Juan Gabriel, el travieso

Juan Gabriel, el travieso

POR MANUEL EDUARDO SOTO
La orientación sexual de un artista famoso es la obsesión de los periodistas. Esto se refleja principalmente en las conferencias de prensa que dan las estrellas de las que se duda sobre sus inclinaciones personales, donde cantantes como el español Miguel Bosé, por ejemplo, tienen siempre la respuesta ingeniosa a flor de labios: «No quiero hablar sobre asuntos personales».

Con esto, dan simplemente por cerrado el caso y siguen hablando sobre su nuevo álbum, sus conciertos y sus planes futuros.

El caso específico al que queremos referirnos en esta ocasión es el del astuto Juan Gabriel, el cantautor mexicano que ha hecho gala de sus gestos afeminados y ha sido aceptado sin reparos por sus compatriotas, los que se caracterizan por ser muy machotes.

La primera vez que lo vi actuar fue en el club nocturno El Patio, en la ciudad de México. El estrecho local de la calle Atenas de la capital azteca estaba repleto esa noche de mediados de la década de 1980, pero lo que más me llamó la atención fue el fervor con que lo aplaudían y vitoreaban los hombres presentes, incluso más que las mujeres. Al final del espectáculo, el escenario quedó tapizado de servilletas, que es la forma en la que los mexicanos expresan su adoración por un artista. Cuando se apagaron las luces para que comenzara la actuación, Juan Gabriel bajó por una escalera caracol de metal, con un traje rosado, una rosa en la mano y contoneándose como una vedette. Esto provocó el delirio del público, el que gritaba «¡Viva Juan Gabriel!» y «¡Viva Juárez!», aludiendo a la ciudad en la que había crecido.

El artista no hacía el menor esfuerzo por ocultar sus gestos afeminados, lo que en lugar de molestar a sus admiradores, los hacía gritar a todo pulmón en señal de aprobación.

Pero fuera del escenario, Alberto Aguilera Valadez—su nombre verdadero—prefiere mantener el aspecto íntimo de su vida muy en privado. Por este motivo, prefiere no dar entrevistas y así evitar que le hagan preguntas sobre sus cuestiones íntimas. Por tal motivo, me sorprendió que un representante del sello Ariola-BMG me consiguiera una entrevista con el ídolo indiscutido de los mexicanos y del resto de los hispanoamericanos. Como representante de una agencia internacional, le advertí al intermediario que no podría hacerle una entrevista publicitaria y complaciente, por lo que me atribuía el derecho a preguntarle sobre su carrera y su vida privada. Me dijo que no había problema y que Juan Gabriel estaba a dispuesto a someterse a mi interrogatorio.

El encuentro se hizo a la tarde siguiente en la suite que ocupaba en el hotel Fiesta Palace del Paseo Reforma, situado a pasos de El Patio, donde llenaba noche a noche la tradicional sala de espectáculos de la capital mexicana.

Pero grande fue mi sorpresa cuando al entrar, me encuentro con un Juan Gabriel muy amable y adulador, acompañado con una tía de 80 años a la derecha y un pariente que no recuerdo qué era de él, a la izquierda.

Además, había un par de niños jugando sobre la alfombra.»Bienvenido, señor periodista», me dijo Juanga. «Esta es mi familia, la que me vino a visitar y espero que no le moleste que presencien la entrevista».

Sin duda que había tomado las medidas justas para evitar preguntas muy personales, por lo que tuve que proceder conversando sobre los temas que él quería: su carrera, sus discos y sus planes.

De esta forma, Juan Gabriel creyó que había logrado el objetivo que perseguía, ya que por la presencia de sus ancianos familiares no pude entrar en el terreno de su vida personal.

Un diario local, sin embargo, me salvó la situación. Al final del artículo, escribí que me había sorprendido que los mexicanos adoraran tanto a un artista cuyos gestos eran abiertamente afeminados y sin decir directamente cuál podría ser su orientación sexual, me limité al titular que esa publicación había usado en su edición matutina: «Juan Gabriel cambiará de sexo: se hará hombre».

Publicaciones Relacionadas

Más leídas