Juan Isidro y Bosch en el ayer

Juan Isidro y Bosch en el ayer

SERGIO SARITA VALDEZ
El ser de ahora se incubó en el ayer y el de mañana se está gestando en el presente. Como corolario se deriva que una manera correcta de entender lo que somos es revisando lo que fuimos, y, también, que nuestro porvenir lo estamos construyendo en el día a día. Por ello, si real y efectivamente estamos empeñados en cambiar y acelerar el rumbo de la nación, proyectándola hacia un luminoso y próspero futuro, tenemos que estudiar detalladamente nuestra formación como nación, así como los distintos factores que han incidido tanto positiva como negativamente en su desarrollo hasta llegar a entender dónde y porqué nos encontramos donde estamos.

Deseoso por saber la visión de país que tenían prominentes líderes dominicanos durante la primera mitad del pasado siglo, me empeñé en leer cuidadosamente la segunda edición del libro La República Dominicana (Análisis de su pasado y su presente), escrito por el Dr. Juan Isidro Jimenes-Grullón, publicado en La Habana en 1940, y reeditado en Santo Domingo en 1974. Dicha obra representó una ruptura con el modelo clásico de la historiografía de aquellos tiempos. Su autor se esmeraba en darle una interpretación sociológica a los acontecimientos que dieron origen a lo que es la patria dominicana.

Confieso lo impresionado que me sentí al posar con fruición mis ojos sobre el prólogo del ensayo. Más sorprendente para mí fue ver que esas palabras iniciales fueron redactadas el 12 de agosto de 1940 nada más y nada menos que por el profesor Juan Bosch, residente en la capital cubana para esa época. Bosch, posiblemente imbuido por una prédica hostosiana y martiana arrancaba con una premisa positivista en la que enunciaba: “Todas las asociaciones humanas persiguen el bienestar y la dicha. La República Dominicana, desgraciadamente, no ha logrado esos fines, y si en algún momento de su historia ha creído alcanzarlos, de sí misma ha dado ella las fuerzas necesarias para que se frustrara la esperanza. Esta patética, dolorosa verdad, no puede ser negada por dominicano alguno, y aquellos que debido a razones políticas más o menos comprensibles la nieguen, no son capaces de mantener esa negación en la soledad de sus conciencias”.

Más adelante el prologuista enjuicia al escritor de esta forma ”Sabedor de que un pueblo no puede hacer su travesía por la Historia sin fijarse una meta en el porvenir, y conocedor de que el porvenir no puede verse sino en función del pasado, Jimenes-Grullón se dedica a estudiar en la vida dominicana los orígenes de nuestras flaquezas. Eso es el libro: un estricto, pero también piadoso examen de conciencia del fenómeno histórico dominicano. El es a un tiempo doloroso y optimista, porque su ejecución fue presidida por dos nobles sentimientos: la honradez y el amor”.

Luego expresa el autor de La mañosa :”Como médico que es, Jimenes-Grullón ha aplicado al estudio del caso dominicano los métodos de investigación acostumbrados en la Medicina. Se haya frente a un enfermo; debe diagnosticar, porque en el diagnóstico está una gran parte de las posibilidades de curación, y para no errar, el facultativo hurga los orígenes del quebranto, buscando sus gérmenes aún en las más viejas generaciones relacionadas con el enfermo. Al cabo de este duro pero honesto y amoroso trabajo, Jimenes-Grullón concluye afirmando que los males dominicanos se deben a la explotación que a lo largo de la historia nacional ha ejercido una casta minoritaria, secuestradora de la libertad del pueblo, de su economía y de sus derechos más elementales. Para disfrutar ella de la libertad de oprimir, de los dineros públicos, y de los bárbaros derechos de satisfacer sus instintos, esa minoría no ha vacilado, durante un siglo de vida independiente, en comprometer la salud de la República. Generalmente esa minoría ha estado encabezada por un hombre de garra sostenido por la tropa, y los profesionales de la política.

Fue el imperialismo extranjero, que en su actual forma de invasión financiera, empezó a dejarse sentir en el país hacia el inicio del último tercio del siglo XIX. La detallada exposición de fuerzas maléficas que hace Jimenes- Grullón puede reducirse a las ya dichas, porque en fin de cuentas el intelectual corrompido y el cura no son sino politicastros”.

Cobra vigencia eterna el párrafo final surgido de la mente preclara y premonitora del maestro inolvidable que fue Juan Bosch:” La verdad es inconmovible, y una vez dicha queda fija cuando ya sus adversarios han pasado. No hay fuerza que logre desterrar del espíritu humano la luz que en él pone una verdad, y aquellos que se creen con poder suficiente para hacerlo olvidan que ellos, hombres al fin, llamados a morir más tarde o más temprano, tendrán que cerrar un día el ojo vigilante y que aflojar el puño implacable, mientras la Humanidad seguirá años y años luchando por su felicidad, y, una vez libre de sus opresores, podrá sacar la verdad del obscuro rincón donde se viera obligada a esconderla, y podrá blandirla entonces como una espada terrible contra los que le hicieron soterrarla. Una sola verdad, aún la más débil e indefensa, basta para combatir y derrotar a todo un mundo de mentiras”.

Una nota más agregada a este final, sería malograr esa hermosa y majestuosa sinfonía literaria, preñada con un genial pensamiento filosófico.

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