Juan José Duarte:
el progenitor del Padre de la Patria arropado por los méritos de su hijo

Juan José Duarte: <BR>el progenitor del Padre de la Patria arropado por los méritos de su hijo

POR ÁNGELA PEÑA
Él forjó en su hijo el amor por la libertad, lo estimuló desde niño a luchar por una Patria independiente, se preocupó porque ensanchara sus conocimientos y ampliara su cultura enviándolo a estudiar a naciones más desarrolladas que esta tierra ocupada por el invasor haitiano, siempre en la mira de las potencias poderosas. La misma formación patriótica inculcó a su restante prole y, tanto como predicar con palabras, les imprimió la lección elocuente de su ejemplo: fue el único comerciante extranjero que se negó a firmar un manifiesto en apoyo de Boyer cuando éste invadió Santo Domingo, en 1822, y el que un año más tarde se negó a rendir pleitesía al intruso general Hérard.

«Hombre de conciencia recta y de sentimientos puros, no quiso asociar su nombre a un acto censurable, y al proceder con tanta nobleza e hidalguía, anticipó al heredero de sus virtudes la gloria de sacrificar más tarde su porvenir por dar a sus conciudadanos una patria que, pródiga para con todo el mundo, sólo para con él no ha usado de larguezas ni favores», escribió José Gabriel García.

En 1843, durante la visita del general Charles Hérard a Santo Domingo, don Juan José Duarte dio pruebas de energía cuando se negó a que oficiales haitianos dejaran en su casa una bandera colombiana con aviesos propósitos, consigna Rosa Duarte.

Juan José Duarte Rodríguez, el progenitor del Padre de la Patria, no ha recibido de los dominicanos el reconocimiento que merecen sus sacrificios, entrega, luchas y padecimientos a favor de la República. No se le han erigido estatuas o bustos, ningún monumento honra su memoria, no hay una obra escrita que recoja sus hazañas y dolores. Y no merece homenaje por el simple hecho de haber procreado a Juan Pablo: el historial de su vida es también el de un ardoroso revolucionario, patriota y mártir por la Independencia.

El distinguido historiador Abelardo Jiménez Lambertus, duartiano que realiza un estudio sobre rasgos hereditarios de la familia Duarte, considera que Juan Pablo «arropa todos los homenajes». No hay duda, opina, el hijo opaca la imagen del padre. Pero hay también componentes de ingratitud e indiferencia de gobiernos, intelectuales, pueblo. Los datos dispersos sobre don Juan podrían compilarse en un libro. Con las referencias de su fisonomía podría dibujarse un retrato que permita, al menos, recrear su físico, venerarlo. En su honor existe apenas una calle pequeña en el ensanche La Fe. Esta vía y la placa colocada en la lápida donde fue sepultado, constituyen los únicos recuerdos a su memoria.

TODO POR LA CAUSA

El comentario de familia, la conversación de sobremesa, el discurso permanente en labios del cabeza de familia «iba ayudando a formar el espíritu de Juan Pablo», comenta Jiménez Lambertus.

Aunque el hijo mayor era Vicente Celestino, en la actitud de don Juan José se advierte una especial predilección por Juan Pablo. El Padre de la Patria no figura como beneficiario en su testamento porque el seis de julio de 1843, le había donado una casa en la calle del Truco (hoy Mercedes) que luego fue vendida a precio de ocasión por el propietario para emplear el producto de la operación en las luchas independentistas.

Al poco tiempo de la muerte de Juan José, por otro lado, Duarte pidió a su hermana Rosa que vendiera las propiedades heredadas por los demás hermanos para invertir el dinero en los mismos aprestos libertarios. «Hay una carta que se llama Carta de Sacrificio donde le dice que en el futuro el pueblo dominicano les ayudaría», revela Abelardo Jiménez, lo cual quedó en un sueño incumplido del prócer.

Fue Duarte, además, el premiado con un espacio del comercio del padre para sus reuniones revolucionarias y prácticas militares, el que tuvo maestro particular y privilegios de viaje al extranjero. «Juan José cedió un almacén que tenía en Las Atarazanas, que todavía está ahí, para que Juan Pablo diera clases de esgrima a sus compañeros y amigos y al mismo tiempo los instruyera. Todos ingresaron por obligación a la Guardia Nacional y aprovecharon esa situación para aprender estrategias y técnicas como el uso del sable, las espadas, el florete, de modo que cuando se va a producir el movimiento de la Reforma, en Haití, los Trinitarios ya tenían una formación militar, por eso deciden, inmediatamente después de la Reforma, dar el golpe de la Independencia», explica Jiménez Lambertus.

Agrega que Juan José Duarte se preocupó por enviar a Duarte a estudiar a Estados Unidos «cuando estaba muy jovencito, para que viera los mundos y aprendiera de otras culturas. Después Juan Pablo se marcharía a Europa, Francia, Barcelona, donde vivió bastante tiempo y se compenetró con las ideas de la época, tanto así que cuando regresa al país y le preguntan sobre lo que más le gustó de cuanto había visto dijo que los fueros y libertades de Cataluña, libertades y fueros que quiero para mi país, dijo, porque ya adolescente se veía prendida en él esa llama por la independencia que encendió su padre», significa Abelardo.

EL SUFRIMIENTO

Don Juan vivió la angustia de la persecución y la clandestinidad de su hijo al punto de ocultar su escondite hasta a Francisco del Rosario Sánchez, cuando el general Rivier y sus hombres lo requerían el doce de julio de 1843. «El apesarado anciano no desconfiaba, él había pasado el día con su afligida familia en la mayor tribulación palpando la encarnizada persecución que se le hacía a su más querido hijo; y él a esa hora no había conseguido un lugar seguro donde ocultarle. Y en ese momento miraba a Sánchez como un enviado de la Providencia, y estrechando las manos que le ofrecía con tanta abnegación: «¡Sálvalo! No desconfío… dime en qué parte lo esperas». Sánchez contestó: «en la plaza del Carmen, frente a mi casa». El pasaje lo recoge Rosa Duarte en sus Apuntes.

Don Juan José nació en Veger de la Frontera, provincia de Cádiz, España, el quince de septiembre de 1768, hijo de Manuel Duarte Jiménez y Ana María Rodríguez Tapia. «Viene a Santo Domingo de donde se marcha en 1801, hacia Mayagüez, cuando Toussaint Louverture ataca. Regresa al cabo de tres años y se establece como comerciante proveedor de artículos para barcos».

La vivienda familiar estaba en la Isabel la Católica, comprada en 1829 al también sevillano Juan Francisco Santín. Hasta el 19 de noviembre de 1944 el inmueble perteneció a la familia Duarte que entonces lo vendió a Juan Jiménez «y así fue cambiando de dueño hasta llegar a manos de Manuel J. Barrous quien lo vendió al Estado y hoy es la sede del Instituto Duartiano», consigna el historiador Vetilio Alfau.

Para febrero de 1843 Juan Pablo Duarte recibe en su exilio de Curazao la noticia de la gravedad de don Juan. Pina le escribe: «Su familia está desesperada con las amenazas que sufre y con la enfermedad de su padre. Si este pobre anciano no puede recobrar la salud, démosle al menos el gusto de que vea, antes de cerrar sus ojos, que hemos coadyuvado de todos modos a darle la salud a la patria».

En presencia de la muerte que venía en su busca, don Juan José dictó su testamento el treinta de agosto de 1843 y tres meses después, el veinticinco de noviembre su cadáver recibía cristiana sepultura en la bóveda de la capilla del Rosario del templo parroquial de Santa Bárbara. En su matrimonio con Manuela Diez procreó a Vicente Celestino, Juan Pablo, Filomena, Rosa, María Francisca, Sandalia, Manuel.

El 15 de marzo de 1844 regresó Juan Pablo a la República tras la Separación y fue Sánchez el que se ocupó de alegrar con banderas y velas blancas la casa entristecida por el duelo: «Hoy no hay luto en esta casa, no puede haberlo, la Patria está de pláceme, viste de gala, y Don Juan mismo desde el cielo bendice y se goza en tan fausto día».

RETRATO HABLADO

«Viendo los rasgos de los hijos y nietos, podemos decir que don Juan José no era muy alto, tenía mandíbulas fuertes, no tanto como su hijo Vicente pero ese rasgo es hereditario y así aparece en los hijos y nietos de Vicente Celestino. Tenía nariz perfilada, grande», manifiesta el doctor Jiménez Lambertus, quien trabaja en el retrato del progenitor del Padre de la Patria. Agrega que era de fuerte contextura y que durante toda su vida fue un hombre sano. «No sabemos de qué murió, pudo haber sido de tuberculosis, que era uno de los diagnósticos más frecuentes de la época, para la que no se conocía tratamiento».

La calle que hace honor a Juan José Duarte nace en la Paraguay, atraviesa la San Martín y muere en la calle Primera del ensanche Kennedy.

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