallero lugareño -enterado de su presencia- se apersonó una mañana con sus hijos varones y le llevó como muestra de aprecio sus mejores ejemplares de plumaje reluciente, mientras las jovencitas obsequiaban a doña Carmen ramilletes de flores de la comarca.

En la Feria Internacional del Libro dedicada a honrar su obra y trayectoria, en el 2000, diserté en el ciclo de conferencia sobre su relevante papel como educador democrático de generaciones de dominicanos, ante la presencia de su esposa y sus hijos Barbarita y Patricio.

Cuando se produjo su deceso, acudí a la casa, pero ya sus restos habían sido trasladados a la funeraria Blandino. Allí se me informó que fueron acondicionados y llevados a la casa nacional del PLD. Finalmente estuve allí, al lado del líder yacente y de tantos dominicanos que le rindieron postrer reconocimiento. Me trasladé a la residencia en busca de doña Carmen. Anochecía y empezaba a refrescar. En la marquesina, sentada junto a su perro, estaba esta dama dulce, rodeada de paz silente, consolada y solitaria. Nos dimos un fuerte abrazo y un beso. Me dijo: «José, Juan murió como quiso morir, tranquilo. Convertido en un ente de convocatoria para la unidad de este pueblo, digno de mejor suerte».

Hablaba la mujer, sabia y paciente, «en cuya sonrisa se hospedara la dulzura y la luz de la isla fascinante», como escribiera un Juan Bosch enamorado, cincuenta años atrás.

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