Juan Pablo II y el perdón

Juan Pablo II y el perdón

Hoy se cumplen 30 años del gesto de mayor nobleza de Juan Pablo II. Haber perdonado en visita a la cárcel, a quien intentó asesinarle el 13 de mayo de 1981.

El mundo se estremeció desde que circuló la aterradora noticia, no solo por el hecho, sino la víctima.

No olvido el impacto en Roma al escuchar la noticia y las fotos publicadas al día siguiente.

Buscando el origen de la acción se llegó a que el único era la intolerancia que dominaba las fuerzas políticas en media Europa, que no aceptaban protestas por las violaciones a los derechos fundamentales.

Eran comentarios y sentimientos que traducían los dirigentes de los países del Este. De ahí el rechazo de esos gobiernos a los permisos solicitados para que el Papa no visitara los pueblos eslavos, donde reside la mayor feligresía de católicos de la región. Los viajes de monseñor Luigi Poggi, experto en asuntos de los países del Este, a contactar sus líderes para entregar Notas diplomáticas contentivas de las solicitudes con iguales fines, se sucedían con profusión por las cancillerías de Europa Oriental, sin ningún éxito.

Pero cada negativa a una visita papal sumaba sentimientos de apoyo a la Iglesia y de repulsa al sistema.

En tanto, el mundo siguió con febril ansiedad las investigaciones del atentado demandando rápida aclaración. El apoyo que había ganado el pontificado del papa Wojtyla en esos años, así como el martirologio en que lo colocó ese hecho siniestro, presionaban igualmente los investigadores para que llegaran al fondo de la trama.

La circunstancia de haber sido arrestado al instante el autor material del atentado, facilitó que las investigaciones permitieran llegar al origen e inspiración del mismo.

Los nexos comprobados de la KGB, dirigida por Yuri Andropov -1967-1982-, el asilo en Bulgaria y la negativa del gobierno para que no se investigara uno de los principales sospechosos, funcionario de la línea aérea oficial de ese país y las vinculaciones de los servicios secretos búlgaros con los turcos, eran elementos que comprometían seriamente la responsabilidad de Bulgaria.

No faltó en Europa, tampoco en Roma, quienes especularan, acerca del nombramiento de Yuri Andropov, en 1983 como Primer Ministro ruso, señalando que había sido un reconocimiento a «su trabajo», pues era quien dirigía la KGB en el momento del atentado.

Igual ocurrió con su misteriosa muerte un año más tarde. Se dijo que esta no había sido «natural», que fue forma de borrar la prueba más importante de ese hecho horroroso.

Era evidente la implicación de algún gobierno detrás de la ex Cortina de Hierro. Ningún otro poder en el mundo podía tener interés en la desaparición física de Juan Pablo II. Solo ellos se sentían amenazados por sus actuaciones y prédicas. Ningún grupo religioso, político, étnico o económico había sido afectado por acción, declaración o postura del nuevo cabeza de la Iglesia; además, no era fácil colocarse en capacidad y condiciones de armar una trama semejante. Era mucho el riesgo y extensos los cabos atar para garantizar éxito a tan temeraria acción. Solo un gobierno podía hacerlo.

Desde principios de 1981, la Iglesia en Polonia había devenido en una intensa campaña preocupante para Moscú. Brezhnev, primer ministro soviético, hombre duro y firme defensor de sus ideas anticlericales y quien desde joven había participado en jornadas ideológicas contra la Iglesia, reclamaba permanentemente al primer ministro polaco, general Jaruzelski, una actitud más frontal contra esa Iglesia, a lo que este respondía que su fortaleza en su país no era la misma que la de la Iglesia rusa, que estaba prácticamente desecha.

El 95% de la población de Polonia es católica militante y el Papa se había constituido en su más formidable defensor.

Todo indica que esas realidades llevaron al Papa a perdonar “un pobre instrumento” de esas fuerzas del mal.

Quizás por ello su perdón a quien fuera el autor del atentado: Alí Agca.

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