Vacía la Plaza de la Revolución, cada artista siguió su gira, se fue a grabar o descansó en su hogar. Los que se fascinaron con el concierto apenas lo mencionan y los que lo objetaron ya están calmados. Ahora a ese concierto lo podemos pensar en frío, de otra manera. Saltando de alegría o convulsando de indignación se pierde la objetividad. Sólo cuando la leche se aquieta se le puede coger la nata.
Llama la atención, ahora sin el barullo de aquellos días, el nombre del evento: Paz sin Fronteras. En Cuba reina, al menos en apariencia, una paz impecable y, a saber, en la región solamente en Colombia, país del artista promotor, se combate a diario. Hubiese sido más adecuado el título de Libertad sin fronteras o Democracia Universal, por ejemplo. Solo una observación.
Pero no es el nombre lo que me interesa. Me interesa deducir si fue o no fue un concierto generoso, altruista y a expensas de un agujero en el bolsillo del carismático astro de la canción latinoamericana. Si fue como lo mercadearon (¡atención al verbo!): una ofrenda desinteresada sin aspiraciones mercuriales para fomentar cambios en el régimen dictatorial cubano (esto último lo insinuaron sin extenderse). Sospecho-malicioso, paranoico y reaccionario-, que allí no estuvo presente San Francisco de Asís.
Cualquier artista, llámese como se llame, que llegue a ser una superestrella y mueva millones de dólares en discos vendidos, espectáculos, programas de televisión, camisetas, sombreritos y demás artilugios comerciales, cesa de ser un trovador solitario y se convierte en una empresa. En ésta, mercadólogos, hacedores de imágenes, financistas y contables son tan importantes como la producción artística y el propio talento del ídolo. Juanes es, en la inevitable realidad, Juanes C. por A.
A mí se me hace cuesta arriba, y se me ocurre una inocentada imperdonable a mis años, creer que Juanes C. por A. no estuviera en el tuétano de la estrategia de Paz sin Fronteras. Es casi imposible que los agentes, asesores financieros y relacionistas no hicieran un cálculo del potencial económico y publicitario que para el astro significaría la batahola y el reperpero del antes junto a la cosecha del después.
Resulta inimaginable el que no pensaran en derechos adquiridos, filmaciones, grabaciones y beneficio de imagen. El tiempo y las cuentas del ídolo lo dirán. Pero yo tengo casi, casi la seguridad , como cantaría su colega Rafael, que las ganancias directas e indirectas han sido y serán muchas. Lo de la solidaridad, que los dioses me absuelvan, puro mercadeo.
¿Y qué me importa todo esto? Poco. El régimen cubano no ha cambiado, Miami sigue llena de exilados y yo nunca he oído a Juanes cantar. Pero no me deja de irritar el que los idealistas de buena fe se sigan dejando embaucar, se lleven de la alharaca y se olviden del análisis frío de la realidad. Me molesta que sigamos discutiendo siempre en caliente, adictos a la pasión y al rechazo de la lógica.