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La vida de este apóstol inmaculado, nacido hace ya 205 años, está pletórica de enseñanzas y ejemplos que debemos evocar periódicamente para el conocimiento de las nuevas generaciones dominicanas.
Hijo de un comerciante español venido al país en las postrimerías del siglo XVIII y de una criolla natural de El Seibo, Duarte fue de los beneficiarios del incremento de la actividad comercial que experimentó el país en los primeros años de la dominación haitiana, gracias a lo cual pudo viajar e instruirse en Europa, por encima de los limitados horizontes culturales de la mayoría de los dominicanos de su época.
A su regreso, con apenas veinte años de edad e imbuido de la ideología liberal romántica que se respiraba en el Viejo Continente; así como del nacionalismo que agitaba a toda la América hispana, supo percibir en el estancamiento económico que experimentaba el país en el cuarto decenio del siglo, los signos de deterioro que permitían que floreciera el patriotismo que desde principios del siglo se estaba gestando en el seno de la sociedad dominicana.
Rodeado de la juventud de clase media urbana que surgió durante la ocupación haitiana, particularmente sensible a ese llamado al patriotismo, y que veía en él al arquetipo del apóstol de la libertad anhelada, el joven Duarte dedicó todos sus esfuerzos a despertar la conciencia nacional, la que en 1838 habría de manifestarse en la fundación de la sociedad revolucionaria secreta «La Trinitaria», y poco más tarde de las sociedades culturales «La Filantrópica», y «La Dramática», destinadas a luchar en los frentes político y cultural por una patria libre y soberana.
El ilustre patricio supo capitalizar a favor de su causa el severo revés que trajo a la economía haitiana el terrible terremoto del año 1842, que destruyó gran parte de los centros urbanos de la parte occidental de la isla. También utilizó su participación en el movimiento liberal haitiano de «La Reforma», como un medio de extender la influencia de su núcleo político independentista.
La participación de Duarte en ese movimiento, triunfante en Haití, le dio a los trinitarios el protagonismo que permitió el triunfo de sus militantes y simpatizantes en las elecciones municipales que se escenificaron poco después, la que unida a las denuncias sobre las actividades conspirativas del grupo, condujo a un operativo dirigido por el presidente Hérard, e hizo prisioneros a varios conspiradores, aunque otros se escondieron o escaparon hacia el exterior, entre ellos Duarte, Pina y Pérez.
Al producirse el pronunciamiento separatista del 27 de febrero de 1844, éstos se encontraban fuera del país. Sánchez y Mella asumieron ese liderazgo. Duarte regresó entonces y se incorporó a la Junta Central Gubernativa, pero ésta fue producto de un acuerdo con el sector conservador, partidario del protectorado o anexión a Francia, encabezado entonces por Tomás Bobadilla, y luego por Pedro Santana, quienes trataron de imponer el protectorado.