JUAN RAMÓN GRIYASKA CORDONES
Ayer: en el combate  aguerrido por la patria
Hoy: sumido en la más abyecta pobreza

JUAN RAMÓN GRIYASKA CORDONES<BR>Ayer: en el combate  aguerrido por la patria<BR>Hoy: sumido en la más abyecta pobreza

POR ANGELA PEÑA
Enfrentó con gallardía las tropas enemigas. Combatió decidido y valiente al invasor intruso. Estuvo en todos los frentes, comandos y trincheras desde la batalla en el puente Duarte hasta la evacuación de los marines yanquis. Hoy, sin embargo, es un soldado abandonado, enfermo, pálido, desnutrido, sumido en la miseria extrema.

Su vida se extingue entre cucarachas, ratones, mosquitos, escasez y mugre porque ya sus fuerzas no le alcanzan para hacer la limpieza y preparar el alimento en la humilde casa donde sobrevive.

 Juan Ramón Griyaska Cordones trabajó hasta que tuvo fuerzas, aunque regresó enfermo desde su obligado exilio en Nueva York donde pasó un mes inconsciente en el hospital “Saint Nicholas” a causa de las roturas en sus vértebras que le ocasionó un desconocido al descender de un tren.

 Pero desde hace unos meses se postró, vencido por múltiples dolencias. Consumido, sin fuerzas, la vivienda paupérrima se le venía encima hasta que “doña Carmen” y Pedro  Almonte y su esposa, vecinos, y compañeros de la “Fundación de Militares Constitucionalistas” se enteraron de su triste condición y lo llevaron al hospital Padre Billini. Un suero le reanimó, afirman, aunque aún el otrora intrépido militar está cetrino, desfallecido, lánguido.

 Ese ha sido el destino de muchos otros revolucionarios de bajo rango. Las glorias, los honores, las pensiones y homenajes han sido generalmente reservados a los comandantes. “¿Cuáles son los que se mencionan? Los líderes”, preguntan y se responden los leales antiguos camaradas de Griyaska Cordones que fueron a solidarizarse con el hermano casi cadavérico. En las mismas condiciones, pobre, hambriento, olvidado, murió hace unos meses el raso del ejército Juan de la Cruz Espino, participante activo en aquella lucha. Las fotos de sus últimos días destrozan  el alma más insensible.

  Griyaska Cordones luce desmejorado, apenas puede sostenerse en pie. Su situación amerita el ingreso en  una clínica u hospital para ser rehabilitado. En el Padre Billini le indicaron radiografías y estudios de laboratorio, lo rehidrataron y despacharon. Una hija del patriota, residente en Duvergé, Griselda, viene cuando puede a hacerle compañía. Los constitucionalistas están haciendo colectas para medicamentos y comida. Almonte y su compañera le han aseado y adecentado un poco  el domicilio.

 Todavía ninguno conoce  diagnósticos pero leen los análisis y concluyen en que el paciente envejecido a destiempo por la precaria situación de calamidad padece parasitosis, debilidad física, dolores musculares, desviación pronunciada de la columna vertebral, afecciones de la próstata, tiene numerosas bacterias, está deshidratado, desnutrido.

Sus hazañas

 El aguerrido  militar de abril conserva como virtudes admirables la dignidad, el decoro, una lucidez impresionante y la sensibilidad que desborda sus lágrimas cuando recuerda a la madre que lo educó sola, con grandes sacrificios. “Era una infeliz, yo me crié sin pai”, dice. Único hijo de José Griyaska con Francisca Antonia Cordones, vino al mundo en San Pedro de Macorís el 11 de enero de 1932.

 Antes de ingresar a la milicia trabajó en el ayuntamiento de Higüey, como oficinista; en la secretaría de agricultura, como mensajero y conserje y fue mensajero, también, en Inspección e Instrucción Pública. Realizó estudios de mecanografía y contabilidad. Se integró al ejército en 1952 y luego pasó a la Marina como grumete. La contienda bélica de 1965 le sorprendió siendo oficinista en el campamento 27 de Febrero, en Villa Duarte, con grado de sargento, y de inmediato se entregó a la causa de los combatientes por el retorno a la constitucionalidad.

 Después del encuentro con las tropas de Elías Wessin en la cabeza del puente Duarte, estuvo firme en los comandos “Salomé Ureña” y “en el de la Mercedes, que dirigía el comandante José Silvelver Suárez. Anduve de comando  en comando. En la refriega fui ascendido a Alférez de Fragata, por el coronel Caamaño”, cuenta.

 Agrega que “en 1966 Balaguer nos sacó fuera y me mandaron a Texas donde aproveché para hacer un curso de electricidad industrial”. Regresó al país pero de nuevo le entregaron visa para Estados Unidos, viajó a Puerto Rico, se matriculó en mecánica automotriz en  “el Vocacional de la Universidad de Río Piedras”, y faltando un mes para graduarse una tía le convenció de trasladarse a Nueva York entendiendo que era un perseguido político. Después de trabajar un tiempo como operador de máquinas de coser en un hotel de judíos de Long Island, volvió a Santo Domingo.

 Pasó un tiempo convaleciente y sin estar totalmente recuperado  trabajó “midiendo tierra en la Reforma Agraria”. Luego fue vigilante en la Fábrica de Cemento, miembro de la Seguridad y auxiliar oficinista de la Junta Central Electoral, hasta que no pudo más. “Después he vivido prácticamente de la limosna”, confiesa cabizbajo, avergonzado.  Jamás el Estado ha reconocido sus años de servicio en la administración pública.

 Nunca casó pero tuvo uniones con cinco mujeres que recuerda con el  amor con que enumera los frutos de cada relación. “Tuve a Elba, hija de Margarita Rivas; Griselda, de Ana Fernández; Arelys, de Epifania Rosario; Carlos José, de Silvia Castillo”. Es probable que, excepto Griselda, ninguno esté enterado de la precaria condición del padre, que asegura tener una sexta hija pero otro hombre se la disputó y obtuvo la paternidad.

 En la casita a medio levantar se escuchan pasos de ratones por las hojas de zinc, apenas hay una vieja mecedora e improvisados tendederos que hacen las veces de armario donde él cuelga su vestimenta gastada por el uso y  los años. Su cama es estrecha, pequeña, el fino colchón se vuelve grueso con la ayuda de trozos de cartones. Lo demás es un amago de cocina indigente con hornillas apagadas, ollas en descanso, cucharas ausentes. Guarda cajas con papeles y objetos que para él son reliquias, como sus intocables insignias militares, carnés de residencia, de trabajos, de agrupaciones.

 “Lo hemos estado ayudando de manera precaria, como él hay un sinnúmero de militares constitucionalistas. Desde 1978 estamos luchando porque el Estado reconozca la necesidad de reintegrarlos y pensionarlos”, expresa Andrés Dirocié, de la Escuela de Hombres Rana.

 Andrés Fortunato Victoriá, presidente de la Fundación de Militares Constitucionalistas da cuenta del operativo que se inició el pasado fin de semana para llevar a don Juan Ramón al hospital, de las compras que aporta el comandante Ureña, de las colectas. “Se encontraba en estado deplorable. No podía caminar, tenía la columna doblada. Recolectamos para los medicamentos y por eso lo ve un poco recuperado”.

 Expone la necesidad de que “el Gobierno obtempere a los múltiples reclamos para que los militares constitucionalistas no pasen por las mismas penurias que él está atravesando, que ha venido muriendo sin asistencia, esto se hubiese evitado si él hubiese tenido una pensión, entonces  no le faltaran medicamentos y estuviera interno en el Hospital Central de las Fuerzas Armadas”, manifestó.

 Griyaska sobrevive en el barrio San José, del kilómetro 7 de la carretera Sánchez, en la calle Diagonal 3ra número 6. Además de los constitucionalistas mencionados, estuvieron visitándolo Juan Cruceta Polanco, Evangelista Fabián (Sonrisa), Pedro Germán Ureña y Silvestre Antonio Jiménez Colón,  directivos y miembros de la Fundación de Militares Constitucionalistas.

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