Juan Dicent, “summertime”

<STRONG>Juan Dicent, “summertime”</STRONG>

POR MIGUEL D. MENA
El caso de Juan Dicent (Bonao, 1969), más que raro, es rarísimo, fulgurante. Desconocido por las peñas literarias –por suerte-, ajeno al traqueteo de los suplementos y los congresos, de esos rituales donde cada quien pelea la faja o la cabellera, ha sabido pulir lecturas y vivencias propias.

“Sumertime” (2006)  es su primer libro de cuentos. Es un texto apabullante.

Confieso mis dificultades para leer cuentos dominicanos durante los últimos veinte años. He tratado de digerir los premios nacionales, bancarios, de asociaciones provinciales, y la sensación es recurrente: se me quiere dar una lección de moral o escribir un libreto de comedia o de tragedia para una graduación en el Liceo.

Con los cuentos de Dicent pasa algo raro: hay mucha noche de Santo Domingo y de Bonao y de sótano primermundista. Estamos virando la misma Isla y enfilando una embarcación dentro de una lectura de la contemporaneidad.

En los textos de “Summertime” cada palabra importa. El trabajo de orfebrería es fino, preciso, claro. Pienso en Kafka y la prosa despejada de metáforas, de aderezos. Pienso en los armamentos lexicales de la dominicanidad postmoderna, donde el spanglish es una realidad como obelisco. Pienso en el lugar esencial  de la misma –el colmadón–, en esa hora donde todo se dice –la de la madrugada–, cuando después de un sándwich subiendo la avenida 30 de Marzo el mismo mundo acaba.

Dicent entra al tema desde la primera palabra, y si bien a veces puede perderse en el laberinto de sus vivencias, al final te dejará la sensación de que algo pasó aunque no pueda decirse que siempre los baños de la mujer estarán a la derecha.

Hacía tiempo que una lectura de lo insular no me hacía tirar cables a tantas vivencias cinematográficas, gráficas y musicales. El crítico no la tendrá fácil a la hora de enfrentar los textos de Juan Dicent. El bonaense de seguro se escapará a los matamoscas de las escuelas.

El problema no es ver ni oír ni leer lo que ha pasado por las neuronas de Dicent. El problema será mayor: plantearse una lectura de la postmodernidad dominicana como él la hace, en estos cuentos donde los referentes son la yuxtaposición de una isla donde la celeridad, el consumo y el kitsch marcan el tempo de la cotidianidad, donde el pasado, el presente y el futuro, como pertinencias epocales, no existen, porque todo anda rayándose en la licuadora y ya no sabrás en qué momento pasó qué.

Vivimos en tiempos marcados por una sensación de carencia para-trágica. Toda vuelta lo es. Todo doblar lo es. Toda mirada a lo recientemente mirado lo es. Dicent nos instala en un decir literario de los bordes.

En los años 80, al pensar la poesía urbana y la noción de crisis, planteábamos que los que más sufrían la ciudad eran aquellos que habían accedido a ella a partir de cierta edad en la que lo rural era lo arcádico y el derrumbe al mismo tiempo.

El mundo de Dicent pende de un hilo que va de Bonao a Santo Domingo. En esa raya cabe toda la música de Pink Floyd o de Javier Solís, Milton Glaser  y el despelote babélico de Brueghel. Dentro de estas esferas nuestro autor ha aprendido la importancia de la economía temporal y espacial. La publicidad conduce a ello, a contar un mundo en menos de 45 segundos. Hay que seducir, agobiar, golpear con la menor cantidad posible de palabras, hacerlas gusanear en la cabeza, en la calle, en el baño, que te lleven a comprar, a usar, a ser feliz, a creerte pleno, eficaz, con una egoteca con más pisos que las torres gemelas juntas cuando eran las twin towers.

“Summertime” es un viaje a la montaña rusa que es el país dominicano de principios del siglo XXI, a esta mediaisla-dominicana-sur-gringo y a la corona-sur-américa. País-reciclaje que somos: ¿no hemos inventado la bachata? ¿No es la bachata un mix de boleros, rancheras, merengues, y sin embargo, algo bien nuevo, bien refrescante?

“Summertime” es un texto-aeropuerto: Nos permite dialogar con el cine de Jim Jarmush en sus más extremas invenciones, desde la soledad de “A mistery train” y “Night on earth”, el absurdo de “Down by law” y la conciencia de libro de autoayuda que es la película del fantasma-samurai.

“Summertime” es un manual que nos permite comprender algunas de las líneas fundamentales de esta maquinaria que todo lo recicla y que es la República Dominicana de principios del siglo XXI.

Los capítulos de este manual podrían agruparse alrededor de espacios específicos: el Bonao de la infancia (“Después del divorcio”, “La casa mamey”), el Santo Domingo de la adultez- y de objetos que se constituyen en toda una subcultura, como el motoconcho –el transporte público en motocicleta- y el mismo concho –los taxis- (“El entierro de ASOMOCONMAR”).

El país de Dicent anda sobre ruedas y anda descalabrado. El país de los narradores dominicanos ha sido el de los Trujillos y la historia y el adentro de la casa. El país de Dicent está afuera y está rodando y está en búsqueda. No hay moraleja que buscar. Lo que queda es gozarse el momento y tratar de consumir menos calorías.

Juan Dicent es un gozón tranquilo, un anarquista que bien cambiaría el traje de bombero por el de Capitán América si es que las niñas fuesen tontas y se dejaran regalar estrellitas lumínicas para el mundo Mary Poppins que saldrá del quinto piso de Ferretería Americana.

La portada de “Summertime” puede comenzar a decirlo todo: el genio de Edison, a través de su ampolleta lumínica, es soporte comercial de los fritos verdes locales.

Dicent es un Jano bifronte, es Bukowsky en el paraíso caribeño y un Kafka los fines de semana, y todo en el mismo condominio cotidiano.

En “Summertime” hay una revisión de marcas, rituales y gestos en torno a la corporalidad sigloveintiúnica, donde al final se estarán aceitando las máquinas deseantes.

Bonao-Santo Domingo-Nueva York establecen el eje emocional, laboral, la balanza que sólo pesa el viento y los sentimientos, es decir, la nada. “Bonao revisited” es uno de mis cuentos preferidos. Es un subrayar esa combinación de celeridad y agobio en algo que se consideraba el último refugio, el campo dominicano, la zona nutricia del autor.

Como buen cuentista, Dicent deja los finales abiertos, a veces abruptamente (“Long distance”, “El cobrador”), como dando la sensación de al final sólo habrán vacíos, posibilidades.

Por ahí va “Summertime”, no tan melancólicamente como podría interpretarlo Billie Holiday, pero más o menos en la búsqueda de peces saltando.

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