Juan Luis

Juan Luis

CHIQUI VICIOSO
Siempre voy a los conciertos de Juan Luis, además de porque amo su música y lírica, y su rostro me recuerda a Camilo Cienfuegos, por el fenómeno cultural y humano que él representa. Me encanta mezclarme con la muchedumbre que acude en tropel a sus conciertos, y tararear con ella todas sus canciones, y ver como se abraza, como baila y como aplaude cada vez que Juan Luis menciona la República Dominicana. Entonces no hay imperialismo cultural que valga y la multitud se pone su bandera azul, blanca y roja y se sabe y proclama dominicana, orgullosamente dominicana.

Y eso es más importante que cualquier otro aporte que le pueda hacer este enviado de la divinidad a esta media isla bombardeada con modernidades, que se van a pique con cualquier aguacero que tape los drenajes y nos convierta en pequeñas versiones de Venecia, pero sin góndolas.

En este último concierto del día 17, donde ni la lluvia logró que la masa compacta de jóvenes abandonara el estadio Félix Sánchez, Juan Luis le hizo (además del orgullo de su nacionalidad), otro regalo a la juventud dominicana: el de una razón de ser, la fe en su Salvador Jesucristo. Y eso, en una época en que la droga, el SIDA, el alcoholismo, el consumismo y la desesperanza están haciendo estragos entre los jóvenes, es un aporte fundamental.

Y es fundamental porque, al margen de que la fe de su congregación pueda quedarse en lo ritual, o en la auto-complacencia de su membresía (modelo de religiosidad muy practicado en los Estados Unidos y otros países afluentes), en el tránsito entre la conversión individual al cristianismo, como ejercicio personal, y el «amar al prójimo como a ti mismo», puede abrirse un espacio para la justicia social, independientemente de quien realmente sea el pastor, o pastora, que inspira -o manipula- ese proceso.

Conmovía el entusiasmo de la gente, que mucho antes del concierto ya empezaba a manifestarse como marea humana, ondeando brazos y manos de manera sincronizada, aplaudiendo, silbando y esperando a que apareciera Juan Luis, quien dio inicio al concierto proclamándose un soldado de Cristo.

Nos puso los pelos de punta el que esta declaración se acompañara de un video de botas marchando, maniobras de aviones de guerra, y robots que giraban la cabeza sincronizadamente con gestualidad militar, porque esas imágenes contradicen lo que siempre ha sido el mensaje de Juan Luis: el amor y la paz, en un período en que la humanidad no sale de su horror frente a Irak, Palestina, Afganistán y otras conflagraciones.

Sabemos, que todo el que promueve una fe es un soldado de las ideas, pero más poderosa es la rosa que Juan Luis se encontró en el camino, sin saber si estaba desnuda, que la imagen de soldados en guerra, aunque esta sea contra el demonio colectivo y el que llevamos dentro. Además, esas imágenes hacen que una se pregunte quién, o quienés, están coordinando el aspecto subliminal-ideológico (¿Goebeliano?) de los actuales conciertos de Juan Luis, algo que no se debe tomar a la ligera, por razones obvias.

Excelente la selección de acompañantes de 4-40 en este concierto. Pavel también se esta convirtiendo en un fenómeno de masas, como lo demostró la multitud que tarareaba sus canciones. Verle acompañando a Juan Luis provocó la desbordante ternura de quienes hemos visto crecer y crecer a este muchacho, fundamentalmente bueno y cándido.

Conmovió también ver la reunión de los ex -integrantes del grupo, en una demostración de lo que es la fraternidad a prueba del tiempo y las opciones personales divergentes, que debieran aprender nuestros artistas y políticos.

Los fuegos artificiales fueron solo un reflejo de la luz que recibimos y la que nos llevábamos dentro.

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