Juan Luis Guerra,
la internacionalización definitva

Juan Luis Guerra, <BR>la internacionalización definitva

POR MANUEL EDUARDO SOTO
Desde que comencé a escribir en la central neoyorquina de la agencia norteamericana United Press International, más conocida por sus siglas UPI, me preocupé de que la música también tuviera su espacio en los cables junto a las serias e importantísimas notas de política y economía, los temas principales de este tipo de organización periodística.

Y fue así que mi entonces estrecha amistad con el empresario Tejeda —natural de San Cristóbal y avecindado por muchos años en Nueva York— me permitió ver de primera mano a la nueva camada de merengueros compartiendo el escenario junto a otros más antiguos como Johnny Ventura y Wilfrido Vargas, los que individualmente habían llevado ya el merengue fuera de la República Dominicana, pero sin la trascendencia que tendría posteriormente.

Johnny abrió plaza en lejanos países como Chile, cuando enloqueció a los chilenos en el Festival de la Canción de Viña del Mar en la década del 70. Veinte años más tarde, hizo lo mismo Wilfrido en ese escenario al aire libre del hermoso balneario costero sudamericano.

Poco a poco fui cubriendo las actuaciones de los grupos de merengue en teatros y clubes nocturnos neoyorquinos, permitiendo que mis artículos se publicaran y comentaran en medios informativos de países lejanos como mi Chile natal, Perú, Colombia, Venezuela, México y España, entre otros.

Utilizando el mismo estilo objetivo con el que escribíamos sobre política y economía, los despachos faranduleros fueron recibiendo un trato respetuoso en los diversos medios de prensa, en especial porque diferían de los partes de prensa de los sellos, siempre llenos de adjetivos y frases floridas y rebuscadas.

De esta forma, cuando 20.000 personas repletaban el Madison Square Garden de Nueva York para ver a sus orquestas y cantantes favoritos del merengue, bastaba con decir que el coliseo estaba repleto para informar que el evento había sido un éxito.

Claro que siempre estaba asegurado el éxito porque los empresarios se preocupaban de llevar a los artistas más populares del momento junto a otras agrupaciones que aunque no tuvieran temas pegados en la radio o en las discotecas, siempre tenían su corte de seguidores incondicionales.

Así fueron desarrollándose poco a poco los cambios dentro del merengue, hasta que a fines de la década del 80 se produjo la explosión que llevaría a esta música a alturas insospechadas en el plano internacional, disputando los primeros lugares de ventas con los baladistas y roqueros latinos.

El encargado de dar el espaldarazo final fue Juan Luis Guerra y su grupo 4.40, integrado por la inigualable Maridalia Hernández, Roger Zayas Bazán y Mariela Mercado. Las armonizaciones vocales perfectas de sus integrantes, los arreglos musicales del maestro Manuel Tejada y la poesía de sus letras —obra de Juan Luis— fueron los factores que los diferenciaron de todo lo que se había hecho antes en el marco del merengue y de la música pop en general.

Todos jóvenes y de aspecto sano, los miembros de 4.40 vinieron a cambiar radicalmente el merengue en 1986 con el lanzamiento de su álbum «Mientras más lo pienso… tú», bajo el sello Karen Records, del polémico empresario Bienvenido Rodríguez.

Apenas un par de años después, Juan Luis y 4.40 repletaron Altos de Chavón, donde fui testigo de primera mano de la popularidad de que gozaban entre la gente. «El merengue se vistió de frac» fue el título que usé en mi reseña, la que fue difundida mundialmente por UPI y publicó íntegramente la versión estadounidense de la revista TV y Novelas, la que hasta entonces sólo se preocupaba de hablar de las figuras de la música pop del momento y de las estrellas de las telenovelas.

Luego fueron en gira a Venezuela —junto a Sergio Vargas, una figura ya consagrada entre los venezolanos, por si acaso—, iniciando así la internacionalización que le ha permitido a Guerra actualmente incluso grabar con bastante éxito un álbum dedicado al Señor.

En seguida vino otra escala clave en su itinerario: Miami, donde conquistaron ampliamente a los hispanos de esa ciudad norteamericana. Llenaron de bote en bote el anfiteatro del Bayfront Park y ofrecieron recitales más íntimos en el elegante club Tropigala del hotel Fontainebleau Hilton. Hasta ese centro nocturno de Miami Beach llegaron a rendirle tributo los superídolos de la música latina de entonces: Julio Iglesias, José José, Emilio y Gloria Estefan, José Luis Rodríguez, en fin, lo más importante del medio musical. En pocas palabras, la hicieron.

Curiosamente, le ayudé a Bienvenido Rodríguez a organizar una conferencia de prensa en el Tropigala, antes del debut de 4.40 en ese tradicional local de espectáculos. Se le envió invitación a los medios, pero fueron pocas las confirmaciones de asistencia que recibimos, por lo que tuve que hablar personalmente con los editores de diarios, revistas, radios y televisoras locales para que enviaran reporteros a la rueda de prensa.

«Pero si son un grupo que toca música para bailar, para pasar el rato», me dijo el ejecutivo de una importante cadena radial, en tono despectivo. «Ese tipo de orquestas pasan todas las semanas por la ciudad, por lo que no es noticia que otra más lo haga».

Poco después, ese mismo ejecutivo me pedía de rodillas que le consiguiera a 4.40 para un festival que ellos organizaban en un coliseo de la ciudad.

A regañadientes convencí a los principales medios para que cubrieran la conferencia y la noche de debut de Juan Luis con 4.40, y el resto es historia. Las noches siguientes no había una silla vacía. Se había producido el cambio definitivo en el merengue. No se podía retroceder. Sólo mirar hacia adelante.

En una de esas actuaciones estuvo Wilfrido Vargas —un innovador nato—, quien se quedó de una pieza cuando vio que el público se conocía todas las canciones de este grupo supuestamente elitista de su país y lo premiaban con prolongados aplausos y ovaciones.

Y así concluimos nuestra opinión sobre este largo y sinuoso camino de la internacionalización del merengue, a la cual contribuimos con un granito de arena, de lo cual nos sentimos extremadamente orgullosos, aunque mucha gente haya olvidado lo que hicimos en este sentido.

*El autor es periodista chileno.

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