Juan Goytisolo, un español sin ganas

Juan Goytisolo, un español sin ganas

POR GRACIELA AZCÁRATE
“Para mí el levantamiento es responsable no sólo de la muerte de miles de españoles, de la ruina de España y de la venta del futuro, sino que todos los crímenes y delitos que pueden achacarse a los del lado opuesto fueron indirectamente ocasionados también por los franquistas. El pueblo es ciego y brutal, todos lo saben, por eso no debe dársele ocasión de que se manifieste como tal, ni provocarle”.

Con este párrafo del poeta Luis Cernuda empieza el libro de Andrés Sorel “La noche en que fui traicionada”.

Es una novela sobre el desencanto, es una meditación sobre lo que les pasó a los ideólogos de la Falange, es una larga reflexión sobre lo que significa ser español, haber vivido el franquismo, o ser del bando de los vencidos, permanecer por cuarenta años en el “exilio interior”, arrastrar la larga historia ancestral de intolerancia y discriminación racial, religiosa y social, o salir a la diáspora para enfrentarse al mundo, a sí mismo y a la obra personal si es un creador.

Pero este canto a los derrotados, a los utópicos, a los revolucionarios y a los soñadores tiene una luz interior, una certidumbre sobre los ribetes más transparentes y más sórdidos de una nacionalidad, al punto de hacerle decir: “Son los inquisidores que han regresado a la vida, que se encarnan en nosotros, que sacian nuestra sed devoradora, porque como dice el doctor Vallejo Nájera, gloria de nuestra actual ciencia y de la psiquiatría, no de Viena sino nacional católica, “en nuestros genes paternos y maternos están incrustados cromosomas inquisitoriales”.

Andrés Sorel y Juan Goytisolo refieren a un lugar común, a una patria aunada en la lengua y que fragúa en ese mismo Cernuda que menciona Goytisolo en una entrevista de 1998, cuando le preguntan si él, que se considera un apátrida es además uno de los escritores más importantes de España. El cree que sí se dá en él esa paradoja de no tener patria y al mismo tiempo representar lo más auténtico de España

“Por un lado, pertenezco totalmente a la cultura española. Por otro lado, por el hecho de vivir fuera, he sustituido la noción de tierra por la noción de cultura. No obstante, si me preguntan si me considero parte de la sociedad española digo que no. No comparto los valores de esta sociedad, me siento extraño a ella. Por otra parte, la mayoría de los escritores que admiro siempre actuaron a redopelo de la sociedad. Como decía de una manera muy expresiva Luis Cernuda, eran “españoles sin ganas”.

Para Juan Goytisolo el largo exilio que empieza a la edad de veinte años, con su viaje a París, lo enriquece, nutre su obra, le da ideas nuevas y sesgos originales para releer un pasado ancestral.

“Hay escritores en los que el exilio acaba con su escritura. Escritores que podemos llamar costumbristas, que reflejan la sociedad en la que viven. Al quedar aislados de esta sociedad, su poder de creación literaria disminuye. También hay otros escritores que, por el contrario, convertirse en apátridas les enriquece. Yo siempre he dicho que la posibilidad de ver la propia cultura a la luz de otras culturas es muy importante, porque la escala de valores cambia completamente. Los que viven en España y sólo conocen la tradición española – suponiendo que la conozcan bien- aceptan los juicios, las ideas, las opiniones casi como por herencia; nunca las ponen en tela de juicio. En cambio, si uno vive fuera, puede establecer comparaciones y ver que cosas muy estimadas dentro de España, son en realidad fruto de imitaciones de otras culturas, mientras que hay obras que son absolutamente originales y no se les da importancia, aunque no se les encuentre el equivalente en ninguna otra lengua”.

Como a Lidia Falcón, o Andrés Sorel el pertenecer al bando de los vencidos, el vivir cuarenta años de franquismo los ha desterrado al exilio interior, al silencio, a la mediocridad y a los límites de una cultura provinciana e intolerante.

“Si yo me hubiera quedado en Barcelona, hubiese tenido los límites que tiene la mayor parte de los escritores de mi generación, que sólo parten de una experiencia local, de una limitación. Esta posibilidad del exiliado de ver una cultura a la vez con intimidad y con distancia me parece fundamental”.

El se considera de nacionalidad cervantina: “Si miro hacia atrás en mi vida veo que he pasado la mayor parte de mi tiempo hablando otros idiomas. Así el castellano ha sido el objeto de mi trabajo. Normalmente cuando estoy en Marraquech hablo árabe, cuando estoy en París hablo francés, cuando estaba en los Estados Unidos hablaba inglés. El español no lo practico tanto. Por ejemplo, a veces, cuando estoy en Marraquech paso bastante tiempo sin hablar castellano. Esto lo vio muy bien Vicente Llorens en uno de sus ensayos, cuando dijo que para el exiliado, al perder la tierra y la sociedad en la que vive, la lengua adquiere para él un valor importantísimo. Esto explica que algunos escritores se hayan convertido en grandes escritores en el exilio. Este es el caso claro de Cernuda. Él era un poeta más de su grupo y en el exilio se convirtió en el gran poeta de su generación”.

Para Juan Goytisolo además de la literatura, y la música, lo que siempre le ha interesado es el urbanismo, la concepción de la cives, o sea lo que significa la ciudad como nucleo cultural y ha escrito bastantes textos sobre el espacio de la ciudad islámica. “Por esa razón me ha interesado siempre este barrio parisino,donde he vivido siempre el Sentier, por el lado multiétnico. Mi experiencia en Nueva York, donde pasas en una manzana de casas de Little Italy al barrio chino, ha sido también determinante. Siempre me han interesado las ciudades donde se forman estos encuentros o ciudades muy vitales como Estambul. Yo creo que el contacto con gente de otras culturas es necesario. En el ensayo que escribí sobre París como capital del siglo XXI me planteaba las dos alternativas: será una ciudad heterogénea desde el punto de vista cultural o se convertirá en un museo”.

Hace veinte años en una conferencia dijo que los escritores más interesantes en lengua inglesa serían de las Antillas, de Pakistán, de India, los franceses serían del Magreb y de África y los alemanes serían turcos. Hubo una especie de risotada general celebrando su ocurrencia, pero en Inglaterra eso ya está ocurriendo, en Alemania está la novela absolutamente maravillosa escrita por una mujer, Ozdamar, una escritora turca que llegó a los dieciocho años en un tren de prostitutas a Alemania, y a los cuarenta y ocho años escribió una novela autobiográfica con todas las características de la mezcla de culturas.

“Yo he vivido siempre en el Sentier en París. Después del golpe militar en Turquía, este barrio se llenó de repente de turcos y al salir de casa veía carteles en turco, que yo no entendía, y me empecé a sentir como un poco extraño aquí. Hablé con un poeta comunista exiliado y le pregunté dónde podía aprender el turco y él me dirigió a un asociación política de emigrados. Era gente muy simpática que me preparaban cada tarde las lecciones. Así aprendí a hablar el turco. Siempre se puede aprender algo con la llegada de una cultura ajena. Mi actitud ha sido siempre la de sumar y no la de restar. Tener dos lengua y dos culturas es mejor que tener una. Tener tres mejor que tener dos. Tener cuatro mejor que tener tres. Por eso cuando veo que quieren imponer el monolingüismo en Cataluña o en el País Vasco no lo entiendo. Los catalanes que son bilingües tienen una suerte mayor al tener dos culturas en vez de una.

¿Para qué mutilar una? ¿para qué restar? Hay que sumar”.

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