Juan, apellidado el Bautista en razón de la actividad que realizaba de manera central en su ministerio, es presentado en los evangelios en labor de precursor de la futura vocación de Jesús de Nazaret. Según el evangelista Marcos, Juan proclamaba: “Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo; y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias. Yo les bautizo con agua, pero él les bautizará con Espíritu Santo” (Mc. 1, 7-8). Obviamente, Marcos recoge y expresa la fe de la comunidad cristiana de los orígenes que confiesa así su fe en Jesús.
Según los estudiosos, en torno a la figura de Juan se constituyó un movimiento de resistencia a la dominación romana que se realizaba en connivencia con los sectores poderosos internos judíos, y que llamaba a la conversión como condición para una reconciliación con Dios que se expresaría en una acción histórica de liberación de Israel de la opresión extranjera de la que era víctima a manos de Roma y sus lacayos internos. Juan constituyó un importante movimiento de resistencia que atrajo la atención de Jesús y de Herodes. Llamaba a la conversión y era denominado “el bautista” en razón de que culminaba su ceremonial de iniciación con la inmersión bautismal en el Jordán.
Según todos los indicios, Jesús, al enterarse de la actividad de Juan acudió a sus enseñanzas, y fue bautizado por él (Cfr. Mc. 1,9-11). Es evidente que el texto anteriormente citado del evangelista Marcos (1,7-8) constituye un esfuerzo por conciliar este dato histórico pues les resulta engorroso a las primeras comunidades cristianas explicar cómo Jesús puede ser bautizado por Juan. Y es que, todo parece apuntar al hecho de que Jesús fue, quizás por breve tiempo, parte del movimiento de Juan hasta que se separa y conforma su propio movimiento con rasgos similares y diferentes al de éste (Cfr. Meier, J.P. 2001). La relación entre estos dos movimientos parece haber sido históricamente cierta y complicada (cfr. Vidal, S. 2006 y Pagola, J.A., 2007).
Asesinado Juan por Herodes, Jesús y su movimiento continúan su propio camino. Los evangelistas cuidan este proceso con mucha atención interesados en dejar claro el carácter mesiánico de Jesús y el de precursor de Juan. Así se afirma lapidariamente: “Después que Juan fue entregado, marchó (Jesús) a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios.” (Mc. 1,14). Sin embargo, se esfuerzan también en dejar en claro el reconocimiento de Juan por parte del movimiento de Jesús ya constituido por las comunidades cristianas. El bello texto lucano colocado en boca de Jesús que citamos a continuación es fiel expresión de este reconocimiento:
“Cuando los mensajeros de Juan de alejaron se puso a hablar de Juan a la gente: “¿Qué salieron a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué salieron a ver, si no? ¿Un hombre elegantemente vestido? ¡No! Los que visten magníficamente y con lujo están en los palacios. Entonces, ¿qué salieron a ver? ¿Un profeta? Sí, les digo, y más que un profeta…. Les digo: No hay entre los nacidos de mujer, ninguno mayor que Juan; sin embargo el más pequeño en el Reino de Dios es mayor que él.” (Lc. 7, 24-27).
La Navidad, celebración cristiana en la que recordamos la presencia de Dios, su bondad permanente, su paciencia infinita y sus esfuerzos por convocarnos a una mayor comprensión del misterio de la vida, constituye siempre una excelente ocasión para poner en la mesa lo mejor de nosotros mismos y el esfuerzo por hacernos cada vez más capaces de abrirnos al mensaje a que nos convoca la vida del Galileo.