Juan Pablo II: vía crucis de gloria

Juan Pablo II: vía crucis de gloria

REGINALDO ATANAY
Nueva York.- Juan Pablo II concluyó su vía crucis de gloria pocas horas antes de que terminara este sábado, en su lecho del Palacio Apostólico, donde con paz evidente, pese a las dificultades inmensas que tuvo en sus últimas horas para vivir, de acuerdo a sus íntimos, esperaba terminar su existencia aquí, para comenzarla en el otro lado de la vida.

Se había consumado ya su sacrificio, y se marchó en paz, sintiendo la satisfacción del deber cumplido.

Eso se intuye tras la temeridad del Pontífice de abandonar la Clínica Gemelli donde estuvo recluido, desoyendo el consejo de los médicos, quienes no querían que el paciente abandonara el centro aún, en razón de la debilidad con que funcionaba entonces su sistema inmunológico.

Puede que el Papa decidiera marcharse hacia su residencia en Ciudad del Vaticano a tiempo apresurado, debido a las muchas conjeturas que había, sobre la posibilidad de que él renunciara a su cargo como sucesor en la Cátedra de Pedro, debido a las apremiantes condiciones de salud que le atosigaban. Personas allegadas a la Santa Sede dejaron filtrar un dejo de esperanza de que Juan Pablo II renunciara, en vista de que su cuerpo se deterioraba.

Esas conjeturas, al parecer, llegaron a los oídos del Obispo de Roma, y quizás eso lo empujó a salir del centro hospitalario, para estar el frente de su misión apostólica hasta el último minuto de su existencia acá. Y eso, luce, le dio la serenidad necesaria para soportar las presiones de las múltiples enfermedades que estaban desprendiendo el alma de su cuerpo. Una vida de inspiración La vida que llevó Juan Pablo II, en sus 26 años como jefe de la Iglesia católica, fue ejemplar; de inspiración. E hizo un trabajo apostólico de tanta valía, como si en ello hubieran concurrido los esfuerzos de unos cuantos de los papas que ya se fueron; una docena, quizás.

Estuvo apegado a los dogmas de su iglesia; a algunas de sus tradiciones, sujeto a principios básicos que se han sustentado en ese conglomerado al paso de los siglos. Pero al mismo tiempo, rompió muchos canones, e hizo sentir su trabajo pastoral en círculos muy disímiles al católico. Como en la diversidad de iglesias protestantes, algunas de las cuales han querido secuestrar el término «cristiano» para ellos, como si los de otras religiones que tratan de seguir el camino que trazó Jesús, no lo fueran. Ese trabajo apostólico llevó a Juan Pablo II a seguir haciendo historia, al visitar una sinagoga, al orar en una mezquita; al reunir a líderes de las principales religiones universales, en un seminario ecuménico de paz, en la Basílica del Hermano Francisco, en Asís.

Con mansedumbre, pero con coraje, Juan Pablo enfrentó -y en algunos casos doblegó- a algunos de los sectores políticos que más combatieron no sólo a la religión católica, sino a otras que tienen como norte la excelencia del espíritu.

En estos días se reparte un luto en todo el planeta, porque ese hombre de rostro manso y de mirada fija fue sembrando, a su paso por los distintos lugares de la tierra, comprensión y sentido de hermandad entre todos. La humildad de Juan Pablo II fue criticada hasta por jerarcas de su propia iglesia, sobre todo cuando tuvo el coraje de pedir perdón, a nombre de la iglesia que dirigía, por las barbaridades que algunos de sus líderes, en el pasado, cometieron, en nombre del Redentor. El papa viajero… paternal… amoroso… Uno de los aspectos más sobresalientes de Juan Pablo II, en su trabajo pastoral, fue su humildad. Y esa humildad la manifestó cuantas veces creyó que fuera necesaria.

De ahí que, cuantas veces se lo estuvo permitiendo su cuerpo, en sus múltiples viajes, cada vez que llegaba por vez primera a un país, lo primero que hacía era arrodillarse y besar la tierra. Como si fuera Jesús antes de su augusto sacrificio, lavando los pies de sus discípulos. «Hablo en nombre de los que no tienen voz,» dijo el Romano Pontífice en un viaje a África en 1980.

Y en la ciudad de Santo Domingo de Guzmán, capital de la República Dominicana, justo adonde hizo su primer viaje como Pontífice, Juan Pablo II dijo algo que retumba en la consciencia colectiva de la humanidad. Y lo hizo al pie del Faro a Colón, al cumplirse 500 años del Descubrimiento de América:

«Que la conciencia del dolor y las injusticias infligidas a tantos hermanos sea, en este Quinto Centenario, ocasión propicia para pedir humildemente perdón por las ofensas y crear las condiciones de vida individual, familiar y social que permitan el desarrollo integral y justo para todos, pero particularmente para los más abandonados y desposeídos.»

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